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— No. Lo. Entiendes — aseguró Fally con los dientes apretados.

— Tienes razón — concedió Codi. Si tan sólo pudiera quitar de su mente la imagen de Harden sonriendo burlonamente, quizá lo entendería mejor—. ¿Y qué tienes que hacer tú en ese caso?

Fally ni siquiera se hubiera dignado a mirarle, pero la puerta del despacho se abrió en aquel momento. Codi se volvió hacia atrás e inmediatamente se puso de pie: Lynne estaba en el umbral. Fue un movimiento reflejo sin segundas intenciones, pero ocultó a la niña de la vista de la mujer. El segundo que Lynne tardó en pasar dentro le bastó a Fally para escurrirse del sillón y esconderse bajo el escritorio. Codi, adivinando sus movimientos por el temblor de la mesa bajo sus dedos, estuvo muy tentado de ordenarle que se dejara de tonterías y saliera de allí, pero por alguna razón se limitó a dar un paso al frente y ofrecer a Lynne una silla.

— Me he enterado de todo. Tenemos asuntos que discutir — dijo Lynne. Se dejó caer en el asiento que Codi le ofrecía. Estaba ligeramente sofocada—. ¿Y sabes qué? Además de ocuparme del embrollo de tu antiguo jefe, estoy buscando a la hija de Stiva. La pobre elige los peores momentos para sus rabietas. Precisamente hoy, cuando cada segundo es crítico, ha decidido dar salida a su desbordante…

— Lynne plegó los labios—… imaginación. Sabemos que no ha salido del edificio, es lo único que me deja tranquila.

— No la he visto — dijo Codi—. Pero si la encuentro, hablaré con ella.

Rodeó la mesa, separó su propio sillón con muchísimo cuidado pero al ver a Fally acurrucada a sus pies evitó sentarse en él. Lamentaba su decisión de no delatarla pero ya nada podía hacer. Ambos parecerían ridículos si Fally saliera de debajo de la mesa. Además, no quería ser causa ni testigo de una reprimenda. Se las arreglaría con Fally solo. Como siempre.

— Mejor déjala estar y habla conmigo. Te llevará por derroteros de lágrimas, y te necesito para cosas más importantes que eso. Tu ex jefe es más listo de lo que pensaba.

— El artículo no es ni la mitad de desastroso de lo que podría ser.

Lynne levantó una ceja.

—¡Vamos, Candance! Cuando Stiva ponga un pie en el Crialto mañana, ¿cuál crees que será la primera pregunta que le harán? No he dado con Eleni… — Lynne golpeó la mesa con las puntas de los dedos—. Vamos a verlo.

—¿Ahora?

Durante un instante, Lynne no contestó. Tenía la expresión sobresaltada de quien recuerda a las once el compromiso de las diez. Su mirada estaba puesta sobre la mesa y la cinta de pelo que Fally había dejado allí. Codi abrió la boca pero antes de que pudiera hablar la mirada de Lynne se aclaró. No había hecho la conexión.

— Te prometí que si no podía encontrar al antiguo amor de Stiva en un plazo razonable de tiempo, hablaríamos con él — dijo poniéndose en pie y alisando su chaqueta—. Yo diría que ha llegado el momento.

Caminaron juntos hasta los ascensores, Lynne avanzando por delante y Codi siguiéndola un paso por detrás y sintiendo en sus carnes la mirada de sorpresa de algún compañero de pasillo. Se preguntó vagamente si Fally tendría el buen juicio de abandonar su despacho cuanto antes y aparecérsele a alguien. Un vigilante les precedía — había estado esperando fuera del despacho—. Cuando llegaron a los ascensores ya tenía uno esperando.

La decoración de la planta privada de Ramis no le pareció a Codi tan ostentosa como la primera vez que estuvo en ella. Pasaron a través del recibidor donde aquella vez estuvo esperando. Rodearon la mesa donde Fally se había sentado haciendo oscilar sus piernas: un robusto mueble de madera del color de la miel oscura. Más allá, los pasillos se separaban en varias direcciones y Codi ya no era capaz de recordar cuál llevaba al despacho donde se había reunido con Ramis.

