La intimidación funciona maravillosamente con aquellos que aún no están detenidos y que de momento sólo han sido citados a la Casa Grande para declarar. A uno (o a una) aún le queda mucho que perder, uno (o una) tiene miedo de todo: teme que no le suelten hoy, teme que le confisquen sus pertenencias, su vivienda. El está dispuesto a muchas declaraciones y concesiones con tal de evitar estos peligros. Ella, como es natural, no conoce el Código Penal, pero lo menos que se hace al empezar el interrogatorio es alargarle una hoja con un extracto falso del Código: «He sido advertida de que por declarar en falso..., 5 (cinco) años de prisión (en realidad, según el Artículo 95, el máximo son dos años), por negarme a declarar, 5 (cinco) años... (en realidad, por el Artículo 92, lo máximo son tres meses, y no de reclusión sino de trabajo correccional)». De este modo llegamos —y lo seguiremos viendo continuamente— a otro método procesaclass="underline"
8. La mentira. Anosotros, los borregos, no nos está permitido mentir, pero el juez de instrucción miente sin parar, y nada tienen que ver con él todos estos artículos. Hasta tal punto hemos perdido el sentido de la medida que no nos preguntamos: ¿Y qué le pasa a él si miente? El puede poner ante nosotros tantas actas como le venga en gana con las firmas falsificadas de nuestros parientes y amigos, y no será más que un elegante procedimiento procesal.
La intimidación acompañada de seducción y mentira es el método fundamental para influir en los parientes del detenido llamados a declarar como testigos. «Si usted no declara tal cosa (lo que ellos exigen) será peor para él..., le va a buscar usted su perdición... (¿Cómo puede escuchar esto una madre?) Sólo firmando este papel (el que le ofrecen) podrá salvarlo (perderlo).» [81] 4
9. Especular con el afectopor los seres queridos también funcionaba maravillosamente con los detenidos. Era incluso la más eficaz de las intimidaciones: Utilizando el amor a la familia podía quebrarse al hombre más intrépido. (¡Oh, cuánta perspicacia: «Los enemigos de un hombre son sus familiares»!) ¿Recuerdan a aquel tártaro que lo soportó todo —sus torturas y las de su esposa— pero no las de su hija? En 1930, la juez de instrucción Rimalis empleaba esta amenaza: «¡Arrestaremos a su hija y la pondremos en la celda de las sifilíticas!».
Amenazaban con encerrar a todos los que uno amaba. A veces con acompañamiento sonoro: tu esposa estaba ya encerrada, pero su destino dependía de tu sinceridad. La estaban interrogando en la estancia contigua. ¡Escucha! Y, efectivamente, se oía llorar y chillar a una mujer al otro lado de la pared (pero entre que todos los gemidos se parecen, la pared que hay por medio, el esposo que estaba con los nervios de punta, y además no era precisamente un experto, a veces te la estaban pegando con un disco, con la voz de una «esposa-tipo», soprano o contralto, obra de algún inventor para la racionalización del trabajo.* Pero a veces no había trampa y te mostraban a través de una puerta acristalada a tu esposa caminando en silencio, cabizbaja y abatida). ¡Sí! ¡Tu esposa! ¡En los pasillos de la Seguridad del Estado! ¡La has perdido con tu tozudez! ¡Ya la han arrestado! (Cuando en realidad la habían citado simplemente por algún asunto de procedimiento sin importancia y en el momento convenido la habían dejado en el pasillo ordenándole: «¡No levante la cabeza si quiere salir de aquí!».) O te dan a leer una carta de tu mujer, de su puño y letra: «¡Reniego de ti! ¡Después de las mezquindades que me han contado de ti, ya no deseo saber nada de ti!». (Y como quiera que esposas de este tipo y cartas así no son ni mucho menos imposibles en nuestro país, no te queda otro recurso que consultar con tu alma: ¿También mi mujer?)
