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— Lo siento — repitió Gabriel automáticamente—. ¿Estás bien?

Codi sorbió aire. ¿Por qué hablaba? ¿Por qué no podía callarse y simplemente desaparecer? No quería verle. Sabía que si Cherny no se iba pronto, sería la ruina de ambos.

— Estoy perfectamente. He sobrevivido a tu desquiciado arranque, ¿no? — no miraba a Gabriel y no pudo ver la mueca de dolor que recorrió su cara, pero el silencio que siguió fue suficientemente largo para imaginarla con detalle. Se dijo que no le importaba—. ¿Lo que dijo Lynne sobre tu madre era cierto?

— Te lo conté — respondió Gabriel suavemente—. Estaba muy enferma.

— Estaba loca. Loca de verdad. ¿Hablaba con las paredes, veía monstruos?

No tenía ninguna gracia, pero Codi se obligó a reírse. Sólo pensaba en hacer daño. Tenía un manojo de áspides retorciéndose en su interior y deseaba liberarlos uno a uno en las heridas de Cherny. Quería devolverle una pizca de su propia angustia.

— De todo lo que dijo, Alasta sólo se equivocó en una cosa: ella no me enseñó a tocar. Fue casi una casualidad. Rompió el escaparate de una tienda de música. El dueño me cogió a mí, y me amenazó con denunciarla — cada palabra sonaba como si a Gabriel le resultara físicamente doloroso pronunciarla, y Codi comprendió que sólo hablaba para poner fin a sus grotescos comentarios—. Le seguí el juego porque me interesaba. Creo que te conté otra historia, pero sólo fue porque eso no era…

—¿… asunto mío? ¿Tampoco la identidad de Alasta? — explotó Codi. La rabia luchaba por salir a flote—. Me mentiste desde el principio…

—¡Te conté más de lo que quería, más de lo que era tolerable! Lo único que omití fue lo que no fui capaz de pronunciar en voz alta… Que si las cosas hubieran sido mínimamente diferentes, si Faelas no hubiera estado allí, habría hecho esto… — la voz de Gabriel tembló— voluntariamente… a los quince años.

Aspiró aire entre los dientes apretados, trató de seguir hablando pero no pudo. Estaba tratando desesperadamente de contenerse, se dio cuenta Codi, pero no podía dejar de temblar.

—¿No te conté que no quería que nadie me escuchara tocar? — dijo con visible esfuerzo—. Mi madre, ella… no puedo contarte cómo era. Los niños no pueden diferenciar la realidad de la imaginación. Yo vivía inmerso en sus pesadillas. Cuando estaba tranquila, sentía por ella el tipo de cariño que puedes sentir hacia alguien muy desprotegido. El resto del tiempo… Acabas de verlo. Lo que escucharon Tallerand y Harden fue algo similar. No sabía que Alasta lo utilizaría.

— Lo sé — dijo Codi—. Ella me lo dijo.

Gabriel no pareció haberle oído.

— Si todo este tiempo te hablé de Alasta, ¡fue porque no se me ocurrió que pudieras conocerla! — dijo subiendo la voz—. ¡Y Tallerand me protegió, me volvió inalcanzable para ella! Me acogió aun sabiendo que le mentía en todo. Lo hizo por su propio interés, pero también trató de darme su afecto. No sabes lo que significó para mí. No quería hacerle daño. Nunca quise…

Escondió la cara entre las manos. Codi no oyó ningún ruido salvo la respiración forzada, pero vio que los hombros de Gabriel eran sacudidos por apenas controlados sollozos. Sabiendo cuán largo tiempo había temido que las cosas acabaran así, era doblemente doloroso ver su angustia. Pero entonces, Codi recordó su conversación con Tallerand. Algo le pasaba a Gabriel, había dicho, y tarde o temprano saldría a la luz en un arrebato de emoción que lo arrasaría todo. Algo que el viejo deseaba escuchar con impaciencia, que llegaría hasta su alma curtida…

— Tallerand entendía más de lo que crees — dijo.

