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— Enfádate, si quieres. Incluso puedes irte, no te detendré. Pero la razón de mi negativa es muy sencilla — dijo mirando más allá de Codi—. No quiero que busques a esa mujer porque no confías en encontrarla. Crees que está muerta, como el resto, con el añadido nefasto de que Stiva lo ocultó a todos. ¿Tengo razón?

— No…

— Sí, Candance. Claro que sí.

—¡Ni siquiera sabe lo que voy a decir! — estalló Codi.

— Por supuesto que lo sé. Eres una persona honesta, y esperas la misma honestidad de los demás. Sabiendo eso, resulta muy fácil entenderte.

El periodista torció el gesto: ¿le estaba diciendo Lynne que era un ingenuo? Mientras esperaba de pie, indeciso, la mujer se levantó y se colocó a su lado. Sus dedos se cerraron sobre el antebrazo de Codi un poco más arriba de su muñeca. Su piel era fría al tacto y la presión de los dedos, firme y fuerte.

— Candance, voy a decirte algo que no me oirás decir alegremente por ahí, así que escucha con mucha atención. Estoy acostumbrada a salirme con la mía. Si tienes objeciones, mientras seas mi empleado no tendrás más remedio que tragártelas. Al fin y al cabo ambos velamos por el bien de Emociones Líquidas, que es más importante que tú o que yo. Dicho esto, te diré otra cosa también: más bien te haré una promesa.

Se inclinó hacia Codi. La luz cayó sobre su cara en un ángulo forzado, perfiló la línea de su mandíbula y se reflejó como una gota de resplandor en la perla de su oreja izquierda. ¿Dónde había ido el cansancio, la pesadez de la mirada? Lynne se había transformado ante sus ojos.

— Te prometo que nunca te mentiré, ni trataré de obligarte a ir contra tus principios. Si lo deseas, buscaré contigo a esa Eleni, pero que te quede muy claro que sólo será porque te lo prometí y también que resultará una empresa inúticlass="underline" casi no tenemos datos sobre ella.

—¡Hay bastantes datos! — exclamó Codi. Dio un paso atrás, comprendiendo instintivamente que estando tan cerca de él, Lynne limitaba su iniciativa. Los dedos de la mujer abandonaron su piel deslizándose suavemente—. Más de los que puede parecer. Chica joven: probablemente más joven que Ra… que el señor Ramis. Orchestrista. Sin familia cercana. Pobre. Eleni de nombre. Pelo negro, ojos negros, delgada. Emocionalmente inestable, aunque supongo que la mayoría de orchestristas lo son.

Lynne se apoyó en la pared cerca de la puerta con los brazos cruzados.

—¿Por qué dices eso?

— Esa mujer, Estrella, me la ha descrito así.

— Me refiero a por qué dices que los orchestristas son emocionalmente inestables.

— No definiría como normal a alguien patológicamente retraído y a la vez tan enamorado de sí mismo que cree que todo lo que hace está bien sólo porque es él quien lo hace.

El comentario le valió una ligera sonrisa. Codi, que no tenía idea ni del carácter típico de los orchestristas ni de si existía tal carácter, sintió que había dicho una estupidez.

— Tienes mejor medida de Cherny que la mayoría. Y eso con dos minutos de conversación… — Lynne ladeó la cabeza para mirarle directamente a los ojos—. Cada vez descubro más cualidades útiles en ti.

— No se ría. No aspiro a comprender la mente de nadie — se defendió Codi—. Es sólo que… Tocando, puede hacer que la gente sienta cualquier cosa. Es lógico que eso le pase una enorme factura emocional y que… bueno… que a veces…

—¿Tenga arrebatos como el de hoy? — resumió Lynne—. ¿Cuanto más talentoso, más excéntrico?

—¡No se ría de mí! — protestó el periodista—. Estábamos hablando de Eleni.

— Ahora mismo no me atrevería a reírme de nadie — dijo ella sobriamente—. En cuanto a Eleni, te diré algo: volveremos a reunimos en un par de días. Si entonces no puedo decirte quién es ella, iremos juntos a ver a Stiva. ¿Te parece?

— Me parece — dijo Codi asintiendo.

