– «Por otro lado» -ruge Arthur-. Dios mío, el ministerio encontrará tantos lados como brazos tiene esa divinidad india, ¿cómo se llama…?
– Shiva, querido.
– Shiva; cuando quieren encontrar razones de por qué no tienen la culpa de nada. «Por otro lado, como no podemos discrepar de lo que entendemos que es el veredicto del jurado, que Edalji escribió las cartas de 1903, no podemos sino ver que, dando por sentado que es inocente, hasta cierto punto se ha hecho acreedor a sus infortunios.» No, no, no, NO.
– Arthur, por favor. La gente va a pensar que nos estamos peleando.
– Perdona. Es sólo que… aaah, «Apéndice uno», sí, peticiones, motivos por los que el Ministerio del Interior nunca hace nada. «Apéndice dos», veamos cómo el Salomón del ministerio da las gracias al comité. «Meticuloso y exhaustivo informe.» ¡Exhaustivo! ¡Cuatro páginas, sin una sola mención de Anson o Royden Sharp! Bobadas… «se ha hecho acreedor a sus infortunios»… bobadas, bobadas… «aceptar las conclusiones… sin embargo… caso excepcional»… Y que lo digan… «descalificaciones permanentes»… Oh, ya veo, lo que más miedo les da son los juristas, que saben que es la mayor injusticia cometida desde, desde…, sí, así que si le autorizan a ejercer otra vez…, bobadas, bobadas… «las consideraciones más profundas e intranquilas… indulto.»
– Indulto -repite Jean, levantando la vista.
O sea que han ganado.
«Indulto», lee George, consciente de que queda una frase más en el informe.
– «Indulto» -repite Arthur. El y George leen la última frase juntos. «Pero también he llegado a la conclusión de que no es un caso en que se pueda conceder indemnización alguna.»
George deposita el informe y sepulta la cabeza entre las manos. Arthur, con un sardónico tono fúnebre, lee las palabras finales: «Atentamente le saluda, H. J. Gladstone».
– Querido Arthur, lo has leído a toda velocidad.
Nunca le ha visto de tan mal humor; le parece alarmante. No le gustaría que alguna vez lo dirigiera contra ella.
– Deberían poner letreros nuevos en el ministerio. En vez de «Entrada» y «Salida», deberían poner «Por un lado» y «Por otro lado».
– Arthur, ¿podrías ser un poco menos oscuro y decirme qué significa el informe exactamente?
– Significa, significa, mi querida Jean, que este ministerio, este gobierno, este país, esta Inglaterra nuestra han descubierto un concepto jurídico nuevo. En los viejos tiempos, eras inocente o culpable. Si no eras inocente eras culpable, y si no eras culpable eras inocente. Un sistema muy simple, puesto a prueba durante muchos siglos y asimilado por jueces, jurados y el populacho en general. A partir de hoy tenemos un concepto nuevo en la ley inglesa: culpable e inocente. George Edalji es un pionero en este sentido: el único hombre indultado de un delito que no ha cometido y al que, sin embargo, le han dicho al mismo tiempo que se merecía los tres años de trabajos forzados.
– ¿Es una transacción, entonces?
– ¿Transacción? No, es una hipocresía. Es lo que el país sabe hacer mejor. Los burócratas y los policías lo han perfeccionado durante siglos. Se llama un informe del gobierno. Se llama tontería, se llama…
– Arthur, enciende tu pipa.
– Nunca. Una vez sorprendí a un individuo fumando delante de una dama. Le saqué la pipa de la boca, la partí en dos y arrojé los pedazos a sus pies.
– Pero Edalji podrá volver a ejercer de abogado.
– Sí. Y cada cliente potencial suyo que sepa leer un periódico pensará que está consultando a un loco capaz de escribir cartas anónimas denunciándose a sí mismo por un crimen abyecto que hasta el ministro del Interior y el primo del dichoso Anson admiten que no cometió en absoluto.
– Pero quizá todo el mundo lo olvide. Tú dijiste que al publicarlo en Pentecostés estaban enterrando una mala noticia. Así que quizá la gente sólo recuerde que a Edalji le concedieron el indulto.
