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...Y más adelante pondrán a los novatos a disposición de unos jefes de cuadrilla escogidos entre los veteranos del campo, y en un abrir y cerrar de ojos éstos les habrán enseñado a buscarse la vida,a escurrir el bulto y engañar a los demás. Y desde la primera mañana irán al trabajo, pues el reloj de la Época marcha siempre adelante y no puede esperar. ¡Ni que fuera esto el presidio zarista de Akatúi, con sus tres días de descanso para los recién llegados! [291] 62

Poco a poco van floreciendo los bienes del Archipiélago, van tendiéndose nuevos ramales ferroviarios y los presos llegan ya en tren a muchos lugares hasta no hace mucho sólo accesibles por agua. No obstante, aún viven indígenas que cuentan cómo navegaron por el Izhma, igual que en la antigua Rusia, en galeras de cien hombres, y cómo ellos mismos remaron. Y cómo llegaban hasta el campo remontando el Pechora y el Usa en canoas. También enviaban zeks a Vorkutá en gabarras: hasta Adzvavom, el centro de transbordo de Vorkut-lag, en barcazas grandes y de allí se seguía diez días en lanchas de poco calado. La embarcación estaba infestada de piojos, hasta tal punto que la escolta permitía a los presos subir a cubierta de uno en uno para sacudirse los parásitos y echarlos al agua. Había también traslados fluviales que no eran directos, pues había que hacer transbordos, sirgar las barcas desde la orilla o cubrir etapas a pie-

También tenían allí sus propias prisiones de tránsito, a base de estacas y lonas o a veces con tiendas: Ust-Usá, Pomózdino, Shchelia-Yur. En estos ribazos [292]regían usos propios. Cada uno de ellos tenía sus normas de vigilancia y, naturalmente, órdenes particulares y mañas propias ideadas por cada cuerpo de guardia, así como penalidades peculiares para los zeks. Pero no es éste lugar para describir esos lugares exóticos, y por tanto preferimos no abordar el tema.

El Dvina septentrional, el Obi y el Yeniséi saben bien cuándo llegaron los primeros presos en gabarras: durante la liquidación de los kulaks. Por ríos que fluyen directamente hacia el norte, en barcazas panzudas de gran capacidad: era el único modo de verter en las tierras muertas del norte toda aquella masa gris de la Rusia viva. Echaban a los hombres al casco de la barcaza, cual si fuera un barreño, y allí se amontonaban unos sobre otros y se movían como cangrejos en una cesta. Y los centinelas estaban arriba, en las bordas, como parapetados en un altozano. A veces transportaban toda esa masa a cielo abierto, a veces la cubrían con una gran lona, ya fuera para no verla o para vigilarla mejor, aunque desde luego no para resguardarla de la lluvia. Un trayecto en semejantes barcazas ya no era un transporte, sino una muerte a plazo fijo.

Además, apenas les daban de comer, y una vez arrojados a la tundra ya no les daban alimento alguno. Los dejaban para que murieran a solas con la naturaleza.

A partir de 1940 los traslados en barcaza por el Dvina septentrional (y por el Vychegda) no sólo no disminuyeron, sino que cobraron muchísimo auge: por allí pasó la población liberadade Ucrania y Bielorrusia occidentales. En la sentina, los presos estaban de pieunos contra otros, y no sólo por espacio de veinticuatro horas. Orinaban en recipientes de vidrio que se pasaban de mano en mano hasta vaciarlos en los tragaluces; si se trataba de algo más serio, se lo hacían en los pantalones.

Durante décadas, el cabotaje en gabarras por el Yeniséi fue consolidándose hasta convertirse en práctica permanente. En los años treinta se construyeron en Krasnoyarsk unos tinglados a la orilla del río y, bajo estos cobertizos, en las frías primaveras siberianas, los presos temblaban todo un día y hasta dos esperando el embarque. [293] 63Las barcazas del Yeniséi destinadas al '•traslado de presos tienen como instalación fija una oscura sentina de tres plantas. Sólo la escotilla, donde está la escalerilla, deja pasar un poco de luz difusa. Para el cuerpo de guardia hay una caseta en cubierta. Los centinelas vigilan las salidas de la sentina y observan el agua, por si aparece alguien en la superficie. Los guardias no bajan jamás a la sentina, por más gemidos o gritos de socorro que oigan. Y nunca sacan a los presos a pasear por cubierta. En los traslados de 1937-1938 y de 1944-1945 (y es de suponer que también entre estas fechas) no se prestaba ayuda médica alguna a los de la bodega. En los «pisos», los presos yacían unos sobre otros en dos hileras: una hilera con la cabeza contra la borda y la otra con la cabeza en los pies de la primera hilera. En los pisos sólo se puede llegar \hasta la cubeta pasando por encima de la gente. Y como no siempre permiten sacar los zambullos cuando es tiempo (¡imagínese subir a cubierta un barril lleno de inmundicias por una escalerilla empinada!), la porquería se desborda, el líquido se derrama por el suelo y gotea en los pisos inferiores. Y la gente sigue tendida en ese mismo suelo. La comida es balanda distribuida por los pisos en unos toneles, y allí, en la perpetua oscuridad (tal vez hoy tengan ya electricidad), unos presos ayudantes la reparten alumbrándose con lamparillas de petróleo. En un traslado así, a veces para llegar a Dudinka hacía falta un mes. (Ahora, naturalmente, el viaje puede hacerse en una semana.) No era extraño que debido a los bancos de arena y a otras dificultades de la navegación fluvial el viaje se alargara más de lo previsto, por lo cual los víveres embarcados no bastaban, y entonces no daban comida alguna durante varios días (y como es natural, después nadie les compensaba «lo perdido»).

