El traslado a pie es el precursor del traslado ferroviario, el abuelo del vagón-zak y de los trenes rojos. En nuestros días se utiliza cada vez menos, sólo en aquellos lugares donde todavía es imposible el transporte mecánico. Cuando el cerco de Leningrado, en algunos sectores del lago Ladoga conducían a los presos a pie desde la ciudad hasta los vagones rojos (a las mujeres las llevaban con los prisioneros de guerra alemanes, y a nuestros hombres los ahuyentaban con las bayonetas para que no les quitaran el pan a ellas. A los que caían se les despojaba de inmediato del calzado y se los echaba a un camión, estuvieran muertos o no). En los años treinta, enviaban cada día de esta manera un convoy de cien hombres desde la prisión de tránsito de Kotlás a Ust-Vym (unos trescientos kilómetros), y a veces a Chibiu (más de quinientos). Una vez, en 1938, enviaron también una expedición de mujeres por el mismo procedimiento. En estos traslados se recorrían veinticinco kilómetros al día. La escolta llevaba uno o dos perros y a los que se rezagaban los apremiaban con las culatas. Cierto que los efectos personales de los presos, la cocina y las provisiones seguían a la columna en carros, con lo que esas caravanas recordaban los clásicos traslados del siglo pasado. Había también las denominadas isbas de final de etapa: eran casas en ruinas que habían pertenecido a los kulaks desterrados, con las ventanas destrozadas y las puertas arrancadas. La contabilidad de la prisión de tránsito de Kotlás entregaba a la expedición una cantidad de víveres calculada teóricamente en el supuesto de que durante el viaje no se presentarían contratiempos, y jamás (según el principio general de todas nuestras oficinas de contabilidad) preveía un día de más. Si había retrasos durante el camino se hacían durar más los víveres, les daban papillas de harina de centeno sin sal y a veces ni eso. En este punto sí se aprecia una desviación de los cánones clásicos.
En 1940, al grupo en que iba A.Y. Oleniov lo hicieron desembarcar de la gabarra y lo condujeron a pie por la taiga (de Kniazh-Pogost a Chibiu) sin comida alguna. Los hombres bebían agua empantanada y pronto la disentería hizo mella en ellos. Los perros desgarraban los vestidos de los que caían desfallecidos. En Izhma pescaron peces con los pantalones y se los comieron vivos. (Y al llegar a un claro les anunciaron: ¡En este lugar construiréis el ferrocarril Kotlás-Vorkutá!)
En otros lugares de nuestro norte europeo los traslados a pie continuaron hasta que empezaron a recorrer aquellos trechos trenes de un rojo alegre. Transportaban en segunda condena a los mismos presos, por las líneas tendidas con sus manos.
Los traslados a pie requieren su técnica y ésta se elabora en aquellos lugares donde sea necesario transportar a menudo a mucha gente. Supongamos que están conduciendo a un grupo por un sendero de la taiga, de Kniazh-Pogost a Vesliana, y que de repente cae un preso y no puede seguir adelante, ¿qué hacer con él? Piénsenlo racionalmente, ¿qué se puede hacer? No van a detener a todo el grupo, ¿verdad? Tampoco van a dejar a un soldado junto a cada caído y cada rezagado: soldados hay pocos, y presos, muchos. ¿Entonces...? Pues el soldado se queda atrás un momento y luego corre hasta alcanzar a los demás, ya solo.
Durante largo tiempo se llevaron a cabo continuos traslados a pie de Karabas a Spassk. Serían unos treinta y cinco o cuarenta kilómetros, pero era preciso cubrirlos en un solo día, con un millar de hombres a la vez, entre ellos algunos muy debilitados. Es de prever que muchos caerán y se rezagarán con esa astenia e indiferencia que precede a la muerte, que no caminen aunque les peguen un tiro. Ya no temen a la muerte, ¿pero temen quizás aún al palo? ¿Quizá teman al palo incansable que cae sobre ellos una y otra vez, indiscriminadamente? ¡Al palo sí que le temen! ¡Vaya si caminarán! Nunca falla. Y así la columna queda rodeada no sólo por el habitual cordón de soldados con metralletas a unos cincuenta metros, sino también por un cinturón interior de soldados que en vez de fusiles llevan garrotes. Los que queden atrás recibirán los palos (como ya había profetizado el camarada Stalin), [298]más y más palos, y \los presos consumen sus últimas fuerzas, ¡y caminan! ¡Y milagrosamente muchos de ellos llegan a destino! Ellos no saben que acaban de pasar la prueba del garrote.Los que no caminan ni a palos, los que continúan tendidos en el suelo, son recogidos por unos carros que cierran la columna. ¡Toma ya experiencia organizativa! (No faltará quien se pregunte: ¿y por qué no los suben a todos en los carros de buenas a primeras? ¿Y de dónde iban a sacar tantos carros? ¿Y los caballos? A fin' de cuentas, son tractores lo que hay a mano. Y además, al \precio que está la avena...) Estos traslados fueron numerosos durante los años 1948-1950. En los años veinte los traslados a pie eran una de las formas de transporte fundamentales. Yo aún era un niño, pero recuerdo muy bien cómo los llevaban sin recato por las calles de Rostov del Don. Por cierto, la célebre orden «¡...se abrirá fuego sin previo aviso!», se formulaba entonces de otra manera, porque la tecnología de aquellos tiempos también era otra: a menudo los centinelas iban armados sólo con sables. Por tanto, la orden era así: «¡Un paso al lado y se actuará a fuego y estoque!». Impresionaba mucho eso de «actuar a fuego y estoque». A uno le parecía estar viendo cómo le partían la cabeza en dos de un sablazo por detrás.
