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George no sabe si ahogan el mensaje por deferencia a la intimidad de la familia o si forma parte del guión escénico. No sabe si ha visto verdades o mentiras, o una mezcla de ambas. No sabe si el fervor claro, sorprendente, muy poco inglés, de quienes le rodean esta noche es una prueba de superchería o de creencia. Y si de creencia, si es verdadera o falsa.

La médium ha terminado de comunicar su mensaje y se vuelve hacia Craze. El órgano sigue atronando, aunque ya no haya nada que ensordecer. Los Doyle se miran unos a otros. ¿Cómo concluirá ahora el acto? Ya se han cantado todos los himnos, rendido los homenajes. Ya ha sido realizado el audaz experimento, sir Arthur ha comparecido entre ellos, han notificado su mensaje.

El órgano sigue sonando. Ahora parece fluctuar hacia los ritmos que despiden a los feligreses después de una boda o un entierro: insistentes e incansables, reincorporan a la gente al mundo cotidiano, sucio, sublunar, sin magia. La familia Doyle abandona el estrado, seguida por los responsables de la Asociación Espiritista de Marylebone, los oradores y la médium Estelle Roberts. El público se levanta, las mujeres buscan los bolsos debajo de los asientos, hombres de gala se acuerdan de las chisteras, hay un arrastrar de pies, murmullos, saludos a amigos y conocidos, y una cola pausada y tranquila en cada pasillo. Los vecinos de George recogen sus pertenencias, se levantan, hacen un gesto con la cabeza y le otorgan una sonrisa plena y confiada. La que George les devuelve no es igual a la de ellos, y no se levanta. Cuando casi todo su sector se ha vaciado, baja de nuevo la mano hasta el suelo y sujeta los prismáticos frente a las gafas. Enfoca otra vez el escenario, las hortensias, la fila de sillas vacías y la especial con el letrero de cartón, el espacio donde es posible que haya estado sir Arthur. Mira a través de las lentes sucesivas. Mira al aire y más allá.

¿Qué ve?

¿Qué vio?

¿Qué verá?

Nota del autor

Arthur siguió apareciendo durante unos años en sesiones celebradas en todo el mundo: sin embargo, su familia sólo autentificó la manifestación en una de las reuniones privadas de la señora Osborne Leonard en 1937, donde él avisó de los «cambios extraordinarios» que estaban a punto de producirse en Inglaterra. Jean, que se convirtió en una espiritista ferviente después de la muerte de su hermano en la batalla de Mons, conservó la fe hasta su fallecimiento, en 1940. La madre de Arthur abandonó Masongill en 1917; los parroquianos de Thornton-in-Lonsdale le regalaron «un reloj grande, con una esfera luminosa en un estuche de piel». Aunque acabó trasladándose al sur, nunca se unió a la familia de su hijo y murió en su casa de campo de West Grinstead en 1920, cuando Arthur estaba predicando el espiritismo en Australia. Bryan Waller sobrevivió dos años a Arthur.

Willie Hornung murió en San Juan de Luz en marzo de 192,1; cuatro meses después apareció en una sesión familiar de los Doyle, se disculpó por sus dudas anteriores sobre el espiritismo y proclamó que «ya no sufría las molestias de mi horrible asma». Connie murió de cáncer en 1924. El honorable señor George Augustus Anson fue jefe de la policía de Staffordshire durante cuarenta y un años y finalmente se jubiló en 1929; incluido en la lista de títulos honoríficos de la coronación, el rey le nombró caballero en 1937, y murió en Bath en 1947. Su mujer, Blanche, murió de resultas de una acción enemiga en 1941. Charlotte Edalji regresó a Shropshire después de la muerte de Shapurji; murió en Atcham, cerca de Shrewsbury, en 1924, a la edad de ochenta y un años, y quiso que la enterraran allí y no al lado de su marido.

George Edalji los sobrevivió a todos. Siguió viviendo y ejerciendo en el 79 de Borough High Street hasta 1941; después tuvo un bufete en Argyle Square desde 1942 hasta 1953. Murió en el 9 de Brocket Close, de Welwyn Garden City, el 17 de junio de 1953; dijeron que la causa de su muerte fue una trombosis coronaria. Maud continuaba viviendo con él y notificó su defunción. Volvió a Great Wyrley en 1962, para una última visita en la que donó a la iglesia fotografías de su padre y hermano. Hoy cuelgan en la sacristía de St. Mark.

Cuatro años después de la muerte de sir Arthur Conan Doyle, Enoch Knowles, un peón de labranza de cincuenta y siete años, se declaró culpable ante un tribunal de la Corona en Staffordshire de haber escrito cartas amenazantes y obscenas a lo largo de un período de treinta años. Knowles confesó que había empezado su carrera en 1903, cuando se sumó a la campaña de acoso enviando cartas firmadas «G. H. Darby, capitán de la banda de Wyrley». Condenado Knowles, George Edalji escribió un artículo para el Daily Express. En esta última declaración pública sobre el caso, con fecha de 7 de noviembre de 1934, George no hace referencia a los hermanos Sharp ni alude al prejuicio racial como móvil. Termina diciendo:

El gran misterio, sin embargo, siguió sin resolverse. Aventuraron todo género de teorías. Una es que las atrocidades las cometió un lunático que a intervalos experimentaba sed de sangre. Otra era que las inspiró la idea de desacreditar a la parroquia y a la policía, O que fueron obra de algún policía despedido. A mí me sugirieron una teoría curiosa. Un vecino de Staffordshire me dijo que las agresiones no las perpetró un ser humano, sino uno o más jabalíes. Explicó que enviaban de noche a aquellos animales después de haberles administrado una droga que los volvía feroces. Dijo que había visto a uno de los jabalíes. Esta hipótesis me pareció entonces -y sigue pareciéndome ahora- demasiado fantástica para tomarla en serio.

Mary Conan Doyle, la primera hija de Arthur, murió en 1976. Nunca reveló un secreto a su padre. Touie, en su lecho de muerte, no sólo había prevenido a su hija de que Arthur volvería a casarse; también le dijo que su futura esposa se llamaba Jean Leckie.

J. B., enero de 2001

Aparte de la carta de Jean a Arthur, todas las cartas citadas, tanto firmadas como anónimas, son auténticas, así como lo son las citas de periódicos, los informes del gobierno, las actas del Parlamento y los escritos de sir Arthur Conan Doyle. Me gustaría dar las gracias: al sargento Alan Walker, de la policía de Staffordshire; a los Archivos de la Ciudad de la biblioteca central de Birmingham; al catastro del condado de Staffordshire; al reverendo Paul Oakley; a Daniel Stashower; a Douglas Johnson; a Geoffrey Robertson y a Sumaya Partner.

Julian Barnes

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