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"Y sin embargo, prima, después de conocerla, entiendo lo que no había comprendido antes. Su padre quería que la conociera en el último momento, por así decir, cuando tuviésemos edad de casamos. Es un argumento muy contundente: la conocía muy bien.

– Edad de casarnos -dijo la muchacha, mirando al frente y hablando en tono reflexivo, con lentitud. Alzó la vista hacia él-. No me casaría con usted ni aunque fuese el último sapo sobre la tierra.

– Un sapo debe de ser mejor que un bastardo -repuso el joven, y suspiró.

Todo eso era absurdo, y estaba al margen de la cuestión.

En ese momento, Arabella lo miraba con creciente alarma.

– La misma expresión usó mi padre en la carta que me escribió. Pienso que es una extraña coincidencia, señor, que use usted las mismas palabras.

– No es tan extraño. Su padre y yo hablábamos con frecuencia de usted. Yo no leí la carta: su padre la escribió única y exclusivamente para usted. Sin duda, comprenderá que su padre y yo hablamos largo y tendido del tema.

– ¿Acaso quiere decir que está dispuesto a seguir las instrucciones de mi padre?

– No es usted ninguna estúpida, prima…

– No soy su maldita prima, y no quiero que me llames así.

– Entonces, ¿cómo debo llamarla?

– Yo lo llamaré señor. Usted a mí, señora.

– Muy bien, señora. Repito: no es ninguna estúpida. Debe saber que, para mí, este matrimonio es muy ventajoso. No me interprete maclass="underline" yo no carezco de fortuna. No me confunda con un cazafortunas. Le aseguro que situ padre hubiese olido algo de canallesco en mí, de un puntapié me habría enviado lo más lejos posible de usted. No, dinero tengo, pero ni de cerca lo suficiente para mantener Evesham Abbey, que es mi responsabilidad, ahora que soy conde de Strafford. Tengo el deber de no permitir que este montón de piedras termine de derrumbarse ante mis ojos. Al casarme con usted, se salvaría Evesham Abbey y a usted también, me atrevería a decir. ¿Acaso no prestó especial atención a los detalles del testamento de su padre?

– ¿Eso significa que quiere casarse conmigo por la riqueza que eso le dará?

La voz de la muchacha era neutra, inexpresiva, y Justin no percibió el matiz melancólico.

Justin encogió los hombros anchos y asintió.

– En efecto, es un motivo poderoso, que no se debe desdeñar. Pero, por supuesto, usted también saldrá ganando con esta alianza.

Vio que sus manos se transformaban otra vez en puños, y eso lo irritó. Él se mostraba sincero con ella, tal como lo había hecho el padre. Muy bien, ya no sería delicado con ella, no lo merecía.

– Si no se casa conmigo, señora, me temo que quedará sin un centavo. Como imagino que esa expresión tiene escaso o ningún significado para usted, déjeme decirle con toda franqueza que, pese a las indudables virtudes que posee como dama joven, no podría sobrevivir ni una semana en nuestro orgulloso y justo país. -Hizo una pausa y la miró con expresión fría aunque apreciativa-. No obstante, con su belleza y figura, si engorda un poco, y con cierta intervención de la buena suerte, tal vez pueda convertirse en la querida de un hombre rico.

Arabella se rió… ¡se rió de él!

– Usted y sus comentarios masculinos… Qué despreciables. Pero me imagino que no tiene otros para hacer. ¿Sabe, señor? Usted no me agradó cuando lo vi durmiendo, junto al estanque. Menos, aún, me gustó cuando aferró mi brazo en la biblioteca y me rompió la manga. En este preciso momento, creo que si tuviera un cuchillo se lo clavaría entre las costillas. Mi padre se equivocó con usted: es un bastardo, en todos los aspectos en que puede importar. Me repugna. Váyase al infierno.

En su voz calma apareció un matiz cínico.

– Me decepciona, señora. Esta mañana, empleó un lenguaje mucho más colorido. Aunque, en verdad, le disguste, aunque le repugne, aunque quiera mandarme al infierno, digo la verdad. Si no se casa conmigo, tendrá que abandonar Evesham Abbey en el plazo de dos meses. Si piensa que la dejaré quedarse como una pariente pobre, está equivocada. Yo la echaré personalmente. Hay que tener en cuenta que no me ha dado un solo motivo para que le permita quedarse en mi propiedad. Y es mi propiedad, señora. Como esta mañana, como durante la lectura del testamento de su padre. Aquí, yo soy el amo, y usted no es nada en absoluto.

