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—¿Dónde te escondes todo el tiempo? — preguntó Deni—. Paso a por ti todos los días y sólo es la segunda vez que te encuentro. Mójalos aquí. Con mermelada de cereza están buenísimos.

— Y sin ella también — contestó Codi eligiendo el último cruasán entero del paquete—. Ahora mismo es importante que hable con un montón de gente.

Deni asintió, murmurando algo sobre los malditos periodistas que podían salir del edificio cuando quisieran y que encima se quejaban.

—¿Cuándo me he quejado? — protestó Codi.

— Todos se quejan — sentenció Deni. Masticó con determinación un rato—. Vamos a montar una cena la semana que viene. Queremos invitarla.

—¿A quién?

— A quién, a quién… A Bastia, por supuesto. Irás a invitarla tú.

—¿Por qué?

— Porque eres el nuevo y le dará pena dejarte solo con nosotros.

No iba a decir que no a una cena, pero dar pena no entraba en los planes de Codi.

—¿Por qué no la llamáis, simplemente? — protestó.

Ella retoca música, idiota, no está conectada a Airnet. Venga, es tu oportunidad de hacer algo por tus compañeros de pasillo. Te daremos instrucciones de cómo bajar. Los sótanos de Aquamarine pueden ser muy enrevesados.

Lo que Codi planeaba hacer era negarse educadamente y volver al despacho para buscar inspiración en el asunto de Eleni. Lo hubiera hecho, sin duda, si Deni no hubiera pronunciado la palabra Aquamarine. Se le ocurrió que podía convencer a Bastia de que le llevara a los estudios y allí, si seguía teniendo suerte, quizá daría con Gabriel. Con cada día que pasaba, hablar con el orchestrista se hacía menos importante a nivel humano — Codi aún echaba humo al recordar su salida de tono en el despacho de Lynne— y más imperioso a nivel profesional. Gabriel debía de conocer a otros orchestristas, a técnicos de sonido, todo tipo de gente envuelta directamente en la producción musical. Si había algo en marcha relacionado con la manipulación a través de la música, Cherny lo sabría.

— Está bien — dijo adoptando un aire de importancia—. Me han contado lo del intercambio de claves, y lo han hecho parecer un asunto sin importancia. Pero si alguien me para allí y me pregunta qué estoy haciendo, corroboraréis que sólo he bajado a los sótanos con la intención de ligar.

Así fue como, llegada la tarde, Codi se encontró en el vestíbulo del edificio, mirando por encima del hombro mientras sacaba del bolsillo el memo con la clave apuntada. Deni le había jurado y perjurado que el intercambio de claves era algo común y que a los vigilantes apenas les preocupaba. Codi había evitado mencionar que los vigilantes no le importaban; lo que no deseaba de ninguna forma era perder la confianza de Lynne. Tanto si la doctora estaba metida en algo como si no, no le haría ninguna gracia saber que Codi se centraba en comprobar la inocencia de Ramis… y la suya propia.

Codi accedió a las escaleras sin dificultad — se suponía que era el camino donde menos obstáculos encontraría—. Bajó los siete niveles que Deni le había mencionado. Mirando por el hueco que se abría en medio, suponía que debían de quedar otros veinte hasta llegar al final. Así, confirmó que su esperanza de cruzarse con Gabriel por casualidad había sido absurda, igual que la de desentrañar algún misterio de Aquamarine simplemente vagando por allí.

Encontrar a Bastia, por el contrario, resultó más que fácil. Si en las alturas ya tenía fama, en las profundidades era el centro de atención. Codi sólo tuvo que preguntar una vez, inmediatamente fue llevado por un laberinto de pasillos claustrofóbicos hasta una gran habitación donde, gracias a los múltiples y voluminosos trastos que la llenaban, apenas tenía espacio para desenvolverse.

—¡Candance! ¡Has venido a verme! Me encanta que mis amigos de arriba se acuerden de mí.

El grito había sido fuerte, y Codi adivinó que, igual que el día que la conoció, escuchaba música de fondo.

