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Mientras cabalgaba, recordó el estallido de su esposa ante el anuncio del doctor Branyon. Sí, la entendía, pero eso no disminuía su enfado, ciertamente.

Al principio, no pudo creer lo que veía. Si no hubiese estado tan furioso con ella, le habría costado contener la tentación de reír a carcajadas al ver la escena absurda que tenía ante sí: Arabella caminaba en medio de la ruta, con vestido de noche, junto a un Lucifer que cojeaba.

Cuando Justin frenó el caballo junto a ella, la muchacha se detuvo y alzó hacia él una mirada sombría. No dijo nada, maldita fuese.

– Bueno, señora, veo que ha terminado tu alegre huida.

Se bajó de la montura, y se plantó frente a ella, las piernas separadas, los brazos en jarras.

Arabella no pareció advertir la cólera de su esposo, la ironía cruel de sus palabras.

– Sí -dijo, sin mirarlo-. A Lucifer se le ha caído una herradura. Tendré que hablar con James. Es ridículo que se le caiga una herradura. ¿No te parece ridículo?

– Sí, yo también hablaré con James. -El conde se detuvo y frunció el entrecejo. Esto no era lo que él esperaba-. Por supuesto, un final tan manso de tu irreflexiva galopada no puede ser otra cosa que un chasco para ti. Mírate: vestida para cenar, y caminando junto a tu caballo. ¿No se te ha ocurrido pensar que hay bandidos por aquí? ¿Que podrían atacarte? Te aseguro que, al verte, se habrían relamido. Bella y rica, sí, imaginarían que habían muerto e ido al cielo.

– No -dijo al fin, los ojos todavía bajos, mirando dónde pisaba-, no he pensado para nada en los ladrones. ¿Dices que hay bandidos por aquí? Yo creo que los hay por todas partes. ¿Qué importa dónde están? ¿Por qué no vuelves a Evesham Abbey, milord? Aquí no hay nada para ti. Absolutamente nada.

Justin no respondió, se limitó a caminar junto a ella, con una expresión tan adusta que, sin duda, ella estaría temblando. Esa expresión había hecho temblar a más de un soldado. Pero no pasaba eso con Arabella. Eso lo abatió y, en ese momento, la admiró mucho.

Por fin, se detuvo y lo miró:

– Ah, ya entiendo. Quieres gritarme, pegarme, quizá. Matarme, incluso. Bueno, no puedo hacer gran cosa para impedirlo, ¿no es cierto? Hazlo, milord.

Palmeó la nariz de Lucifer, y le habló en voz suave mientras dejaba caer las riendas. Se volvió para mirar de frente a su esposo. Lucifer relinchó levemente, pero no se movió.

Justin apretó los dientes y avanzó un paso cauteloso hacia ella. Arabella no se movió, y lo miró con aire indiferente.

– ¿Tienes intenciones de escenificar otra violación, milord, o una paliza? Si me permites elegir, prefiero la paliza.

Justin esperaba la ira de ella, casi estaba ansioso de escuchar su lengua hostil. Pero Arabella parecía despojada de toda pasión. La voz, la pose, todo en ella era indiferente, remoto.

Lo enfureció de tal modo que quiso escupir, quiso provocarla, y dijo con desprecio:

– En contra de lo que puedas pensar, no me daría ningún placer violarte. La otra vez, no te forcé, aunque tú pretendes fingir que sí, ¿verdad? Sí, afirmarás que fuiste violada la noche de bodas, y me lo echarás en cara el resto de nuestras vidas. Maldición, señora, no te violé; deja de mover la cabeza. Fui lo más gentil que pude, aunque no merecías ninguna gentileza de mi parte. Merecías que te forzara, pero yo no lo hice porque soy un caballero.

"En cuanto a pegarte, preferiría desperdiciar mis energías castigando a un caballo viejo y cansado. Pero, mírate, toda abatida, con ese aspecto patético. ¡Maldita seas, Arabella, di algo, haz algo!

Pero Arabella se dio la vuelta, con aire indiferente, y dijo sobre el hombro:

– Qué buen discurso. Y ahora, si has terminado conmigo, milord, tengo una larga caminata para regresar a Evesham Abbey.

Recogió las riendas de Lucifer.

Eso lo hizo explotar. Le aferró un brazo y la hizo darse la vuelta para mirarlo de frente.