En el centro del estudio, el brazo roto del orchestrón colgaba en posición precaria y oscilaba lentamente. Cuando Codi dejaba de hablar, podía oír el repetitivo crujido que emitía. Gabriel debía de oírlo también, porque acabó levantando la cabeza y mirando al frente en vez de al suelo. Su expresión seguía ausente, la aparente apatía tratando de esconder la descarnada desolación.

— El otro hombre…

— Escribió algo que molestó mucho a Lynne — dijo Codi.

—¿Le conocías?

— Era mi antiguo jefe.

Lamentó haber pronunciado las palabras casi de inmediato. Era demasiado fácil tomarlas como una acusación.

—¿Crees que hay algo que pueda hacer? — preguntó Gabriel tentativamente—. Su familia…

— Llevaba años sin hablar con su familia.

Gabriel se encogió ante lo lacónico de la respuesta.

— Lo siento — susurró, y Codi comprendió que no sólo se refería a Harden y Tallerand, sino también a él. Sobre todo a él—. Yo… No sé qué tengo que hacer. No sé cómo solucionarlo. Creo que no puedo. Le hice daño a Faelas porque quería librarla de esto. Tenía… tenía que habernos quemado a los dos.

— No digas eso — dijo Codi y levantó la mano, acallando la protesta que sabía que iba a venir—. Puedo juzgarlo, ¿no crees? Tengo derecho, he estado allí. Lo que hiciste no fue intencionado.

La respuesta fue resentida y muy baja, pero no pasó desapercibida para Codi a pesar de que Gabriel escondía la cara entre las manos.

— Lo que hizo mi madre tampoco lo fue.

— Pero tú eres más fuerte que ella — dijo el periodista—. A Eleni, su arrebato la destruyó. Se hundió, jamás recuperó el dominio sobre sí misma. En cambio, tú… Miraste a los ojos del desastre y diste un paso atrás. Has sido capaz de controlarte, cosa que ella nunca logró.

Una pequeña sonrisa se dibujó en el rostro del orchestrista. No había alegría en ella, ni ilusión, ni orgullo. Pero sí había alivio, el inmenso alivio de quien recibe un perdón que considera inmerecido. Y esa sonrisa calentó a Codi por dentro, le hizo sentir completo por primera vez desde que la música había cesado. Se puso de pie y alargó la mano a Gabriel. Supo que ambos estarían bien cuando el orchestrista aceptó su ayuda.

CAPÍTULO XVIII

La bajada ya le había parecido larga, pero la subida resultó ciertamente interminable para Codi. El sonido de cada paso se fragmentaba en dos o tres ecos. Oía la respiración entrecortada de Gabriel detrás de él y un poco a la derecha. Deseaba parar para descansar, pero no quería ser el primero en sugerirlo. Al final, ninguno de los dos paró.

Salió dando tumbos al hall del edificio, demasiado agotado para pensar antes de hacerlo. Había personas entrando y saliendo de la sede. El rutinario vigilante charlaba con su compañero cerca de la entrada, y no prestó atención a su aspecto desastrado. El labio de Gabriel hacía tiempo que había dejado de sangrar, y el pelo ocultaba la herida de la frente.

Fuera del edificio el sol brillaba insolente, punzante, y el periodista tuvo que cerrar los ojos contra su luz. Comprobando el reloj, comprendió que habían pasado en los sótanos la noche entera. Los empleados que cruzaban el césped volvían de su almuerzo.

Sin necesidad de intercambiar palabra, caminaron a lo largo de la avenida hasta que Emociones Líquidas se perdió de vista, oculto por un edificio más alto. El mundo se movía alborotado a su alrededor, completamente ajeno ellos. A Codi le costaba mantenerse sereno. Frases para artículos de denuncia y nombres de contactos con los que tendría que hablar revoloteaban en su cabeza. Sospechaba que tras unas horas de sueño todas sus ideas actuales se revelarían como pésimas, pero por el momento parecían aceptables. Había avisado a Lynne desde el principio: si descubría algo, no se quedaría callado.

Sabía que iba a necesitar la ayuda de Gabriel y no dudaba de que la obtendría, pero esperaba a que el orchestrista hablara primero porque quería darle tiempo para recomponerse. Sabía que con la luz del día y el paso de las horas lo sucedido se volvería más nítido, definitivo e irrevocable. Por eso permitía que Gabriel callara.