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Pararon antes del paso de peatones de una gran intersección. El aire allí olía a polvo y a metal. La corriente del tráfico fluía a gran velocidad a pocos metros de ellos. A pesar de que el edificio de Emociones Líquidas quedaba oculto detrás de otros más altos, Codi seguía sintiendo la sólida sombra de su presencia.

— Volver a casa quizá no sea la mejor idea — dijo tentativamente, las manos en los bolsillos—. Tengo una amiga…

El apartamento de Cladia era pequeño, pero estaba seguro de que no le importaría. Cherny negó con la cabeza.

— Tengo que ir al Crialto — dijo—. Pronto comenzarán la presentación y el concierto.

—¡No puedes hablar en serio!

— No voy a tocar. Ni siquiera está previsto que lo haga, el programa fue cambiado cuando comenzó todo esto. Quiero ir porque Faelas está allí… Y también Alasta.

—¿Y a cuál de las dos quieres ver? — preguntó Codi con sospecha.

A pesar de todo, se le hacía raro que hablara de Alasta. Para él, esa mujer siempre sería Lynne: la exquisita, elegante y traicionera doctora Lynne con su sonrisa de madreperla. Gabriel se encogió de hombros, fingiendo indiferencia.

— Creo que a ambas.

— Oh, no. ¡No, no, no! No tientes tu suerte. Esa mujer es como una araña: te atrapa y no te deja ir, y ni siquiera te das cuenta de cómo lo hace. Todos, absolutamente todos me dijeron que no confiara en ella, pero incluso cuando comprendí que tenían razón…

— Te sabía mal abandonarla — terminó el orchestrista—. Todo eso es cierto. Pero olvidas que tiene un repetidor y mis grabaciones, y que ya los ha utilizado varias veces.

— Conozco a gente que se muere por hundirla. Ven conmigo a ver a Mollaret. Cuando escuche lo que vamos a contarle…

—¡Sigues sin entender nada! — la rabia era palpable en la voz de Gabriel—. Si montas mucho revuelo, quizá puedas causarle problemas a Alasta. Quizá puedas hacer que desista de su plan. Pero no podrás evitar que se invente otro y que antes de ponerlo en marcha se centre en las represalias.

—¿Y por eso quieres ir tú a hablar con ella? — dijo Codi, incrédulo—. Le tienes pánico…

— No. Yo… — Gabriel propinó un puntapié a una colilla antes de que sus hombros bajaran con resignación—. Yo la entiendo, ¿sabes? No quiero decir que apruebe lo que hace. Simplemente soy capaz de ver la situación desde su punto de vista. Y creo que ella me lo tiene en cuenta. Creo que soy el único que tiene una mínima posibilidad de hacerla entender. Hasta la persona más egoísta del mundo necesita un compañero a veces…

—¿Te das cuenta de lo malsano que es eso que dices? — escupió Codi.

Un taxi se apartó del incesante río de vehículos, entró en el carril de pasajeros y paró a la altura de Gabriel. Codi estaba tan desconcertado por las palabras del orchestrista que no había notado la señal que debió haber hecho. Vio que Cherny caminaba hacia el vehículo y abría la puerta, y se acercó a toda prisa tras su amigo.

Gabriel, a punto de subir, se giró hacia Codi.

— No necesitas mezclarte en eso — dijo suavemente.

— Te equivocas al pensar que puedes ir allí. Acabarás mal. Esa mujer no tiene en cuenta nada que no sea ella misma.

Gabriel esbozó su habitual frágil y reminiscente sonrisa y clavó la mirada en el cielo.

— Tengo que creer que no me equivoco, porque Faelas está allí. Y sé que tú la quieres tanto como yo…

— Yo, ¿querer a Fally? Lo que quiero es la exclusiva.

— Eso no hay quien se lo crea — repuso Gabriel solemnemente.

Si Codi hubiera estado menos alterado por lo que su amigo pensaba hacer, habría apreciado mejor la ironía de la respuesta.

