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– Estás temblando. -Le besó la sien mientras le apartaba el cabello de la frente-. Fíjate cómo soy, que trato de evitar hablar sinceramente contigo. Tal vez sea porque soy hombre. No nos gusta hablar de sentimientos tan profundos. No tiene sentido, pero es así. Si hubieses muerto, yo no podría soportarlo. Es así de simple.

– Hoy, Gervaise intentó matarme. No, no muevas la cabeza. Sé que eso fue lo que hizo. El derrumbe de rocas y tierra sólo sucedió en la celda donde yo estaba. Él me pidió que me quedara allí. Dijo que quería ir a explorar. ¿Por qué, Justin? ¿Por qué quiso matarme? He estado pensándolo, pero no puedo encontrar una razón. ¿Por qué lo hizo?

El conde guardó silencio largo rato, pero no aflojó el abrazo, y siguió acariciando suavemente el hombro, la carne blanda del antebrazo de la esposa.

– No quiso matarte -dijo, al fin-. Lo que quería era alejarme a mí de Evesham Abbey. En esta recámara hay algo oculto, algo que él desea, algo de lo que la pobre Josette tal vez tuviese noticia, y por eso la mató. ¿No te extrañó que yo cerrara con llave esta habitación? ¿Que yo diese una excusa tan absurda como que había unas tablas flojas en el suelo, y eso era un peligro? Quería evitar que entrase, hasta que yo descubriera qué es lo que está buscando.

"Arriesgué tu vida porque quería atrapar al pequeño canalla. Hoy me contuve a duras penas de retorcer ese cuello escuálido, Arabella. Pero pronto terminará el juego. No se irá de aquí sin hacer un último intento de entrar en esta habitación y recoger lo que está buscando.

– Sabes que mató a Josette.

– Al parecer, tú ya lo habías adivinado. Es lógico. Fuiste tú la que señaló que no tenía vela con qué alumbrarse. Sí, es lógico. ¿Habría amenazado con descubrirlo? No sé. Podría golpearlo hasta que estuviera muerto o me dijera la verdad acerca del motivo que lo trajo aquí.

"Pero antes de irse, el viernes, lo intentará otra vez. Cuando entró corriendo para decirnos que estabas atrapada en las ruinas de la abadía, yo me lancé de inmediato hacia la puerta principal. Pero me di la vuelta y lo vi subiendo a toda prisa la escalera. Te había atrapado a ti para tenerme a mí fuera del paso, venir a este cuarto y tomar lo que vino a buscar.

– Matémoslo ahora mismo.

Por un instante, la sorpresa lo dejó mudo, con el cerebro aturdido. Esta mujer no se parecía a ninguna otra que hubiese conocido en su vida. Rompió a reír, al mismo tiempo que le daba besos en la oreja.

– Eres deliciosa. No eres de esas muchachas remilgadas que se desmayan, y eso me complace. Lo más probable es que, en el futuro, me ataques con tu lengua más de una vez. Y yo disfrutaré cada una de esas ocasiones. Eres magnífica. Y ahora, dime, ¿cómo mataremos al miserable?

– Me gustaría atarlo y dejarlo en las ruinas de la abadía hasta que nos diga por qué vino aquí.

– Me agrada -dijo, mordisqueándole el lóbulo-. ¿Le daremos agua?

– Agua sí, pero alimentos no. Estará completamente solo. Lo visitarás una vez al día para hacerle una pregunta. Si no responde, lo dejarás otra vez. Yo afirmo que se quebrará en tres días, nada más.

– Lo siento, Bella, pero no creo que podamos hacerlo. Sin embargo, me gusta el modo en que funciona tu mente. Debemos tener en cuenta a Elsbeth. ¿Qué haremos con Elsbeth?

Arabella tragó con dificultad: era hora de decidirse. Pero no pudo, aún no. Se volvió de cara a éclass="underline"

– Todavía no, todavía no. Ámame otra vez, Justin. Ámame.

Lo hizo, de manera frenética, salvaje, y cuando Arabella oyó que respiraba regularmente, ya dormido, aún no sabía qué hacer.

La vida no era simple. Era muy exasperante, sobre todo desde que había recuperado a su esposo y lo único que quería era que le hiciera el amor hasta quedar inconsciente, cosa que, según imaginaba, llevaría varios años. Ya lo tenía todo para sí, por fin, y era más que espléndido. Quería poseerlo todo, para siempre.

Pero en ese momento la eternidad no se podría medir hasta que transcurriese un largo tiempo.