– Oh, no, de ningún modo he terminado contigo, y lo que tengo que decirte será mejor que lo diga lejos de los oídos de tu familia.

Arabella dejó caer otra vez las riendas de Lucifer, caminó hacia un costado del camino, y se sentó sobre un montículo cubierto de hierba. Empezó a arrancar briznas de hierba, y se encogió de hombros, furiosa.

– Está bien -dijo-, termina. Antes te he dicho que lo hicieras, pero tú no me has hecho caso. Supuse que gritarías hasta quedarte sin voz. Que me maldecirías con todo tu repertorio. Pero sólo has intentado justificar la violencia que ejerciste en nuestra noche de bodas. Milord, si eso no fue una violación, cómo lo llamarías.

Alzó el rostro y lo miró con una expresión tan desbordante de dolor, que lo hizo encogerse.

Vio cómo se acercaba a ella, y se quedaba allí, como la silueta oscura de un gigante, que le tapaba la luz brillante de la luna. No podía soportar mirarlo. Le dolía horriblemente. Giró el rostro, fijó la vista en la hierba, y esperó.

– Maldición, Arabella, mírame.

Estaba enfadado, y aun así, la mujer no hizo ademán de obedecerle. Justin se arrodilló ante ella, la sujetó por los hombros, y la sacudió hasta que ella alzó los ojos hacia él.

– Y ahora, escúchame, arpía maleducada. ¿Cómo te atreviste a infligirle semejante ofensa a tu madre? ¿Acaso estás ciega? Hasta la criada de la cocina sabe que ella y el doctor Branyon están enamorados. A decir verdad, creo que él la ama desde hace mucho tiempo.

"Admito que hubiese esperado el anuncio más adelante, pero eso no tiene importancia. La vida es muy incierta para dejarse llevar por reglas tan estrictas. Dios sabe que tu madre merece la felicidad. Dios sabe que buena parte de los diecinueve años que pasó junto a tu padre estuvieron lejos de ser gratos. Arabella, ¿por qué fuiste tan cruel y desconsiderada con ella?

Vio que las llamas de la ira se encendían lentamente en los ojos desolados de su esposa.

– ¿Por qué, maldita seas?

Fue demasiado. Fue mucho. Se levantó de un salto, agitando el puño ante la cara de él.

– ¿Cómo te atreves a aprobar semejante unión? Y hasta a proclamar tu aprobación en público. ¡No tenias derecho, milord, así como ella no tenía derecho a traicionar a mi padre! No, no tenía idea de lo que mi madre sentía hacia el doctor Branyon. Sus actos, igual que los de él, me parecen despreciables. Nunca volveré a hablarle. En cuanto al doctor Branyon, ya no es bien recibido en Evesham Abbey. Si ella quiere avergonzarse a sí misma y a nuestro apellido, que se case con él y me deje en paz.

Estaba jadeando, y escupía amargas palabras:

– ¿Tal vez debería felicitar a mi querida madre por esperar, al menos, la muerte de mi padre? Milord, ¿cuánto tiempo hace que son amantes, a tu juicio? Pobre padre mío, engañado por una esposa infiel y un hombre en el que confiaba. ¡Dios, si yo fuera hombre, para retarlo a duelo…!

Justin contempló el bello rostro pálido, el amargo fuego que ardía en aquellos ojos grises. ¡Cuánto dolor, cuánta rabia! Trató de entenderla. Supo que había hablado muy en serio. Había mencionado abiertamente, con amargura, que su madre le había puesto los cuernos a su padre, y la cólera que le provocaba creer eso no dejaba lugar a dudas de que condenaba con sinceridad semejante conducta. ¿Y sin embargo no fue ella misma la que aceptó un amante antes de que se casaran? ¿No le había puesto los cuernos a él? ¿Tendría una extraña moral, que le permitía a ella tener un amante antes de casarse? Y, en ese sentido, ¿habría renunciado voluntariamente al conde francés después de la boda? Quiso arrojarle a la cara su propio acto, exigirle que le explicase y, sin embargo, descubrió que su cólera se derretía ante el dolor de esa mujer, que se revelaba tras una fachada de palabras destructivas.

No, primero tendría que hacer frente a la angustia amarga que provocaba a Arabella la conducta de la madre. Silenció sus propias inquietudes, las preguntas que le subían a la garganta. Adoptó un tono de serena autoridad, pues sabía que ella desdeñaría cualquier gesto tierno y caballeresco que proviniese de él.