Elsbeth olvidó las preguntas cuando lady Ann le dijo que lady Talgarth y la señorita Suzanne Talgarth llegarían en cualquier momento para cenar. Lamentó que el extraño talante de Josette la hubiera obligado a ella a arreglarse el cabello con torpeza. Cuando lady Talgarth y Suzanne llegaron en alas de un chisporroteo de joyas, de satén adherente y gasa color lavanda, dio unas palmadas a su vestido negro, consciente de un pequeño nudo de envidia en la garganta. Se sintió torpe y poco ocurrente, como solía pasarle en presencia de la voluptuosa y risueña Suzanne. Observando a lady Ann y a Arabella, llegó a la conclusión de que todas las mujeres Deverill se volvían insignificantes enfundadas en sus atuendos de luto.
Cuando enfilaron hacia el comedor, se alegró al oír que Gervaise le susurraba en el oído:
– Qué frágil y delicada eres, ma petit, en comparación con esa vaca inglesa blanca y sonrosada. Casi te diría que me ofende.
Quiso gritar que lo amaba, pero no pudo, por supuesto. Se conformó con darle una ligera palmada en la manga. Oyó reír entre dientes al conde, y al alzar la vista vio que su cabeza oscura se inclinaba sobre los rizos rubios de Suzanne Talgarth. La mirada de Elsbeth voló hacia Arabella, y se llenó de confusión al ver que su medio hermana sonreía abiertamente a los otros dos. ¿Por qué sonreía? ¿Por qué no estaba furiosa con Suzanne Talgarth? Se creía capaz de matar a cualquier mujer que coqueteara con Gervaise del modo que Suzanne lo hacía con el conde.
No tenía sentido.
18
"Estupendo, Suzanne", pensaba Arabella. "A mí no se me habría ocurrido una distracción más eficaz. Mi padre se equivocó bastante con respecto a ti, Suzanne. Conque remilgada pequeña tonta y necia, ¿eh? Si pudiera verte ahora, apuesto a que competiría con Justin por tu atención."
– Ann, te aseguro que no sé qué hacer con mi pequeña -decía lady Talgarth. El orgullo que vibraba en su voz desmentía el gesto de fatiga con que balanceaba los rizos de color arena-. Desborda sonrisas y felicidad. Es una beldad, ¿no? Mira esos increíbles hoyuelos, esos ojos tan azules que ni el cielo estival podría competir con ellos. Dos ofertas de matrimonio en su primera temporada, Ann, y mi pequeña sigue haciendo languidecer a los dos caballeros. -Su mirada penetrante descendió hacia la mesa-. Arabella, sin duda habrás conocido al joven vizconde Graybourn, ¿verdad? Te aseguro que es un joven muy elegible. ¡Caramba, su padre es el conde de Sanbridge, y muy rico, aunque esto no importa pues lo único que queremos su padre y yo es que nuestra pequeña sea feliz. Y las casas que poseen… me dijeron que el padre de lord Graybourn posee cinco magníficas propiedades distribuidas por toda Inglaterra. Mi querida hija podría vivir en cualquier sitio que se le antojara en el momento. ¿No te parece afortunada?
Arabella parpadeó, lanzó una rápida mirada a Suzanne y dijo:
– Lady Talgarth, no estará hablando de aquel torpe joven casi carente de mentón, ¿verdad?
Suzanne lanzó unas carcajadas plenas y profundas, no la risa educada de una joven dama sino una muy real, que dibujó sonrisas en casi todas las caras que rodeaban la mesa.
– Ya ves, mamá: Arabella está de acuerdo conmigo. Bella, has olvidado decir que no tiene más que veinticinco años, y ya tiene barriga. Sé de buena fuente que lord Graybourn se levanta antes del mediodía sólo porque teme perderse el desayuno. Me han dicho que adora los riñones. Eso bastaría para hacerme huir a Francia sin otra cosa que mis enaguas.
– ¡Suzanne! Bueno, no sólo eso, espero. Eso no es muy amable, querida. En serio, piensa en todos esos adorables vestidos y joyas que podrías tener. Piensa en todas las casas: son cinco, y están distribuidas por todo el país. Cinco, Suzanne.
