Dentro de la riada general de los liberados de la ocupación alemana siguieron, una tras otra, rápida y ordenadamente, las riadas de las nacionalidades culpables:
en 1943 - los kalmucos, los chechenos, los ingushos, los balkaros, los karacheyevos.
En 1944 - los tártaros de Crimea.
No habrían desembocado con tanta fuerza y rapidez en su destierro perpetuo de no haber sido auxiliados los Órganos por las tropas regulares y los camiones militares. Los regimientos cercaban con audacia los aúl,*pueblos enteros, asentados durante siglos en esos lugares; en veinticuatro horas, con la celeridad de un desembarco, eran trasladados a las estaciones, y cargados en convoyes que acto seguido partían para Siberia, Kazajstán, Asia Central y el norte. Exactamente a las veinticuatro horas, la tierra y los bienes inmuebles pasaban a otros herederos.
Como ocurriera con los alemanes étnicos al principio de la guerra, ahora se deportaba a todas estas nacionalidades sólo en razón de su sangre, sin llenar cuestionarios. Los miembros del partido, los héroes del trabajo y los héroes de una guerra que aún no había terminado, iban todos a parar al mismo sitio.
Durante los últimos años de la guerra fluyó por propio pie la riada de los criminales de guerraalemanes, segregados del sistema general de campos de prisioneros y trasladados al Gulag tras pasar por un tribunal.
En 1945, aunque la guerra contra el Japón no duró ni tres semanas, se hicieron muchísimos prisioneros que fueron destinados a inaplazables trabajos de construcción en Siberia y Asia Central. Con ellos se completó la selección de criminales de guerra para el Gulag. (Y aun sin conocer más detalles, podemos estar seguros de que la mayor parte de aquellos japoneses no pudo ser juzgada legalmente. Fue un acto de venganza y un medio para retener mano de obra durante largo tiempo.)
A finales de 1944, cuando nuestro ejército irrumpió en los Balcanes, y sobre todo en 1945, cuando alcanzó Europa Central, por los canales del Gulag también discurrió la riada de los rusos emigrados, ancianos que habían huido de la revolución y jóvenes que habían crecido allí. Solían traerse a rastras a los hombres y dejaban en la emigración a las mujeres y a los hijos. (No los cogían a todos, eso es cierto, sino sólo a los que en aquellos veinticinco años habían manifestado por discretamente que fuera sus puntos de vista políticos, o bien a los que los habían expuesto durante la revolución. No tocaron tampoco a los que habían llevado una vida puramente vegetativa.) Las riadas principales venían de Bulgaria, Yugoslavia, y Checoslovaquia y, en menor número, de Austria y Alemania; en los otros países de la Europa del Este apenas había rusos.
Del mismo modo, en Manchuria se produjo también una riada de emigrados en 1945. (Hubo a quien no lo detuvieron enseguida: invitaron a volver a la patria a familias enteras con la promesa de libertad y, una vez aquí, las separaron, las enviaron al destierro o las metieron en prisión.)
Durante 1945 y 1946 se encauzó hacia el Archipiélago un gran torrente, de esta vez sí, verdaderos adversarios del régimen (vlasovistas, cosacos de Krasnov, musulmanes de las unidades autóctonas creadas por Hitler), a veces convencidos, a veces involuntarios.
Junto a ellos fue capturado cerca de un millón de fugitivos, huidos del régimen soviético durante los años de la guerra, civiles de todas las edades y de ambos sexos que habían logrado refugiarse en territorio aliado, pero que en 1946-1947 fueron pérfidamente puestos en manos soviéticas por las autoridades aliadas. [60] 4
Cierto número de polacos, la Amia Krajowa*partidarios de Mikolajczyk, pasaron en 1945 por nuestras cárceles camino del Gulag.
Hubo también otros tantos rumanos y húngaros.
Desde el final de la guerra, y después durante muchos años sin interrupción, discurrió una abundante riada de nacionalistas ucranianos (los «banderistas»).
En la posguerra, con estos enormes desplazamientos de millones como telón de fondo, pocos advirtieron otras pequeñas riadas como:
—«las chicas de los extranjeros» (1946-1947), es decir, las que permitieron que las cortejaran extranjeros. A estas muchachas las marcaron con el Artículo 7-35 (socialmente peligrosas)-.
—los niños españoles, que fueron evacuados durante la guerra civil española y ya eran adultos después de la segunda guerra mundial. Educados en nuestros internados, todos se aclimataron muy mal a nuestra forma de vida. Muchos se obstinaban en volver a casa. [61]Les imponían también el 7-35, el de los socialmente peligrosos, y, a los más tenaces, el 58-6, espionaje para... Estados Unidos.
Para ser justos, no pasemos por alto una fugaz contrarriada, en 1947, de... sacerdotes. ¡Un auténtico milagro! ¡Por primera vez en treinta años estaban poniendo en libertad a los sacerdotes! No es que fueran a buscarlos por los campos de reclusión, pero si alguno de los que estaban en libertad se acordaba y podía indicar nombres y lugares exactos, todos los identificados volvían en el transporte por etapas hacia la libertad, para reforzar la Iglesia restaurada.
* * *
No olvidemos que este capítulo no pretende en absoluto enumerar todaslas riadas que fertilizaron el Gulag, sino aquellas que tenían un matiz político. Del mismo modo que en un curso de anatomía se puede describir con detalle el sistema circulatorio para después empezar de nuevo y proceder a la descripción del sistema linfático, aquí podríamos retomar, desde 1918 hasta 1953, las riadas tanto de personas detenidas por delitos comunescomo de criminalesprofesionales propiamente dichos. Y esta descripción ocuparía también no poco espacio. Saldrían a la luz muchos decretos famosos, hoy en parte olvidados (aunque nunca derogados), promulgados para proporcionar al insaciable Archipiélago un copioso material humano. Como el decreto sobre el absentismo laboral. Como el decreto sobre la fabricación de productos de mala calidad. Como el de destilación clandestina de aguardiente (su mome más desenfrenado fue en 1922, aunque se aplicó con generosidad durante los años veinte). Como el que castigaba a los koljosianos que no cumplieran la norma obligatoria de jornadas laborales. Como el decreto sobre la militarización de los ferrocarriles (en abril de 1943. ni mucho menos al principio Jila guerra sino cuando se estaba decidiendo a nuestro favor).
Estos decretos aparecían siempre como los más recientes perfeccionamientos legislativos y sin embargo no presentaban ninguna concordancia ni tan sólo tenían en cuenta la legislación anterior. La tarea de conciliar todas estas ramas recaía en los teóricos de la jurisprudencia, pero éstos se ocupaban de ello con tan poca aplicación como éxito.
Entre latido y latido, estos decretos produjeron una imagen distorsionada de la delincuencia, profesional o no, en el país. Daba la impresión de que ni los robos, ni los asesinatos, ni la destilación de aguardiente, ni las violaciones, se cometían en una u otra parte del país, de forma aleatoria y como consecuencia de la debilidad humana, la lujuria o las pasiones desatadas. ¡Ni mucho menos! Por todo el país los crímenes se producían, sorprendentemente, al unísono y con características uniformes. Hoy pululaban por todo el país sólo violadores, mañana asesinos, pasado destiladores, como un eco atento al último decreto gubernamental. ¡Diríase que cada especie criminal se ponía dócilmente a tiro, que estuviera esperando el decreto para desaparecer cuanto antes! Y justo emergía por todas partes aquel crimen que acababa de ser tipificado como más peligroso por nuestra sabia legislación.