Se daba cuenta de que estaba permitiendo a Lynne salirse con la suya una vez más, pero no le importó tanto como antes. Algo en los fluidos pasos de la mujer mientras volvía a instalarse en el sillón convenció a Codi de que había cambiado de opinión respecto a la muchacha. La doctora estaba dispuesta a buscarla y, como con cualquier empresa que iniciaba, estaba segura de triunfar. La sonrisa con la que despidió a Codi la hizo parecer una exótica fiera a punto de lanzarse sobre su presa.

CAPÍTULO XIII

A pesar de la promesa de Lynne, Codi pasó la mayor parte de los días que siguieron intentando ahondar en el enigma de la trágica muchacha. Durante horas, analizó páginas y páginas de información tratando en vano de dar con Eleni. Había enumerado ante Lynne todos los datos que se conocían sobre ella, y había asegurado que era suficiente información. Con el paso del tiempo, empezaba a dudar de su propia estimación. Tenía el nombre, el sexo y la edad aproximada… Conociendo a Ramis, difícilmente podía buscarse una novia más vieja que él, ni menor de edad tampoco, lo cual significaba que Eleni debía de tener ahora entre cuarenta y cincuenta años. Pero no había mención de ninguna Eleni en los conciertos dados en la ciudad en la época de los suicidios, ni en ningún momento después. Estrella había dado en el clavo: había venido de provincias para abrirse camino en los teatros de la ciudad, pero nunca había llegado a hacerlo. En cuanto a las alumnas de conservatorios y escuelas privadas de música, veinticinco años atrás había tantas Eleni matriculadas en ellos que resultaba imposible averiguar cuál era la que ellos buscaban.

A pesar de la falta de resultados iniciales Codi trabajó con ahínco, hizo buenas migas con sus compañeros de sección y salió dos veces al cine con Cladia. También aprovechó para conocer al personal del gabinete de prensa de Emociones Líquidas — a Lynne se le había olvidado por completo presentarle—. Eran un puñado de personas, casi todas chicas, y aceptaron la oferta de Codi de ayudar en lo que fuera necesario de muy buen grado.

Además del tedioso trabajo documental, Codi tenía otra preocupación en mente. Las últimas palabras de Harden le venían a la memoria en los momentos menos oportunos. El hombre había apuntado a que los suicidios no era lo único que estaba investigando. Había algo más, algo relacionado con la transacción con Resonance. Suma dos y dos, había dicho Harden. Había insinuado que la adquisición de los derechos de los ambientes musicales por Resonance era un pago camuflado por otro tipo de servicio. Codi hubiera podido sentirse orgulloso por haberle sonsacado esa información, pero estaba lleno de una desazón que no se explicaba. Desde luego, no era porque se hubiera creído las insinuaciones de su antiguo jefe. No era eso en absoluto.

Pero además de búsquedas sobre Eleni, tan masivas que su ordenador se quedaba colgado cuando intentaba llevarlas a cabo, de vez en cuando colaba peticiones relacionadas con Resonance. No sabía nada de negocios; pronto descubrió que con algo tan enrevesado como las transacciones entre dos potentes empresas, no sabía por dónde empezar.

El hecho de que investigando los movimientos de Emociones Líquidas estaba investigando a la propia Lynne no había pasado desapercibido para Codi. No se sentía cómodo sabiendo que mantenía a la mujer a oscuras, ni quería mentirle. Claro que tampoco quería ser parcial en su trabajo. Tenía una pista, se repetía. Una senda del bosque que aún no sabía dónde le llevaba. La seguiría hasta salir a un claro, y entonces decidiría el nuevo rumbo. Era así de simple.

Qué lógica le impulsó a acudir a Mollaret con sus preocupaciones, ni él mismo sabía explicarlo a posteriori. Incluso si quisiera hablar con algún editor, conocía a otros, y desde hacía mucho más tiempo. La mayoría le rechazarían veladamente para no entrar en conflicto con Víctor Harden, pero otros probablemente lo recibirían. Y, sin embargo, Codi no planeaba ir a ver a ninguno de ellos. Quería hablar con Mollaret, un hombre con el que había intercambiado varias frases no muy cordiales y que no era un experto en finanzas. No era tan ingenuo como para creer que iba a compartir con él algún tipo de información, pero intuía que no le importaría corroborar o desmentir las insinuaciones de Harden.