Codi dio un tentativo paso hacia el pozo.
— En las Hayalas me dio la impresión de que no querías enseñarme tu instrumento — confesó—. Cuando vi el orchestrón de Emociones Líquidas, creí comprender por qué. Pero esto…
— Es sólo una inevitable cuestión de higiene. El orchestrón del Crialto tiene treinta brazos, o treinta registros. Cada brazo tiene miles de sensores, y al tocar algunos de ellos perforan la piel. Al cambiar de intérprete, los brazos de desmontan uno a uno y se esterilizan aquí dentro. Con los instrumentos privados esto no es necesario.
Llevado por la curiosidad, Codi se asomó un poco más. El suelo y las paredes del pozo estaban cubiertos por rejillas, y había salientes asimétricos entre los cuales se filtraba, cual lava, la luminiscencia anaranjada.
—¿Quema? — preguntó.
Dio un paso atrás: la luz parpadeó durante un segundo. La mano de Gabriel se cerró sobre la suya, y acto seguido el orchestrista le arrastró hacia un lado. La apertura en la pared se llenó de una sombra erizada. Esa sombra recorrió el raíl, revelándose a medida que avanzaba. Era más alta que un hombre. Llegó hasta el borde del pozo, se tambaleó y se hundió en su interior. La luz naranja volvió a inflamarse, y esta vez no se apagó.
— Según el momento — dijo Gabriel—. No te preocupes; mientras no te cruces con un brazo y no te acerques al pozo, no sucederá nada. Y entre un brazo y el siguiente, hay tiempo de sobra para pasar.
Codi no se preocupaba por eso. Ciertamente, las proporciones épicas de la maquinaria le tenían hipnotizado, pero era la súbita intuición de lo que en realidad significaba aquel lugar lo que mandaba escalofríos a lo largo de su espalda.
— Aquí fue donde sucedió lo de Fally, ¿verdad? — dijo muy despacio—. Se cayó al pozo y se quemó allí dentro.
Una contracción muscular parecida a un tic doloroso cruzó la cara de Gabriel. La luz proveniente de abajo cubría su pelo, normalmente negro como la noche, con siniestros reflejos dorados.
— Hicimos el camino contrario, desde el auditorio hasta aquí — dijo en voz baja—. No se cayó. Saltó dentro porque dejó caer un regalo de Alasta.
—¿Qué hacía en el Crialto?
— Completar los trámites de la adopción. Me enteré demasiado tarde, y reaccioné mal. Aún me pregunto si hubiera hecho lo mismo si Ramis no fuera también mi padre biológico.
Le llevó a Codi varios segundos procesar las palabras. La revelación sobre Eleni había sido tan dramática que no se había parado a cavilar sobre la otra mitad de un todo. Joven caballito, paseando por allí con su chica preciosa… Stiva Ramis.
— Todo ese tiempo, ¿sabías quién era? — preguntó con incredulidad.
Gabriel se encogió de hombros con desprecio.
— Nuestro primer encuentro no fue de los que se olvidan fácilmente. Al menos, no para mí; es probable que él lo haya vivido de otra forma.
— Ramis sólo se enteró de quién eras ayer — razonó Codi—. No entendí por qué estaba tan pálido por la mañana. No era por el artículo, ni por la suerte de Eleni. Era porque Fally le había dicho que erais hermanos… Debió de acordarse de los niños que se presentaron en su casa, comprender quién eras tú. Estaba furioso con Lynne por ocultárselo… ahora lo entiendo. Ella lo acalló utilizando mi presencia como amenaza de escándalo, y no me di ni cuenta.