El viaje hasta el Crialto pasó prácticamente en silencio. Codi miraba el tránsito de vehículos en el exterior. Un movimiento desafortunado le hizo redescubrir el corte de su palma izquierda, y pasó unos minutos luchando contra los recuerdos que le invadieron por asociación. Había sido sincero al decir a Gabriel que no le culpaba de las muertes, lo cual llevaba implícito el perdón por su propio calvario, pero recordar lo sucedido aún le provocaba escalofríos de repulsa.

Salieron del taxi delante del Crialto. Un pequeño grupo de curiosos se agolpaba ante el cordón de terciopelo que delimitaba el acceso al hotel. Codi reconoció a Cladia, con cara pálida y desencajada. Verla tan preocupada creó un vacío a la altura de su estómago. Al darse cuenta de que su implante no funcionaba, no se había preocupado por las consecuencias. Ahora comprendía que Cladia había tratado de contactar con él, y no quería pensar en lo que se habría imaginado al no poder hacerlo.

Se saludaron de lejos. Codi aminoró el paso, tanto como podía hacerlo sin dejar de seguir a Gabriel, pero Cladia no se acercó. Seguramente no tenía acreditación para entrar, o quizá se había dado cuenta de la determinación con la que ambos se abrían camino hacia el interior del hotel.

Entraron en el Crialto, pero en vez de penetrar en la expectante aglomeración humana fueron hasta la recepción y la rodearon. Codi no podía más que maravillarse de cómo el porte regio de Gabriel volvía invisibles los cortes de su cara y el roto de una de las mangas del traje. El orchestrista saludó escuetamente a la mujer que se encontraba allí — Saya, la misma que había interceptado a Codi en su primera visita—. Intercambiaron varias frases y la mujer asintió y se apartó, liberando el acceso a la portezuela que llevaba a la zona de servicio del hotel.

Gabriel interceptó la mirada inquisitiva de Codi.

—¿De verdad pensabas que iba a entrar allí y montar un escándalo? No necesitamos tener un enfrentamiento si podemos evitarlo. Conozco formas discretas de entrar.

Anduvieron a lo largo de una serie de pasillos largos y estrechos donde sólo se cruzaron con carros de limpieza. Gabriel encontraba el camino sin dificultad. Tras doblar la primera esquina, el escándalo del exterior dejó de penetrar aquí, y lo único que Codi oía eran ruidos de maquinaria rítmicos y lejanos. Los techos eran tan bajos que podía rozarlos con las yemas de los dedos.

Pararon ante una puerta. Por fuera parecía igual a otras que habían dejado atrás, pero bajo la mano de Gabriel se abrió hacia una oscuridad insondable en la que ruidos mecánicos se repetían cíclicamente: clics metálicos, roce de unas partes con otras. Iluminándolo todo con siniestros reflejos cambiantes, un fulgor anaranjado subía desde el suelo. Mirando por encima del hombro del orchestrista, Codi no llegaba a intuir lo grande o pequeño que era el lugar.

Tras quedarse en el umbral durante varios segundos, Gabriel pasó dentro. Codi le siguió con pasos inseguros.

—¿Qué es esto? — preguntó en un susurro. No se imaginaba el significado de un lugar así escondido dentro de un moderno hotel. El santuario de un Dios pagano le parecía, una boca inmunda que exigía sacrificios.

— La parte oculta del orchestrón — la voz de Gabriel venía desde delante y reverberaba levemente—. Aquí está la memoria y las bibliotecas de sonidos. El resto es maquinaria de mantenimiento. El pozo es donde se esterilizan los brazos.

¿Pozo? Cuando los ojos de Codi se adaptaron a la mezcla de oscuridad y resplandor, vio que la luz anaranjada provenía de un agujero en el suelo. Tenía el diámetro de varios metros, y era lo bastante profundo para que una persona que se hubiera caído dentro tuviera dificultades para salir. Una columna de aire caliente subía desde abajo.

— El orchestrón está justo detrás — explicó Gabriel señalando la pared posterior, en la que se intuía una abertura, conectada a través de un raíl con el propio pozo—. Todo está comunicado. El pasaje no está hecho para personas, pero es ancho y se puede utilizar. Lo sé porque una vez lo hice.