– Pero yo ya tengo todos los vestidos adorables que deseo, mamá. En cuanto a las joyas… -Suzanne se alzó de hombros-. No me creo capaz de mostrarme amable con lord Graybourn sólo para tener una hilera de diamantes en el cuello.
Suzanne rió mirando a su amiga, y luego alzó una mirada coqueta hacia el conde, apretó los labios, y dijo con toda la picardía de una actriz innata:
– Creo que preferiría a un caballero con más experiencia mundana. Quizás, uno que haya tenido entrenamiento militar…, como usted, milord. Un caballero decidido y que, sin embargo, sepa cómo tratar a una dama. Cuán protegida y segura debes de sentirte, Bella.
– Soy dos años mayor que el pobre lord Graybourn -dijo el conde, sonriéndole a su copa de vino.
Suzanne Talgarth le parecía una desvergonzada.
Arabella, en cambio, a retó los dedos en el tallo de la copa de vino. Con una mirada fugaz, notó que los ojos del conde se habían entrecerrado levemente. Dirigiendo a Suzanne una sonrisa forzada, dijo:
– Me parece más prudente contar con una misma en materia de protección. A menudo es muy difícil determinar de antemano cuáles serán las acciones de otra persona.
– Caramba, no sé qué significa eso -repuso Suzanne-. Pero, no dudo de que has vuelto a defender mi opinión. -Se volvió hacia el conde-. Bella siempre está de acuerdo conmigo. Las pocas veces que no lo está, yo le hablo y le hablo hasta que se desmaya a mis pies, y por fin, asiente.
– Siento cierta compasión por tu futuro esposo -dijo el conde.
– Querida señorita Talgarth -dijo Gervaise con acento cerrado y denso-, no deben de ser tan importantes esos años de experiencia mundana a los que se refiere. Mi querida mademoiselle, un caballero francés viene al mundo con esos dones.
– En mi opinión, es lo mismo -dijo lady Talgarth, confundiendo a todos. Volviendo a su motivo de preocupación, prosiguió-: Estoy segura de que ni Arabella ni tú, Suzanne, podéis acusar a lord Hartland de tener barriga o de no tener mentón. Sé, de fuentes autorizadas, que nunca se levanta temprano para comer riñones. No, ni siquiera se levanta a las dos de la tarde. Así que, ya ves, por ese lado todo está bien.
Para sorpresa de Arabella, Suzanne titubeó. Arabella se apresuró a decir:
– Sin duda, debe usted de estar en lo cierto, señora. Y en cuanto a experiencia, bueno, tiene por lo menos cincuenta años, y ya ha enterrado a dos esposas, por no hablar de que mantiene a su numerosa y costosa prole. Sí, lord Hartland parecería intachable. Supongo que quiere una madre para sus cuatro hijos menores y un ama de llaves. Confío en que no espere obtener también una yegua de cría. Pero -agregó, con perfecta seriedad-, he oído decir que no se levanta antes de las dos a causa de la gota. Suzanne, ¿tu padre no sufre de gota, también?
Lady Talgarth tuvo ganas de pegarle. Casi lo hizo: le picaron los dedos.
A Justin le costó contener la risa. Por Dios, qué inteligente era. Bueno, a veces lo era. Con él, era… No terminó el pensamiento. No ganaría nada con ello.
– ¿Ha ido el príncipe a pasar el verano a Brighton? -preguntó lady Ann en voz alta.
– Ann, qué extraña parece Arabella en tu silla -dijo lady Talgarth.
– Para mí, tiene todo el aspecto de una matrona-dijo Suzanne, y rió en voz alta cuando su amiga se atragantó con un bocado de guisantes.
– En cuanto al príncipe y Brighton -insistió lady Ann, en voz más fuerte aún.
Suzanne se volvió hacia ella y le dijo:
– Oh, sí, y aunque papá se queja mucho de gota, mamá lo ha persuadido de que al menos yo debería de hacerle una visita a mi tía Seraphina, a la que hace mucho que no veo. Su casa está frente a Marine Parade, y se puede ver a todos los que entran y salen del pabellón.
Arabella terció:
– Me pregunto si lord Hartland y el vizconde Graybourn pensarán veranear en Brighton.