— Y sin embargo, ataca algo que no conoce.
— No ataco el arte en sí, sino el poder y la difusión de ese arte. Y tenga en cuenta una cosa: sus nuevos amos poseen gran poder de persuasión al margen de sus majaderías musicales. Mire si no cómo le han manejado a usted. En la rueda de prensa les dio un buen susto, y no tardaron ni dos horas en atraerlo para su causa. Someter así a un enemigo es una estrategia brillante.
Codi habría protestado vivamente si la falta de lógica en las palabras del editor no fuera tan obvia. La doctora Lynne, tan ecuánime y con tan férreo control sobre los acontecimientos, de ningún modo podía sentirse intimidada por un don nadie sin trabajo como Codi.
— Nunca fue mi intención ser enemigo de nadie.
— Claro que no — dijo Mollaret—. Fue sólo mala suerte que tanta gente se llevara la impresión contraria en tan poco tiempo.
Codi torció el gesto.
— He hecho un trato con Lynne… — dijo con resolución.
— Ojalá se lo hubiera pensado mejor.
— …Y pienso cumplirlo.
— De eso no me cabe duda — asintió Mollaret con solemnidad—. Creo que nunca he conocido a nadie en quien la resolución, la fidelidad y la ingenuidad se combinaran de una forma tan irresistible. Entre eso y la curiosidad innata de un periodista, se quedará donde no debe hasta que sea demasiado tarde. Porque no se irá de Emociones Líquidas… Pasan demasiadas cosas en ese lugar, ¿a que sí? Recuerde sólo que «consultor» puede ser sinónimo de muchas cosas, por ejemplo de chivo expiatorio. No diré que mi puerta vaya a estar siempre abierta porque no es verdad, pero sí diré que lamentaría mucho perderle para el gremio.
Codi asintió. A diferencia de su conversación con Harden, se creía que este aviso era sincero.
—¿También irá a por… nosotros? — preguntó.
Iba a decir «a por Ramis» pero en el último momento cambió la frase. Admiraba la lealtad en los demás, y estaba decidido a practicarla.
— Sí, Candance, iré a por ustedes. Y le diré exactamente cómo lo voy a hacer. Voy a buscar a quién le han hecho daño en esta ocasión. Espero sinceramente que sus jefes lo hayan solucionado sin muertos; la violencia de Acorde S.A. fue atroz. Yo acababa de empezar en el gremio, me encargaba de la parte gráfica. Ahora lo hace mi hijo. No me gustaría que pasara por lo mismo.
— No me creo nada de esto — dijo Codi—. No es cierto que hayan hecho daño a nadie. No tiene pruebas de nada.
El periodista se puso de pie con decisión. Era de locos, lo sabía perfectamente, y precisamente por eso necesitaba salir de allí antes de que la voz pausada de Mollaret lo atrapara y sus palabras empezaran a parecerle plausibles.
Dio un paso hacia atrás. Luego otro.
— No me creo nada de esto — repitió.
Mollaret negó con la cabeza, y no intentó detenerle.
— No quiero que lo crea, Candance — dijo—. Sólo quiero que tenga mucho cuidado.
CAPÍTULO XIV
La impresión que Codi se había llevado de su conversación con Mollaret era tan intensa que tardó en creerse la más básica de sus propias objeciones: que los hechos y las pruebas brillaban por su ausencia. Cuando estuvo más calmado, se recordó firmemente que el editor no le había contado prácticamente nada nuevo. Se había enterado de cómo funcionaban los repetidores: un conocimiento que sin duda le vendría bien, pero que no tenía ninguna utilidad inmediata. Conocía el resultado de dos juicios, pero no albergaba esperanzas de entender su trasfondo. El derecho, igual que los negocios, no era su punto fuerte. Y, por último, estaba la animadversión hacia Lynne.