Mi avisado lector puede adivinar el resto sin mi ayuda: vista la situación, los cofrades ocupan el piso superior de la sentina, cerca de la escotilla, o sea, donde hay más aire y luz. Controlan la distribución del pan siempre que les haga falta y si el traslado está siendo duro no se andan con remilgos y bañen el santo chusco*(es decir, se hacen con la ración del gris rebaño). Durante el largo camino, los ladrones matan el tiempo jugando a los naipes, que ellos mismos se fabrican. Sacan para apuestas sometiendo a los panolisal pasamanos,o sea, cacheándolos a todos a fondo, tanto a los de su sector de la gabarra como a los de cualquier otro. Durante cierto tiempo las cosas robadas se ganan y pierden varias veces a las cartas, pero luego se envían arriba, a la escolta. Sí, el lector lo ha adivinado: los cofrades echan alpiste alos guardianes y éstos se quedan los objetos robados o los venden en los embarcaderos y entregan a cambio comida a los ladrones.

¿Resistencia? Sí la hay, aunque muy pocas veces. He aquí un episodio cuyo recuerdo se ha conservado. Ocurrió en 1950, en una barcaza de ésas, dispuesta de modo semejante, sólo que más grande, una barcaza de cabotaje marítimo. Durante un transporte Vladivostok-Sajalín, siete muchachos desarmados, condenados por el Artículo 58, plantaron cara a los cofrades (todos perros),alrededor de ochenta (y como siempre, no iban desprovistos de cuchillos). Los perros ya habían registrado a toda la partida de presos en la prisión de tránsito «Tres-Diez» de Vladivostok. Los habían cacheado con minucia —no peor que los carceleros, porque se conocen todos los escondrijos— pero sabían también que en un pasamanossiempre se escapa algo. Conscientes de esto, una vez en la sentina

anunciaron arteramente: «El que tenga dinero puede comprar tabaco». Y Misha Grachov sacó tres rublos que llevaba escondidos en la cazadora guateada. Entonces uno de los perros, Volodka [294]«el Tártaro», le increpó: «¿Qué pasa, bujarrón, es que tú no pagas impuestos?».Y se echó sobre él para quitarle el dinero. Pero Pável (no se ha conservado el apellido), brigada del ejército, lo apartó de un empujón. Volodka «el Tártaro» le hizo la horquillaen los ojos, pero Pável lo derribó. En esto acudieron otros perros, unos veinte o treinta, pero en torno a Grachov y Pável se levantaron Volodia Shpakov, ex capitán del ejército, Seriozha Potápov, Volodia Reunov, Volodia Tre-tiujin, también ex brigadas del ejército, y Vasia Kravtsov. ¿Y qué pasó? El lance no pasó de unos cuantos puñetazos por ambos bandos. Los cofrades habían hecho gala de su ancestral e intrínseca cobardía (que siempre camuflan bajo una máscara de dureza y desapego), o quizá fue que les estorbaba la proximidad del centinela (ocurrió debajo mismo de la escotilla), o tal vez que se reservaban para otra tarea de más trascendencia sociaclass="underline" se proponían adelantarse a los ladrones decentesy hacerse con el control de la prisión de tránsito de Aleksandrovsk (la misma que describe Chéjov) [295]y de las obras de Sajalín (pero, naturalmente, no para ponerse ellos a trabajar). Lo cierto es que acabaron retrocediendo y que todo quedó en amenazas: «¡Cuando desembarquemos os vamos a hacer picadillo!».(En resumen, que no hubo pelea ni hicieron «picadillo» a nadie. En la prisión de tránsito de Aleksandrovsk esperaba a los perros un contratiempo: ya estaba en manos de los «decentes».)