En febrero de 1936 aún pudo verse en Nizhni-Nóvgorod a una columna de ancianos venidos del este del Volga que eran conducidos a pie. Sus luengas barbas, sus vestidos de estameña tejidos a mano, albarcas de corteza de abedul y peales recordaban «la Rusia que se va...». [299]Y de pronto cruzaron tres automóviles, en uno de los cuales iba Kalinin, el presidente del VTsIK. Detuvieron la columna. Kalinin pasó ante ella sin mostrar ningún interés•
Cierra los ojos, amigo lector. ¿No oyes un retumbar de ruedas? Son los vagones-zak que pasan. Son también unos vagones rojos. Cada minuto del día. Cada día del año. Y ahora, ¿oyes el chapoteo? Son las gabarras de presos. Y ahora, ¿no oyes cómo ruge el motor de los cuervos? Continuamente encerrando, embutiendo, trasladando. ¿Y ese rumor? Son las celdas atiborradas de las prisiones de tránsito. ¿Y aquel aullido? Es el llanto de los que han sido expoliados, violados, apaleados.
Hemos pasado revista a todos los procedimientos de transporte y cada vez que hemos hablado de uno hemos concluido que era el peor. Hemos echado un vistazo a las prisiones de tránsito y no hemos encontrado ni una sola que fuera buena. Y hasta la última esperanza humana de que por delante algo mejor nos espera, de que todo será mejor en el campo, es una esperanza vana.
En el campo aún será peor.
4. De isla en isla
En el Archipiélago también se transporta a los zeks de isla en isla por medio de canoas individuales. Se conocen como escoltas especiales.Son la forma de traslado menos opresiva y casi no se diferencian de un viaje en libertad. Pocos son a quienes cae en suerte trasladarse de esta manera. Sin embargo, en toda mi vida de presidiario me tocó en tres ocasiones.
La escolta especial se organiza cuando así lo dispone un alto personaje. No hay que confundirla con el destino especial,aunque también provenga de las altas esferas del Gulag. Al preso con destino especial se le suele incluir en convoyes ordinarios, pero a lo largo de su trayecto tiene ocasión de vivir algunos tramos fuera de lo común (y por tanto impactantes). Por ejemplo, el letón Ans Bernstein viaja con destino especial desde el norte hasta el curso bajo del Volga; le han destinado a algún trabajo relacionado con la agricultura. Lo transportan con todas las humillaciones y apreturas que ya hemos descrito, le ladran los perros, lo rodean de bayonetas, le gritan aquello de «un paso a la derecha, un paso a la izquierda...», pero de pronto le hacen apearse en la pequeña estación de Zanzevatka y sale a recibirle un solo celador, muy apacible y sin ninguna clase de armas. Y le dice bostezando: «Venga, pasarás la noche en mi casa y mañana te llevaré al campo. De momento, puedes pasearte hasta mañana». ¡Y Ans se va a pasear! ¿Comprendéis lo que significa pasearpara un hombre condenado a diez años, un hombre que ya ha dicho adiós a la vida varias veces, que esta mañana aún estaba en un vagón-zak y que al día siguiente ingresará en un campo penitenciario? Y ahora se pasea, contempla cómo escarban las gallinas en el huerto de la estación, cómo se disponen a marcharse las campesinas, que no han logrado vender la mantequilla y los melones a los del tren. Ans da tres, cuatro, cinco pasos de costado y nadie le grita «¡alto!». Acaricia con dedos incrédulos las hojitas de las acacias y está al borde del llanto.