— Vengo como representante de un comité — dijo poniéndose serio—. En nombre de los habitantes del segundo pasillo estás invitada a la cena que planeamos organizar.

— Acepto encantada — repuso ella, tratando de ser igual de formal pero fallando por el volumen de su respuesta—. Sólo has venido a eso, ¿o pensabas también aprovecharte del estupendo café que preparamos aquí? Creo que puedo tomar diez minutos libres.

— Me aprovecharé del café.

Bastia desapareció entre filas de estantes y cajas, y Codi miró alrededor con más atención. Aquel lugar estaba lleno de chismes tecnológicos: había suficiente para estar explorando durante años. Dispuestos sobre altísimos estantes, allí había de todo: desde cajas llenas de implantes cocleares hasta lo que parecían gigantescas patas de araña multiarticuladas. Tenían un tronco común muy grueso del que se separaban ramas divididas a su vez en otras más finas. Codi pudo contar hasta ocho divisiones, la última tan diminuta que daba lugar a agujas milimétricas.

—¿Qué son esas cosas? — preguntó tocando con la yema una de las minúsculas terminaciones.

Fue un toque leve, pero las puntas se le clavaron en la piel. Codi se apresuró a retirar la mano y se lamió el dedo. Minúsculas gotas de sangre se quedaron manchando el artilugio.

—¿Qué dices? — el volumen fue normal esta vez.

Codi se volvió a tiempo de ver a Bastia quitarse el pesado cinturón.

— Estas cosas, ¿qué son? — repitió.

— Nunca has visto un orchestrón en tu vida, ¿a que no? Me cuesta recordarlo, a veces. Me paso la vida rodeada de esas cosas — Bastia cogió el artilugio con las dos manos, haciendo bastante fuerza para elevarlo del estante—. Esto es parte de un brazo de orchestrón. Se monta por aquí con varias otras piezas hasta completar el brazo entero.

Codi no pudo ver por dónde lo agarraba, pero el truco le pareció más que peligroso: un movimiento en falso podía dejarla sin una extremidad. No prestó mucha atención a la explicación sobre el montaje que siguió. Lo único con lo que se quedó fueron las primeras palabras, «parte de un brazo», que le recordaron la sensación que ya tuvo en las Hayalas: que el tamaño del instrumento completo debía de ser enorme.

—¿Podría ver los instrumentos? — preguntó. La oportunidad era demasiado buena para dejarla escapar—. He oído tocar, pero nunca he visto hacerlo.

— Los estudios no son un sitio donde se pueda llevar a gente de excursión… Además, aunque hoy no estamos realizando grabaciones, me han dicho que siguen ocupados como siempre.

— Eso no lo he entendido — confesó Codi.

— Pues que la última grabación que se hizo de Cherny fue ayer, yo misma la procesé. De hoy no ha llegado nada. Primero pensé que finalmente ha decidido tomarse un respiro, pero los técnicos de abajo dijeron que está tocando igual que siempre.

—¿Y eso es raro?

— No sabes hasta qué punto.

— Se acerca el lanzamiento de los ambientes. Arriba las cosas están que arden, preparando el concierto inaugural. Puede que simplemente practique.

Bastia soltó un bufido.

— No creo que le haga ninguna falta. Y lo que es más importante: él tampoco lo cree. Tiene un ego de saludable tamaño.

— No sé si le odias o es que te gusta — se rió Codi.

— Ninguna de las dos cosas. Hace que sienta ganas de llorar, y no sé si de emoción o de pura envidia.

—¿Y no hay ninguna forma de convencerte de que me lleves a conocerle?

Bastia agitó su café con un palillo, haciendo que el amargo olor se intensificara. Codi dio un sorbo al suyo, estaba tan caliente que no notó el sabor.

— No.

— Dime al menos cómo puedo encontrarlo.

—¿No lo entiendes? — dijo ella—. Puedo tener problemas si sigues husmeando por aquí. Colarse para acceder a la biblioteca de música es una cosa, pero si molestas a Cherny los grandes jefes lo sabrán. Dicen que es el ojito derecho de Lynne nada menos.