— No conozco sus motivos para elegir a Faelas — dijo Gabriel—. Supongo que buscaba a alguien con talento, y que Alasta vio en ello su oportunidad. Por aquel entonces ella y yo nos habíamos distanciado mucho. Habíamos tenido una discusión tan fuerte que me había quitado la joya, y aunque yo le pedí disculpas después, se negó a devolvérmela. Culpaba a Faelas del cambio de mis convicciones, y con razón. Por eso quería separarnos, pero sin malgastar el potencial de ninguno. Lo hizo con mucho sigilo. Me daba cuenta de que Faelas desaparecía a veces de la isla pero pensaba que iba fuera a tocar, no a verse con mi propio padre. Tampoco sospeché cuando Alasta vino a hacernos una sesión de fotos y sólo hizo una en la que estábamos juntos, la que te enseñé. Y cuando la trajo con nosotros al Desafío… La verdad es que estaba tan absorto con el concurso que no pensé nada malo hasta que no vi a Alasta y a Ramis sellar los documentos. Fue aquí mismo, en uno de los reservados de la primera planta. Los encontré por casualidad, mientras esperaba mi turno en la final. No sé por qué Alasta hizo coincidir la adopción con el concurso. Los juegos mentales le encantan, pero aquél era arriesgado hasta para ella. Yo sabía que los jueces estaban esperándome, pero estaba como paralizado fuera del reservado, mirándolos sin saber qué hacer. Me sentía como si el pasado regresara, y yo tuviera otra vez sólo diez años y mirara cómo la caja de adopción se llevaba a mi hermana. Tallerand me encontró, y me llevó al auditorio. No recuerdo lo que toqué. No recuerdo cómo oí mi nombre, ni cómo subí al escenario a recoger el premio, nada. Luego bajé, y vi que Faelas estaba allí. Vino corriendo y me abrazó, y me dijo que la habían llevado a una habitación extraña, pero que se había escapado para escucharme.
La cogí en brazos y me la llevé al estudio. No tenía ningún plan, sólo quería esconderla de todos. Del estudio llegamos aquí, y de repente Faelas se liberó y saltó abajo. Le grité que no se moviera y bajé a por ella. Hacía mucho calor, me acuerdo de eso, pero las máquinas ya habían parado. Faelas buscaba algo en el suelo del pozo. No quería decirme qué era, pero lo supe de todas formas cuando lo encontré. Era la joya que Alasta me había quitado.
Gabriel miró en dirección al pozo donde el brazo rotaba ahora lentamente. Codi podía ver lo blancos que se volvieron sus nudillos.
—¿Sabes lo que es sentirte impotente? ¿Aceptar la responsabilidad de proteger a alguien por primera vez en la vida, y luego no poder? Traté de sacarla, la levanté y traté de explicarle dónde poner las manos una y otra vez, pero estaba asustada y no lo entendió. Si la dejaba atrás Faelas ocuparía mi lugar, ¿no lo entiendes? Alasta la convertiría en aquello en lo que casi me había convertido a mí… Le dije que cerrara los ojos y le cogí de la mano… Ella trató de soltarse pero yo no le dejé ir. La forcé, la mantuve mucho tiempo allí, y ella gritaba.
Gabriel cerró los ojos y calló, rememorando la escena o quizá tratando de suprimirla de su memoria. Cogió aire con una inspiración profunda antes de seguir hablando.
— Cuando salí, fui directamente a Luz de Amanecer. Encontré el lugar donde habíamos vivido, pero estaba abandonado. Nuestra… madre… había muerto. Abrió el gas y provocó una explosión el mismo día que nos mandó fuera. Los habitantes de nuestro callejón me lo contaron con ganas. Ninguno me reconoció. Viví varias semanas allí entre los escombros. Luego volví al Crialto y hablé con Tallerand. El resto, ya lo conoces.
Esperaron a que el brazo saliera del pozo y desapareciera de la habitación para ponerse en marcha. Cuando finalmente fue engullido por la pared, Gabriel tocó el antebrazo de Codi y le indicó que debían moverse en la misma dirección. El periodista obedeció.
La abertura se abría a una especie de túnel. Codi asomó la cabeza — para su alivio no era largo en absoluto—, pero antes de que pudiera entrar vio una sombra pequeña y de ángulos suaves moverse hacia él desde el otro lado. Gabriel, que iba por delante y tapaba parcialmente su campo de visión, lanzó una suave exclamación e indicó a Codi que se volviera. El periodista obedeció, saliendo otra vez a la sala de mantenimiento. Gabriel emergió un segundo después, seguido de Fally. La niña respiraba rápidamente. Su pelo estaba enmarañado; su cara sucia. Se quedó quieta un segundo moviendo la cabeza de un lado a otro, los brazos extendidos en un intento de palpar la oscuridad.