Mollaret había hablado mucho sobre ella. Parecía tenerle más manía a la mujer que al propio Ramis. El periodista no estaba de acuerdo. Lynne lo había manejado con facilidad en varias ocasiones, Codi lo tenía muy claro y no le importaba en exceso. La mujer podía jugar con él, discutir con él, pero nunca alteraría sus convicciones. Aun suponiendo que Mollaret estuviera en lo cierto y que Lynne le hubiera contratado para tenerlo callado, era ella la que había cometido el error. Viendo el asunto desde un punto de vista lógico, de existir alguien interesado en urdir una trama tan grotesca, sería Ramis. Fueron sus andanzas las que acabaron en tragedia. Era él quien hacía dinero con los éxitos de Emociones Líquidas. Y la razón más poderosa de todas: era él quien le caía mal a Codi.
Durante el día siguiente, Codi amplió la información que había obtenido de Mollaret. Se enteró mejor de cómo funcionaban los repetidores: para su mentalidad de profano, el proceso era casi el mismo que el utilizado por el implante de identificación en su muñeca.
Cuando Codi tenía que confirmar sus datos personales, estrechaba la mano de otra persona. Cuando hacía un pago, pasaba su mano por un lector. En cada caso, el implante validaba la operación. Igualmente, cuando Resonance trataba de establecer una conexión con un cliente, el repetidor confirmaba que era uno de los proveedores legales de Airnet autorizados para hacerlo.
Como toda aquella actividad desleal hacía mella en su conciencia, Codi volvió a visitar el despacho de Lynne en varias ocasiones dispuesto a informarla del cariz que estaba tomando su investigación, pero la doctora seguía muy ocupada. En la última visita de Codi hasta tenía un compromiso para cuando quedara disponible: Fally Ramis estaba sentada en el recibidor, claramente dispuesta a permanecer allí todo el tiempo que hiciera falta. La presencia de los guardias les impidió intercambiar más que un cortés saludo, y Codi notó con alivio que Fally no parecía inclinada a exigir más de él. Parecía bastarle con poder exponer sus problemas ante la doctora.
Codi sólo vio a la mujer un momento, cuando la puerta se entreabrió y varios hombres trajeados abandonaron el interior. Dentro, Lynne estaba discutiendo con varios otros. El movimiento de su cabeza al ver a Codi fue más un recordatorio de que los asuntos que ambos trataban no eran apropiados para la discusión en público que un saludo.
— Estamos preparando el lanzamiento de los ambientes — dijo a modo de explicación—. Será una gran presentación, seguramente en el hotel Crialto. Tienen el mejor instrumento de la ciudad, después de los nuestros, perfecto para el concierto en directo.
—¿Más fiestas? — preguntó Codi.
— Con algo de suerte, ésta será la última. Por eso tiene que ser la mejor de todas. ¿Hay algo totalmente urgente que necesites decirme?
La respuesta era no, y Codi volvió a su despacho. Realizó más búsquedas sobre Eleni, hasta que se dio cuenta de que estaba empezando a repetirse. Leyó con lupa los últimos números de Hoy y Mañana hasta estar seguro de que aún no había empezado a atacar a Ramis entre líneas.
— Codi, ven. ¡He traído cruasanes!
Codi apartó los ojos de la pantalla y parpadeó varias veces, tratando de borrar de su campo visual los destellos de luz. Deni se encontraba en el umbral. En sus manos tenía, haciendo honor a sus palabras, un paquete ligeramente grasiento que desprendía un intenso olor a bollos con mantequilla.
— Recién hechos, calentitos. ¡Ven, que se acabarán!
— Ahá.
La puerta se cerró, y el cosquilleante olor desapareció del despacho. Codi inspiró lenta y profundamente, estiró las piernas y estuvo un rato presionando con fuerza las palmas contra sus globos oculares. Cuando apretaba demasiado fuerte, veía estallidos de estrellas en los márgenes de su visión.
Los cruasanes estaban ya desenvueltos cuando llegó, y los asistentes habían dado buena cuenta de ellos: sólo quedaban los más aplastados, y prácticamente todos los presentes tenían uno en la mano.