El juez de instrucción Goldman (1944), que intentaba obtener de V.A. Kornéyeva unas declaraciones contra otras personas, la amenazó: «Te confiscaremos la casa y pondremos a tus viejas de patitas en la calle». Convencida y firme en su fe, Kornéyeva no temía en absoluto por su persona, estaba dispuesta el martirio. Pero, conociendo nuestras leyes, las amenazas de Goldman eran muy reales y ello la hacía temer por sus seres queridos. Cuando por la mañana, después de una noche de actas rechazadas y desgarradas, Goldman empezó a redactar una cuarta variante en la que la única acusada era ella, Kornéyeva firmó con alegría y con la sensación de haber obtenido una victoria moral. No hemos logrado conservar un instinto humano tan primario como es justificarse y rechazar las acusaciones falsas, ¡qué va! Somos felices si conseguimos cargar con toda la culpa nosotros solos. [82] 5
Así como ninguna clasificación de la Naturaleza tiene rígidas separaciones, tampocoaquí podemos separar claramente los métodos psíquicos de los físicos. ¿Aqué método, por ejemplo, podrían adscribirse estas travesuras?
10. Procedimiento sonoro.Se sienta al acusado a una distancia de seis u ocho metros y se le obliga a decir todo en voz bien alta y a repetirlo. Para un hombre ya agotado no es nada fácil. O bien se hacen dos trompetillas de cartón y, junto con otro juez de instrucción al que se ha pedido ayuda, se pegan al detenido y le gritan en ambos oídos: «¡Confiesa, canalla!». El detenido queda aturdido y a veces hasta pierde el oído. Pero es un procedimiento poco económico, lo que pasa es que el trabajo de los jueces es muy monótono y también quieren divertirse, por eso le echan imaginación, a ver quién la hace más gorda.
11. Las cosquillas.Otra travesura. Te atan —o te sujetan—■ de pies y manos y te hacen cosquillas en la nariz con una pluma de ave. Al arrestado se le crispan los nervios, tiene la sensación de que le están trepanando el cerebro.
12. Apagar un cigarrilloen la piel del acusado (ya se ha indicado antes).
13. El procedimiento lumínico.Una intensa luz eléctrica las veinticuatro horas del día en la celda o en el box donde está encerrado el detenido, una bombilla de potencia desmedida para una pequeña estancia con paredes blancas (¡La electricidad que economizaban los colegiales y las amas de casa!). Se inflamaban los párpados y resultaba muy doloroso. Después, en el despacho del juez de instrucción, le enfocaban de nuevo lámparas domésticas.
14. O también esta ocurrencia. El 1 de Mayo de 1933, en la GPU de Jabarovsk, estuvieron toda la noche, doce horas,sin interrogar a Chebotariov. ¡No lo estuvieron interrogando sino que lo estuvieron llevandoa interrogatorio! ¡Fulano de tal, las manos atrás! Lo sacaban de la celda y rápidamente escaleras arriba, al despacho del juez. El vigilante se marchaba. Pero el juez sin haberle formulado una sola pregunta y a veces sin ni siquiera darle tiempo a sentarse, cogía el teléfono: ¡Llévense al de la 107! Se lo llevaban y lo conducían a la celda. Apenas se tendía en el catre chirriaba la cerradura: ¡Chebotariov! ¡A declarar! ¡Las manos atrás! Y una vez allí: ¡Llévense al de la 107!
Por lo demás, los métodos coercitivos pueden empezar mucho antes de llegar al despacho del juez de instrucción.
15. La prisión empieza en el box,que quiere decir cajón o armario. Como primer paso en la cárcel, cogen a un hombre recién arrancado a la libertad, cuyo interior sigue aún en movimiento, dispuesto a esclarecer, a discutir, a luchar, y lo encierran en una cajita, a veces con una bombilla y con espacio para sentarse, a veces a oscuras y con un espacio en el que sólo puede estar de pie y aún aplastado por la puerta. Y lo tienen allí unas cuantas horas, medio día, un día entero. ¡Unas horas de completa incertidumbre! ¿Lo habrán emparedado para toda la vida? Jamás se ha visto en una situación así, no puede hacer conjeturas. Pasan estas primeras horas en el ardor de un intenso torbellino espiritual aún no sofocado. ¡Unos se desmoralizan, y éste es el momento de hacerles el primer interrogatorio! Otros se enfurecen, tanto mejor, acto seguido insultarán al juez de instrucción, cometerán una imprudencia y será más fácil endiñarles una acusación.