—¡Faelas!
En un único movimiento Gabriel la atrajo hacia sí. Fally soltó un chillido e intentó liberarse. Cuando reconoció a Gabriel, sus labios empezaron a temblar. Dejó de trajinar y hundió su cara en el pecho del orchestrista.
— Faelas… ¿Qué haces aquí?
— Lo vi en las noticias — balbuceó la niña—. Llevaba días vigilando; sabía que pasaría. Intenté contarlo a Padre, pero no me escuchó. Se lo dije a sus guardaespaldas y a sus socios y nadie me hizo caso, así que cogí el repetidor y me fui de allí.
Extendió el brazo y abrió el puño que tenía cerrado. Gabriel se apartó un poco y aceptó el objeto que le tendía. No era una gran cosa: un estuche negro y bruñido del tamaño de la mitad de su palma. Tenía el logo de Resonance grabado sobre la tapa. Gabriel abrió el estuche con cuidado y luego miró a Fally, como buscando una explicación. La niña dijo algo en voz muy baja. El orchestrista asintió, y Codi comprendió que habían dado con aquello que buscaban. No podía creer la audacia de Fally. Qué coraje había necesitado para hacer aquello a Lynne y a su padre, y qué convencimiento interno de lo que era correcto.
— Eres muy valiente — dijo.
Los ojos de Fally brillaron con rebeldía.
— Ya verás como todo el mundo me escucha ahora.
Gabriel cerró el estuche con un clic. Lo guardó en el bolsillo, cogió la mano derecha de la niña y la mantuvo entre las suyas. La masa carnosa y sonrosada de la cicatriz destacaba claramente sobre el resto de piel. Gabriel trazó su perfil con el dedo una y otra vez: fascinado, repelido, incapaz de apartar la mirada. Fally respiraba pesadamente, pero no se movía en absoluto.
— Cuando me negué a aceptarte volví a hacerte daño, y me volví a decir que hacía lo correcto — dijo Gabriel sin levantar los ojos—. Te di un motivo más para odiarme, como si no tuvieras suficientes. Jamás tenía que haberme apartado de ti.
Los puños de Fally se cerraron, y sus ojos adquirieron un brillo poco natural.
— Te detesto — dijo con pasión, pero sin fuerza real detrás de las palabras—. ¿Tienes idea de lo que me has hecho? ¡Decirme aquello cuando creí que habías vuelto a por mí! Recibir esa estúpida cicatriz no fue ni la mitad de doloroso.
— Soy un estúpido. Ya lo sabes. Si de verdad quieres que…
No pudo seguir. Fally se abrazó a él como si temiera morir, como si el mundo se fuera a acabar y no quedara nada alrededor a lo que agarrarse. Gabriel la rodeó con los brazos y se quedaron así, inmóviles e indiferentes al resto del mundo. Codi no sabía si debía alegrarse o maldecir a su amigo por haber tardado tantos años en darle aquello a la niña.
El fulgor del pozo se encendió otra vez. Un nuevo brazo empezó a penetrar en la sala. Ahora fue Codi quien se mantuvo alerta: puso la mano sobre el hombro de Gabriel para avisarle del peligro.
— Vámonos — dijo—. Tenemos todo lo que hace falta.
Las explicaciones detalladas tendrían que esperar. Codi quería salir de allí cuanto antes; tenía los nervios a flor de piel. Después de escuchar el relato de Gabriel, todo el lugar le parecía impregnado de tragedia.
Gabriel asintió. Se apartó de Fally, pero casi en seguida la cogió de la mano en un tímido gesto de cariño. Codi no tuvo oportunidad de comentar la escena: su propia mano fue delicadamente agarrada por la niña. Juntos, se abrieron paso hasta la salida. Cuando la puerta se abrió antes de que la alcanzaran, Codi sintió que su corazón se hundía. Interponiéndose entre el pasillo bien iluminado del Crialto y ellos tres, varios hombres con uniforme de Emociones Líquidas esperaban impertérritos. Detrás de ellos se perfilaba la silueta de Lynne. Encajaba siniestramente entre los hombres que la precedían.
Ignoró a Fally. Miró a Codi con sorpresa. A Gabriel le dedicó un aguijonazo de irritación.
—¿Lo tienes tú? — preguntó mientras avanzaba hacia ellos.