De pronto, Arabella se sintió enferma. Tenía el estómago contraído, y sintió que la bilis le subía a la garganta. Su mundo ordenado y satisfactorio de privilegiada hija del conde de Strafford se había derrumbado, como las antiguas ruinas de la abadía. En un aspecto, él tenía razón: no le quedaba nada, absolutamente nada. Cayó de rodillas sobre la hierba suave que bordeaba el camino, y vomitó. Como había comido muy poco durante el día, los espasmos eran sacudidas secas, que la hacían temblar y sacudirse.

Atónito, el conde se detuvo y, al examinarse por dentro, se descubrió en gran falta. Se maldijo en un lenguaje mucho más descriptivo que el que se había filtrado en el vocabulario de Arabella. Había confundido la desdeñosa bravata de la muchacha con arrogancia orgullosa, vana. La muerte del padre, la inesperada aparición del mismo Justin, las condiciones del testamento del conde, todo eso había representado un gran golpe para ella. Y él la había tratado con rudeza, la había presionado con exagerada fuerza. Por Dios, si era joven y estaba en extremo confundida. Sin duda, se sentiría traicionada por la persona que más amaba sobre la tierra, y en quien más confiaba: su padre.

La sostuvo, sujetándole los hombros estremecidos con sus dedos largos y protectores. Apartó con delicadeza las masas de cabello que le colgaban, sueltas, sobre la cara. Ella no pareció advertirlo. Cuando dejó de hacer bascas, Justin sacó un pañuelo del bolsillo del chaleco y se lo entregó sin hablar. Arabella lo apretó en la mano y, sin levantar la vista, se limpió la boca.

– Arabella…

– Señora.

No pudo menos que sonreír.

– Está bien, señora. ¿Puede incorporase, si la ayudo? Ya casi está oscuro, y su madre debe de estar muy preocupada. Le prometí que la llevaría de regreso, indemne. Sólo está un poco lastimada.

Con qué calma habla, como si sólo nos hubiésemos detenido a contemplar los narcisos. ¿Indemne? Se sentía escaldada por dentro y por fuera. Vamos, Arabella, ponte de pie. Mira cómo ha oscurecido; él no puede ver la vergüenza grabada en tus ojos. No puede ver nada de lo que en realidad eres, nada.

Aspiró una honda bocanada de aire y apretó las rodillas con esfuerzo, para sostener su propio peso.

El conde le pasó las manos por los codos, y la sostuvo erguida, con la espalda de ella hacia él.

Arabella trató de soltarse, pero él la sujetaba con fuerza.

– No lo necesito.

El crudo dolor que vibraba en su voz cortó el aire quieto del anochecer. Arabella cerró las manos en puños y, haciendo un movimiento inesperado, giró y le golpeó el pecho con toda la furia inconsciente de un animal atrapado.

Justin dejó caer los brazos y sorbió el aliento, más por la sorpresa que por el dolor que pudo haberle causado.

– Ese ha sido un buen golpe. Gracias a Dios que no me ha dado más abajo.

Arabella se alejó de él corriendo, con gruesos mechones de cabello revoloteándole en torno a los hombros y por la espalda.

Agudos trozos de grava se le incrustaban en las suelas de las sandalias de cabrito, enviándole punzadas de dolor por las piernas. Un pánico ciego y loco le nubló la visión, y aún así-corrió como si la persiguiera la muerte misma. Apareció ante ella una loma de suave pendiente, pero su mente no transmitió a las piernas el mensaje de que ajustaran el paso a la irregularidad del suelo. Se tambaleó hacia adelante, tratando de aferrarse al aire con desesperación para recuperar el equilibrio. Por instinto, subió los brazos a la altura de la cara para amortiguar el impacto de la caída sobre el camino. Los guijarros le cortaron los brazos, le desgarraron el vestido, y se le clavaron en la carne. Lanzó un solo grito. El dolor del cuerpo le arrasó la mente, liberando las lágrimas que aún no había vertido por su padre. Por sus mejillas resbalaron lágrimas ardientes que no habían tocado su rostro desde aquella vez en que su padre, con sombría decisión, había apoyado una pistola contra la cabeza del pony de Arabella y apretó del gatillo. Quedó desnuda de años de disciplina estoica, de desprecio por tan desdeñable debilidad.