El ritmo de trabajo en la sede de Infrared resultó ser aún más frenético que en Hoy y Mañana. Una parte de Codi sintió una intensa nostalgia nada más entrar, echando de menos la inmersión en la rabiosa actualidad periodística. Aunque en el fondo sabía que, comparado con la buena vida que ahora llevaba, aquello era el infierno.
No había ninguna recepción, secretaria u otra barrera que separara al personal de los visitantes invasores como Codi. En Hoy y Mañana, eso sería impensable. También lo sería la presencia de niños, como el chaval de no más de catorce años que se cruzó con Codi sin prestarle ninguna atención, totalmente absorto por las fotos que llevaba en las manos. Codi le siguió con la vista hasta que entró en uno de los despachos — uno de tantos, pues ninguno llevaba nombre ni título alguno.
Harden siempre había dicho que Infrared era un medio demasiado liberal.
— Disculpe — Codi abordó a la primera persona que pasó por su lado. La mujer enarcó las cejas y aminoró la marcha sin pararse del todo—. Disculpe, estoy buscando a Franz Mollaret.
— En su despacho — dijo ella. Para cuando terminó de hablar, estaba alejándose ya.
Codi dejó que se apartara y repitió el intento. Esta vez, tuvo el buen juicio de abordar a alguien sentado.
—¿Franz Mollaret?
— En su despacho — dijo el hombre, y en esta ocasión la respuesta fue acompañada de una indicación con la mano.
El despacho del editor resultó ser el mismo en el que había visto entrar al chiquillo. Codi trató de recordar si lo había visto salir. Llamó a la puerta, esperó un instante y la abrió. Con el ruido que había, no podía confiar en oír la respuesta. Asomó la cabeza, y luego el resto del cuerpo.
El despacho no era grande, y los muebles, escasos y puramente funcionales. Mollaret estaba sentado a una mesa, leyendo. Levantó la cabeza al oír la puerta abriéndose.
— Buenos días — empezó Codi—. Soy…
Durante un instante Mollaret se quedó parado, y después el reflejo del reconocimiento recorrió su cara. Apagó su lectura con gesto pausado.
— Usted es el joven que tuvo que sufrirme como vecino en la rueda de prensa de Emociones Líquidas — dijo—. El que le hizo a Ramis la única pregunta pertinente de la noche. He oído que su estatus profesional ha sufrido una notable… mejora… desde entonces.
La sonrisa de Codi flaqueó por un instante, pero el periodista la obligó a volver a su sitio. Recordaba el intercambio que tuvieron en Emociones Líquidas, y recordaba por qué había deseado perder de vista al hombre: precisamente por este tipo de comentarios sarcásticos.
Se estrecharon la mano en un saludo muy correcto.
—¿A qué debo el placer? — dijo el editor tras sentarse de nuevo e indicar a Codi que hiciera lo mismo. La silla era metálica, mucho menos cómoda que las de Hoy y Mañana, acorde con el espíritu de austeridad de todo el lugar—. No habrá venido a buscar trabajo, supongo.
— No, señor — dijo Codi—. Es cierto que he aceptado un puesto de consultor en Emociones Líquidas, pero sigo haciendo trabajos por libre. Nunca he tenido ocasión de colaborar con Infrared, así que quería presentarme como es debido y presentarle también parte de mi trabajo.
Había decidido utilizar la misma excusa que en Hoy y Mañana: empezar por los charquis y ver qué temas de conversación podía sacar después. Mollaret asintió sin ningún comentario especial, dando la explicación de Codi por suficiente. Aceptó el artículo y, para sorpresa del joven reportero, lo abrió de inmediato y se sumergió en la lectura. El respeto de Codi por el editor creció a medida que se hizo claro que Mollaret no estaba meramente repasando lo escrito, sino que lo leía con toda la atención, asintiendo para sí mismo en algunos puntos y frunciendo las cejas en otros.
La lectura fue larga, y todo ese tiempo Codi no pudo más que esperar, primero con la mente centrada en el hombre ante él — fantaseando con la teoría de que realmente lo había abordado con la intención de contratarle— y después vagando por los mil rincones de su memoria. Varias veces, la puerta del despacho fue entreabierta. Las cabezas que se asomaban solían desaparecer al ver al jefe en compañía de un desconocido. En una ocasión, una chica entró para pedir una firma. Luego, el muchacho de antes asomó su cabellera.
— Me voy a casa, pa — anunció con voz quebrada de adolescente.
Mollaret asintió, pero no levantó la vista. Cuando terminó, sus comentarios no se limitaron a frases generales. Se detuvo en varios puntos concretos, eligiéndolos con perspicacia: eran aquellos de los que el propio Codi se sentía especialmente orgulloso. El periodista empezaba a comprender el respeto que Cladia mostraba hacia el hombre.
Durante un rato contestó diligentemente a las preguntas del editor sobre su carrera y más tarde sobre su salida de Hoy y Mañana, comportándose según las buenas costumbres del reportero joven aprendidas en Hoy y Mañana. Se sentía en deuda con Mollaret, que a esas alturas de la charla ya le había prometido la publicación del artículo. Llegó un momento, sin embargo, en que no tuvo más remedio que elegir entre sacar a la luz el verdadero motivo de su visita o irse sin haberlo mencionado en absoluto.
— Quería pedirle consejo por un asunto profesional.
Mollaret asintió sin que su cara, la expresión de sus ojos y su postura cambiaran en lo más mínimo, y aun así Codi tuvo la impresión de que su abrupta admisión le había divertido.
— Siga.
El periodista cogió aire. Probablemente estaba a punto de meter la pata. Pedirle consejo a Mollaret sobre Emociones Líquidas era como pedírselo a un ladrón sobre la mejor manera de acorazar un banco. Podía fiarse de sus conocimientos, pero no de su lealtad.
— Hace poco me reencontré con mi antiguo jefe. Teníamos varios asuntos que discutir… No viene al caso. Terminamos hablando de Emociones Líquidas… Me dijo que estaba buscando información comprometida sobre la empresa.
La sorpresa de Mollaret tuvo poco de espontánea y mucho de teatral.
—¿Buscando? — repitió—. Creí que ya la tenía.
Codi torció el gesto.
— Gran parte de lo que tiene es una historia antigua y absurda.
— Pero muy jugosa. Las historias de muertes resultan misteriosas para todos, excitantes para muchos, y hasta románticas para algunos.
— No verá la luz sin pruebas sólidas, que Harden no tiene. — O eso esperaba Codi, que no las tuviera—. Yo mismo me encargaba del tema antes de irme, sé que no hay nada debajo.
Mentía sólo por si acaso. No quería que Mollaret se pusiera también tras el rastro de Eleni por su culpa. Había notado que sus últimas palabras habían hecho sonreír al editor, y esperaba que no fuera por la emoción de tener una nueva pista.
— Permítame una pregunta que no viene al caso — dijo Mollaret—. ¿Cuándo dijo «consultor», a qué se refería exactamente?
Codi se mordió la lengua. Tenía que haber imaginado que su despreocupada tendencia de utilizar un cargo inexistente le pasaría factura en el momento menos oportuno. Y todo por no querer admitir lo obvio: que su posición en Emociones Líquidas, respondiendo sólo ante Lynne, resultaba un poco ambigua.
— Lo imaginaba — dijo Mollaret—. Sus nuevos jefes no han inventado nada nuevo contratándolo, salvo por la rareza de que sea periodista. Suelen preferir a detectives, o a alguien de la policía para ese fin. ¿No se ha preguntado por el motivo?