29

El conde corrió las pesadas cortinas que cubrían la larga hilera de ventanas con montante, en la galería de retratos familiares. Se sacudió de las manos una leve capa de polvo, y tomó nota de señalar a la señora Tucker ese descuido. Le habría gustado abrir las ventanas para ventilar el salón, pero una fina llovizna inicial se había convertido en aguacero.

No sabía bien por qué había acudido a la galería de retratos familiares; lo único que sabía era que quería estar solo. Recorrió con la vista todo el estrecho recinto, poco más ancho que los corredores de la planta alta, y la posó por un instante en el retrato de su tío abuelo, que contemplaba, altanero, el mundo que se extendía ante su oscuro ceño. Sus cejas eran típicas de los Deverill, y se cubría el cabello con una peluca blanca y rizada. "Qué hombre tan orgulloso y lascivo debió de ser", pensó el conde, notando que se le escapaba una sonrisa, a su pesar.

Tanto él como Arabella se habían quedado dormidos en mitad de la noche. Él fue el primero en despertar esa mañana, la besó y luego comprendió que no tendría que haberle hecho el amor tan pronto. Ciertamente, debía de estar inflamada…, no podía ser de otra manera después de haber hecho el amor tres veces durante esa noche maravillosamente prolongada. La dejó pero, por Dios, qué difícil fue. Si en esos momentos Arabella se hubiese despertado, estaba dispuesto a apostar que aún estaría en la cama.

Ninguno de los dos había vuelto a hablar de cómo matar a Gervaise, porque sólo se vieron en compañía de lady Ann y de Elsbeth. Justin ardía en deseos de matarlo. Toda su vida adulta había sido entrenado en la estrategia militar, y ahora no podía escapar a ella. Era terminante: jamás se debía matar a un enemigo hasta tener lo que él quiere. Arabella lo comprendió aun sin tener un ápice de entrenamiento.

¿Qué hacer?

Una de las cosas que tenía intención de hacer era registrar el dormitorio del francés. Si bien dudaba de que el canalla hubiese dejado algo, de todos modos lo registraría. Si era preciso, no permitiría que Arabella matara al comte hasta no haber intentado averiguar para qué había ido allí.

Al levantar la vista, vio a su esposa de pie junto al retrato de un Deverili del siglo dieciséis, muerto hacía mucho, con la gola levantada hasta las orejas adornadas con perlas.

– Mi amor-dijo, en voz profunda y baja, y le sonó muy natural. Lo sentía hasta lo más hondo de su ser. Nunca se lo había dicho a ninguna mujer. En un instante, estuvo junto a ella, y la atrajo hacia sí. Te he echado de menos.

– ¿Por qué no me despertaste? -dijo, acariciándole la espalda de arriba abajo, luego, más abajo, haciéndole contener el aliento-. Me he despertado y no estabas. Quería besarte la boca y el cuello. Quería besarte la barriga, como hice anoche. ¿Recuerdas? Me dijiste que te gustaba mucho. -Le dirigió una sonrisa maliciosa-. Creo recordar que gemiste hasta que me aparté, y entonces suspiraste, decepcionado.

Justin ya estaba temblando. Movió la cabeza, y dijo con sencillez:

– Era difícil dejarte, pero debías de estar inflamada. Anoche nos unimos muchas veces, y tú eres demasiado nueva en esto para no estarlo. Si yo me inclinara más hacia la grosería, diría que te monté hasta que te desmayaste debajo de mí.

A lo que Arabella repuso, con aire pensativo:

– Me pregunto si yo podría montarte a ti. ¿Es posible? ¿Se hace? ¿Te daría placer?

Los ojos de Justin se extraviaron, se le aceleró la respiración. Dirigió la vista a la pared. La deseaba con desesperación. De pronto, Arabella rompió a reír: sabía qué era lo que le había provocado, aun que no estaba segura de cómo lo había logrado. Esa misma noche 1 le enseñaría todo lo referente a montarse sobre él.

Justin logró decir:

– Esta noche. Te doy tiempo hasta esta noche. Y ahora, antes de que me hagas perder la cabeza, esta mañana no quería alejarme de ti, pero sabía que si me quedaba contigo hubiese vuelto a poseerte. No quería destrozar a mi esposa. Hoy, descansa, y quizás esta noche… está bien, esta noche, y ni un minuto después. Sin embargo, creo que tendré que morderme los dedos de tanto desearte durante todo el día. -En un abrir y cerrar de ojos, se puso inmortalmente serio. Le acarició el rostro con los dedos, ese rostro tan amado-. ¿Aún estás dispuesta a perdonarme, Arabella?