La respuesta de Gabriel fue llevar a Fally hacia atrás para taparla con su cuerpo. Codi hizo lo mismo, poniéndose al lado del orchestrista. Protegida por sus espaldas, la niña quedaba casi oculta a los ojos de Lynne. Codi sintió cómo sus dedos agarraban su camisa por detrás con una fuerza angustiada.
— Tenéis algo que es mío — el tono de Lynne no admitía discusiones—. Gabriel, devuélvemelo. Estas personas no tienen la experiencia de tus cuidadores. Pueden hacerte daño.
Los ojos del orchestrista recorrieron a sus uniformados acompañantes antes de posarse nuevamente sobre la mujer.
— No.
Con un suave movimiento, Codi se liberó de la mano de Fally. Dio un mínimo paso atrás, pensado más para darle un empujón a la niña que para apartarse de Lynne. Fally fue rápida en comprender la indicación. Codi notó más que vio cómo se alejaba de él, caminando hacia atrás con pasos pequeños e inaudibles. Sabía que tras varios segundos, quedaría oculta en la penumbra de la habitación.
— Cladia está fuera — susurró tratando de no mover los labios.
Confiaba en que Fally fuera capaz de encontrarla. Si llegaba al auditorio estaría a salvo, pero si lograba hablar con Cladia quizá él y Gabriel también llegaran a estarlo. Codi cruzó los dedos para que no tropezara con los raíles.
— Siempre he sabido que no te importaba pasar por encima de cualquiera — oyó decir a Gabriel, sus labios curvados con desdén— pero no imaginaba que recurrieras con tanta facilidad a métodos tan crudos.
—¡Basta ya! — le gritó la mujer—. Estoy harta de tus pretendidos escrúpulos… ¿Crees que tener un permanente conflicto contigo me causa placer? ¿Cuándo te darás cuenta de que todo lo que hago es por tu bien?
— Me has utilizado durante años.
— Te entrené.
— Me obligaste a hacer cosas que no quería.
—¿No recuerdas cómo llegaste a mí? Una criatura de ojos grandes, ropa vieja y uñas sucias. Yo puse mis manos en ti, te pulí, te dije mejora esto, trabaja sobre estos puntos y serás un dios. Despellejé a un cachorro inútil para sacar a la luz lo que eres ahora. Te he cuidado, te he enseñado lo que sé. ¡Te lo di todo, muchacho desagradecido!
Una cortina cayó sobre los ojos de Gabriel. En un flash, Codi vio en ellos algo muy triste, muy herido. El orchestrista bajó la cabeza.
— No creas que no lo sé — dijo en voz baja—. Pero has ido demasiado lejos. Has involucrado a demasiada gente, has matado con mis manos. Cualquier persona normal odiaría lo que haces, lo que eres. Pero yo… no quiero odiarte. Por favor, no me obligues.
— Dame el repetidor.
El orchestrista esbozó una fugaz y amarga sonrisa.
— No lo tengo.
La respuesta le valió una bofetada. La ira le proporcionó a Lynne una fuerza considerable: Gabriel se lamió los labios antes de volver a hablar con una calma irreal.
— Te prometo que no lo tengo — repitió—. Deja que nos vayamos. No destruyas el recuerdo de la poca bondad que le has mostrado a alguien en tu vida. Por favor.
Por lo poco que Codi sabía de Lynne, imaginaba que el ruego sería inútil, pero comprendía la necesidad que Gabriel tenía de intentarlo. Además, simplemente no tenían otra salida. Ni Gabriel ni Codi poseían la práctica o la complexión necesaria para hacer frente a la media docena de agentes entrenados que aguardaban al otro lado de la puerta. Y no tenían posibilidad de seguir a Fally. Tratar de colarse precipitadamente por una abertura oscura y estrecha significaba una invitación al desastre.
Un gesto de Lynne, y fueron completamente rodeados. En cuestión de segundos y sin saber muy bien cómo, el periodista se encontró de rodillas y con la cabeza agachada mientras una rodilla se le clavaba en un lado del cuello. Su brazo derecho fue llevado hacia atrás y hacia arriba, reforzando el mensaje de que cualquier intento de resistencia acabaría en la dislocación de la extremidad. Codi se retorció a pesar de todo, tratando de volver la cabeza hacia atrás para asegurarse de que Fally se había ido. El vigilante realizó un giro de muñeca, tan natural que resultó evidente que llevaba años perfeccionándolo. Un dolor agónico recorrió el brazo de Codi hasta la base de la nuca y se le quedó atravesado en la garganta. Una mancha roja apareció en su campo de visión, y por un momento temió que todo se oscurecería.