Lynne aminoró el paso y el periodista aprovechó el instante para alisar sus mechones de pelo castaño. El reflejo que le devolvía el cristal de las estanterías era casi el mismo que el día que conoció a Ramis: el cuello de la camisa sin abrochar, la abundante cabellera castaña a la espera de un peine. Codi se abrochó el último botón, dio dos pasos más y se lo desabrochó de nuevo. Se ahogaba allí dentro. Sinceramente, esperaba que fuera Lynne la que hablara.

Desde luego, fue Lynne la que abrió la puerta del despacho. Ramis estaba sentado a su mesa. No presentaba su mejor aspecto. El Stiven Ramis que Codi conocía era un tipo jovial, enamorado de sí mismo. La última vez que hablaron, la alegría había manado de él como de una fuente. Ahora estaba pálido, la cabeza agachada, la mirada turbia e inyectada en sangre. Cuando les vio acercarse, se enderezó. Sus ojos se posaron sobre Lynne, luego pasaron brevemente a Codi y de nuevo a Lynne. No parecía sorprendido de verlos allí. Codi pensó que Lynne quizá le había avisado del asunto que venían a discutir. No veía otra explicación para el estado de Ramis: como reacción a un artículo era ciertamente exagerado.

— Perfecto. A ti te quería ver — dijo el hombre dirigiéndose a Lynne e irguiéndose en su asiento.

La doctora no se inmutó. Con cada instante, crecía en altura. Parecía un ángel justiciero, amenazante e implacable.

— El sentimiento es recíproco. Es tiempo de respuestas, Stiva — dijo—. He traído a Candance para que sea testigo de lo que vayamos a decir aquí. Fue él quien me puso sobre la pista de la víctima número siete de Acorde S.A.

—¿Qué? — graznó Ramis. No era eso lo que había esperado.

— Estamos aquí para hablar de Eleni… — pronunció Lynne suavemente—. Tu prometida.

Un estallido de rabia aclaró la mirada del hombre.

— Tú lo sabías — gruñó, un sonido digno de animal enojado—. Tú siempre lo supiste. Cuando arreglamos los documentos de Fally…

—¡Deja a la niña fuera de esto! ¡Estamos aquí para hablar de Eleni!

— Tú… — Ramis se atragantó con las palabras—. Tú…

— No venimos a hablar sobre tu descendencia, Stiva, sólo sobre tu amante — repitió Lynne con lento énfasis. Esperó hasta confirmar que se había calmado antes de continuar de manera más lenta aún—. Cuando adoptaste a Fally, me contaste que no deseabas una relación estable de la que pudieran nacer hijos propios debido a una turbia aventura de hacía muchos años. No hay más. No venimos a hablar de la niña. Olvídate de ella.

Se miraron por encima de la mesa hasta que los ojos de Ramis se cerraron para convertirse en diminutas grietas. El hecho de que las palabras de Lynne remitieran a un pacto cuya finalidad era dejar a Codi fuera de una parte de la historia no se le escapó al periodista, que clavó los ojos en Ramis, dispuesto a no perderse ni un movimiento suyo. Por eso vio que el hombre asentía mínimamente.

— Se llamaba Eleni — dijo Lynne entonces—. Era joven e ingenua, irritante con sus ocurrencias provincianas, pero poseía una belleza y fragilidad que te atraían. Tocaba con gracia, con pasión. Todas las puertas estaban a punto de abrírsele. Fue algo de eso lo que te conquistó…

— Eleni, sí, la recuerdo. ¿Qué pasa con ella?

— La acompañaste al teatro, la invitaste a restaurantes, la presentaste a tu familia… La cautivaste con el brillo de la gran ciudad, la enamoraste… pero pronto te cansaste de ella…

—¿Y qué? — repitió Ramis—. ¡No iba en serio, no era nada formal! Ella…

— … Desapareció junto con los trabajadores muertos…

—¡Dime algo que no sepa!

Ramis se levantó de su asiento. El tono de su voz había subido de nuevo, y Codi dio un cauteloso paso hacia delante que lo colocó al lado de Lynne. Miró a la doctora de reojo: no parecía en absoluto afectada. A pesar de que Ramis era un tipo corpulento, parecía dominarle con su presencia.

— Desapareció… y tú te alegraste.