– No, si depende de mí.
– ¿Quieres decir que continúas?
– Todavía no me han perdido de vista. No voy a consentir que se salgan con la suya. Di mi palabra a George. Te di mi palabra a ti.
– No, Arthur. Dijiste lo que ibas a hacer y lo hiciste, y has conseguido el indulto y George puede volver a trabajar, que según su madre era lo único que quería. Ha sido una gran victoria, Arthur.
– Jean, por favor, basta de ser razonable conmigo.
– ¿Quieres que sea irrazonable?
– Sudaría sangre por evitarlo.
– ¿Por otro lado? -pregunta Jean, burlona.
– Contigo no hay otro lado -dice Arthur-. Sólo hay uno. Es simple. Es la única cosa en mi vida que siempre parece simple. Por fin. Ya era hora.
George no tiene nadie que le consuele, nadie que se burle en broma, nadie que impida que las palabras rueden arriba y abajo en su cráneo. «Un hombre obcecado y malévolo, que se permite la picardía de simular que sabe lo que en realidad ignora para confundir a la policía y aumentar los obstáculos de una investigación muy dificultosa.» Un dictamen presentado al Parlamento y a Su Excelentísima Majestad.
Aquella noche, un representante de la prensa preguntó a George cómo había reaccionado ante el informe. Se declaró «profundamente descontento del resultado». Lo llamó «un mero paso en la buena dirección», pero la aseveración de que él había escrito las cartas de Greatorex era «una calumnia; un insulto… una insinuación infundada, y no descansaré hasta que la retiren y me pidan disculpas». Además, «no le habían ofrecido indemnización alguna». Reconocían que había sido condenado injustamente, por lo que «es justo que me compensen por los tres años de trabajos forzados que he sufrido. No dejaré las cosas como están. Quiero una compensación por mis agravios».
Arthur escribió al Daily Telegraph diciendo que la posición del comité era «absolutamente ilógica e insostenible». Se preguntaba si había algo «más mezquino o más poco inglés» que un indulto sin indemnización. Se brindaba a demostrar «en media hora» que George Edalji no había podido escribir las cartas anónimas. Proponía que, en vista de que sería injusto que los contribuyentes pagaran la compensación de George Edalji, «podría recaudarse a partes iguales entre la policía de Staffordshire, el tribunal de los Quarter Sessions y el Ministerio del Interior, ya que estos tres grupos de hombres son los culpables de este fiasco».
El vicario de Great Wyrley escribió también al Daily Telegraph señalando que el jurado no se había pronunciado sobre la autoría de las cartas, y que sir Reginald Hardy tenía la culpa de todas las deducciones falsas, al haber sido tan «precipitado e ilógico» al decirle al jurado que «quien escribió las cartas era el mismo que cometió el delito». Un distinguido abogado que había asistido al juicio calificó de «deplorable espectáculo» la recapitulación del presidente. El vicario decía que la policía y el ministerio habían dispensado a su hijo un trato «indignante y desalmado». En cuanto al comportamiento del ministro del Interior y su comité: «Esto quizá sea diplomacia o arte de gobernar, pero no es lo que habrían hecho si hubiera sido el hijo de un hacendado o un noble inglés».
Otro descontento con el informe era el capitán Anson. Entrevistado por el Sentinel de Staffordshire, contestó a las críticas dirigidas contra «el honor de la policía». El comité, al detectar las llamadas «contradicciones» en las pruebas, simplemente no había comprendido los cargos de la policía. No era tampoco «verdad» que hubiera estado desde el principio convencida de la culpabilidad de Edalji y que luego hubiese buscado pruebas para apoyar esta convicción. Al contrario, no sospecharon de Edalji «hasta meses después» de que comenzaran las agresiones. «Fueron señaladas diversas personas como posibles implicadas en los hechos», pero poco a poco las fueron descartando. La sospecha «sólo al final se centró en Edalji como consecuencia de su costumbre muy comentada de vagar solo por las calles a altas horas de la noche.»