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– ,Cómo has hecho para convencer a tu madre?

– Bueno, no fue nada difícil, Bella. Papá y el doctor Branyon son amigos desde hace muchos años, y no permitirían que semejante tontería agriase esa amistad. Por supuesto, dejé deslizar que también era médico de ella. "Caramba, mamá", le dije, ",qué harías si cayeses enferma? Después de todo, no pretenderás que el doctor Branyon

tenga deseos de verte sana y buena si insultas a su señora esposa, ¿no es verdad?" Ante tal argumento, se convenció. ¿No soy una verdadera Sócrates? ¿O acaso un Salomón? Esta clase de decisiones es difícil. Y a fin de cuentas, ellos eran hombres. ¿Qué podían saber?

Arabella se quedó mirando a su amiga de toda la vida.

– Me asombras, Suzanne. Eso ha sido excelente.

– Bueno, mamá no quisiera quedar aislada, ¿sabes? No es estúpida. Una vez consumado el hecho, se reconciliará con lady Ann.

Sólo entonces lo comprendió: una fiesta con tarjeta y con baile sería perfecta. Era la última noche que pasaba el comte allí. ¿Qué mejor para mantenerlo alejado de Elsbeth?

Suzanne dio un rápido beso a su amiga en la mejilla y luego se volvió hacia el conde. Le sonrió con vivacidad y le tendió la mano.

El conde parecía un tanto divertido. Tomó la mano que se le ofrecía y la llevó a los labios. Luego, dijo:

– No se case con lord Graybourn, señorita Talgarth. Haría que el pobre tipo se arroje desde un acantilado. No, usted necesita un hombre que la azote todos los días y que se burle de usted. También debe recordar que Arabella es feroz como una tigresa. Si continúa usted con sus escandalosos comentarios, sería capaz de retarla a duelo. Y es muy diestra, señorita Talgarth. Yo soy un individuo generoso, sólo se lo advierto por su propio bien.

Suzanne agitó los rubios rizos y le sonrió con picardía a la amiga.

– Oh, Bella está demasiado segura de sus propios méritos para preocuparse por los míos. Jamás me haría daño, porque no le parecería necesario. Se limitaría a reírse, y me diría que me apresure a comprarme un par de guantes nuevos.

Lanzando una serie de carcajadas, fue hasta la puerta con Arabella. Le confió, con voz resonante:

– ¿Sabes que mamá se negó de plano a permitir que el pobre lord Graybourn nos acompañara esta mañana? Como dije, no es estúpida. Sabe que él está entusiasmado con Elsbeth. -Asomó a su semblante una expresión de satisfacción morbosa-. Me animo a decir que lo tiene merecido. Primero, tú atrapaste un conde, y ahora, Elsbeth seduce a mi candidato bajo mis propias narices.

– Como si le importase -dijo el conde, al saludarla.

Luego, se dio la vuelta. Lo divertía saber que lady Talgarth era la que le brindaría la solución perfecta, la prueba final de la codicia del francés. Esa era la última oportunidad de Gervaise, y Justin sabía que la aprovecharía. Su mirada se cruzó con la de Arabella: ella también lo sabía.

Estaban comiendo cuando el conde informó a los demás de la invitación.

– Me complació -dijo lady Ann, gesticulando hacia él con el tenedor-. Nunca creí que se doblegaría. Sin embargo, es agradable tener vecinos que se preocupen por uno, ¿no es cierto?

– Ann -dijo el conde-, es usted demasiado crédula, perdona con demasiada facilidad. Me asusta.

– No -replicó la mujer de inmediato, pinchando un trozo de jamón-, en absoluto. La vieja bruja sabe lo que hace. Tuvo que tragarse sus anticuadas ideas, y eso me da mucha risa.

– Mamá, me asombras. Fuiste tú, en realidad, la que dijo eso, ¿verdad? Y con esa expresión tan dulce.

– Sí, querida, lo sé.

Comió otro bocado de jamón, y les sonrió a todos, en general.

Arabella vio que una serie de expresiones contradictorias cruzaban el semblante de Elsbeth, y se preguntó qué estaría pensando. Mientras ella miraba a Elsbeth, el conde posaba la vista en las facciones finamente cinceladas de Gervaise. Estaba seguro de haber visto oscurecerse, por un momento, los ojos del joven, y luego, una leve sonrisa de satisfacción curvarle los labios.

"Sí, canalla", pensaba el conde, "has hecho planes para esta noche. Y entonces, te atraparé." Un instante después, la expresión había desaparecido, y el rostro del francés se crispaba en sonrisas de placer ante la expectativa placentera de la velada.

Las damas discutieron cierto tiempo sobre qué vestidos usarían esa noche, hasta que al fin el conde se reclinó en la silla y dijo, sin alterarse:

– Qué bendición que haya salido el sol. Ya que es el último día que el conde pasa entre nosotros, ¿por qué no lo llevan las señoras a dar un paseo por el campo?

Elsbeth se sobresaltó, pero Arabella le palmeó la mano y le dijo:

– Es una idea excelente. En verdad, creo que deberíamos pasar por Talgarth Hall, e invitar a Suzanne, y quizás hasta a lord Graybourn, a que nos acompañen. ¿Qué opina, Gervaise?

– Lo único que pido es que te mantenga alejada de las ruinas de la abadía -dijo lady Ann, gesticulando con el tenedor.

– Lo he prometido, mamá -repuso-. Basta de ruinas para mí.

Sonrió a su esposo.

Lady Ann parpadeó: "Gracias a Dios", pensó. "Han resuelto las cosas entre ellos. Justin ya no cree que el conde francés fue su amante." Pero, ¿quién era? ¿O acaso habría quedado completamente frustrado? Se aventuró a mirar a Elsbeth, y casi se le cayó el tenedor. Su hijastra contemplaba a Gervaise con el corazón en la mirada. "Oh, caramba", pensó lady Ann. "Oh, caramba. No puede ser verdad." Sin embargo, luego comprendió que debía de serlo.

Y tanto Arabella como Justin lo sabían. ¿Qué debía hacer ella? Pensó que ojalá estuviese Paul allí, en ese mismo instante.

Con una imperceptible vacilación, Gervaise respondió, galante:

– Tendré sumo placer en gozar de la compañía de tres damas tan encantadoras. ¿Y usted, milord? ¿También nos acompañará?

– Por desgracia -contestó el conde, mientras hacía girar en la copa de cristal el vino de intenso color borgoña-, debo quedarme aquí. Han venido otra vez los carpinteros para arreglar esas tablas sueltas que hay en el piso del dormitorio principal.

Sin pausa, Gervaise dijo:

– Seré yo, entonces, el que disfrutará de una tarde agradable, milord.

– Eso espero -respondió el conde, amable-. Hay que tener presente que se marcha mañana.

Al carpintero de la propiedad le pareció raro tener que clavar clavos inútiles en el sólido piso de la habitación del conde, pero no dijo nada.

Cuando el conde entró en la habitación alrededor de la hora del té, con la excusa de inspeccionar la tarea del carpintero, lo elogió alegremente porque, según dijo, ahora las tablas estaban muy seguras.

– En realidad, milord -dijo Turpin, frotando con la punta de la bota una de las tablas con exagerada cantidad de clavos-, había bastante poco que hacer. Claro que he hecho a la perfección lo que había que hacer, como usted espera, como yo espero de mí mismo.

El conde le sonrió.

– Estoy de acuerdo, Turpin. Aquí tienes una guinea por tu trabajo.

Turpin aceptó la moneda inmerecida, recogió sus herramientas,. y pasó junto al conde, hacia la salida de la gran suite. Jamás entendería a los nobles, jamás.

Lady Ann buscó al conde en la sala de la propiedad.

– Justin, quisiera hablar contigo, si no te molesta.

Justin dejó el libro de cuentas y le dirigió una sonrisa culpable.

– Por favor, Ann, entre y hable todo lo que quiera. Admito que ya he leído tres veces esta página, y todavía no he sacado un total correcto. Echo de menos a Arabella. Puedo prever que ella me salvará de la locura de ahora en adelante.

– Durante la comida, he visto que Arabella y tú os habéis reconciliado, y eso me alegra sobremanera. También es evidente que los dos adivinasteis que los amantes son Gervaise y Elsbeth, no mi hija.

Justin dejó con suavidad la pluma sobre el escritorio.

– Tendría que haber hablado con usted. Su hija me ha perdonado mi estupidez, mi ceguera. Me dijo que, como soy su otra mitad, no perdonarme a mí sería como no perdonarse a sí misma. Para mí, es una lógica ilógica, pero como soy el beneficiario, estoy muy dispuesto a aceptarla. Amo a su hija, Ann. Daría mi vida por ella. Pasaré el resto de mis días sobre la tierra compensándola por. mi error. -Su sonrisa se agrandó-. No dudo de que Arabella se ocupará de hacerme morder el polvo a menudo.