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– Quiero que me expliques tu relación con… ¿lo llamas espiritismo o espiritualismo?

– Prefiero el término espiritismo, pero parece ser que está perdiendo vigencia. Sin embargo, creí que te disgustaba ese tema.

Lo que en realidad quiere decir es que ella teme y desprecia ese tema; y, con mayor motivo, a sus adeptos.

– Arthur, no podría disgustarme nada que a ti te interese.

Lo que en realidad quiere decir es que confía en que no le disguste nada de lo que a él le interesa.

Y entonces empieza a explicarle su adhesión, desde los experimentos sobre transmisión de pensamiento con el futuro arquitecto de Undershaw hasta las conversaciones en el palacio de Buckingham con sir Oliver Lodge. En todos los puntos recalca los orígenes científicos y los procedimientos de la investigación psíquica. Tiene mucho cuidado de que parezca una actividad respetable y nada amenazadora. Tanto su tono como sus palabras tranquilizan un poco a Jean.

– Es cierto, Arthur, que Lily me ha hablado un poco de las mesas parlantes, pero supongo que siempre lo he considerado contrario a la doctrina de la Iglesia. ¿No es una herejía?

– Es verdad que se opone a las instituciones de la Iglesia. Para empezar, elimina al intermediario.

– ¡Arthur! Eso no es un modo correcto de hablar del clero.

– Pero es lo que han sido históricamente. Intermediarios, mediadores. Transmisores de la verdad al principio, pero cada vez la controlaban más y se volvieron ofuscadores, políticos. Los cátaros estaban en el buen camino, el del acceso directo a Dios, sin pasar por las capas de la jerarquía. Los erradicaron de Roma, por supuesto.

– ¿Entonces tus…, ¿debo llamarlas creencias?, te hacen hostil a mi Iglesia?

Y, por ende, quiere decir Jean, a todos sus miembros. A un miembro específico.

– No, queridísima. Y nunca pretenderé disuadirte de que vayas a tu Iglesia. Pero nos movemos más allá de todas las religiones. Pronto, muy pronto, en términos históricos, serán cosas del pasado. Míralo de esta forma. ¿Es la religión el único ámbito del pensamiento que no es progresista? ¿No sería extraño? ¿Vamos a seguir eternamente una norma establecida hace dos mil años? ¿No ve la gente que el cerebro humano evoluciona, que tiene que adoptar una perspectiva más amplia? Un cerebro a medio formar crea un Dios formado a medias, ¿y quién dirá que nuestro cerebro está siquiera desarrollado?

Jean guarda silencio. Cree que las normas establecidas hace dos mil años son verdaderas y que hay que obedecerlas; y que aunque el cerebro quizá evolucione y produzca todo género de avances científicos, el alma, que es la chispa de la divinidad, es algo totalmente aparte e inmutable, no sujeta a evolución.

– ¿Te acuerdas de cuando hice de juez en un concurso de forzudos en el Albert Hall? El ganador se llamaba Murray. Le seguí por la calle aquella noche. Llevaba una estatuilla de oro debajo del brazo, era el hombre más fuerte de Gran Bretaña. Pero se perdió en la niebla…

No, una metáfora no era lo adecuado. Las metáforas eran para las religiones institucionales. Las metáforas eran cháchara.

– Lo que hacemos es muy simple, Jean. Tomamos la esencia de las grandes religiones, que es la vida del espíritu, y la hacemos más visible y por tanto más comprensible.

A ella le parecen palabras de un tentador, y el tono de su respuesta es seco.

– ¿Con sesiones y mesas parlantes?

– Admito que a los profanos les resulta raro. Al igual que las ceremonias de tu Iglesia parecerían extrañas a un mazdeísta que la visitase. El cuerpo y la sangre de Cristo en una bandeja y una copa… Podría parecerle un puro truco de magia. Las religiones, todas las religiones, han embarrancado en el ritual y el despotismo. Nosotros no decimos: ven a rezar a nuestra iglesia y sigue nuestras instrucciones y quizá algún día seas recompensada en la otra vida. Eso es como el regateo de un vendedor de alfombras. En cambio, te mostramos, ahora que estás viva, la realidad de determinados fenómenos paranormales que te probarán la abolición física de la muerte.

– ¿Crees, entonces, en la resurrección del cuerpo?

– ¿Que nos entierran y nos descomponemos y después, en algún tiempo futuro, nos reconstruyen enteros? No. El cuerpo es una mera cáscara, una envoltura de la que nos desprendemos. Es cierto que algunas almas vagan en la oscuridad durante un tiempo después de la muerte, pero es sólo porque no están preparadas para la transición al otro lado. Un auténtico espiritista que comprende el proceso pasará fácilmente y sin angustia. Y podrá comunicarse más rápido con el mundo que ha abandonado.

– ¿Has presenciado eso?

– Oh, sí. Y espero hacerlo con más frecuencia a medida que comprenda mejor.

Un escalofrío repentino recorre a Jean.

– Espero que no te estés haciendo médium, querido Arthur.

Se está imaginando a su marido como un embaucador anciano que entra en trance y habla con voces raras. Y que la nueva lady Doyle es conocida como la esposa de un charlatán.

– Oh, no, no poseo esos poderes. Los auténticos médiums son escasos, muy escasos. A menudo son personas sencillas, humildes. Como Jesucristo, por ejemplo.

Jean no hace caso de la comparación.

– ¿Y qué pasa con la moralidad, Arthur?

– No cambia. Es decir, la verdadera…, que proviene de la conciencia individual y el amor a Dios.

– No me refiero a ti, Arthur. Ya sabes de qué hablo. Si la gente, la gente ordinaria, no tuviera a la Iglesia para decirle cómo debe comportarse, recaería en el egoísmo y una sordidez brutal.

– Yo no lo veo como la otra alternativa. Los espiritistas, los auténticos, son hombres y mujeres de una alta calidad moral. Podría enumerarte algunos. Y su moralidad es más elevada porque están más cerca de comprender la verdad espiritual. Si la persona ordinaria que mencionas tuviera de primera mano una prueba del mundo espiritual, si se percatara de lo cerca que está de nosotros en todo momento, el egoísmo y la brutalidad perderían su atractivo. Pon la verdad de manifiesto y la moralidad llegará sola.

– Arthur, vas demasiado deprisa para mí.

Puntualizando, Jean siente que se avecina una cefalea; en realidad, se teme, una migraña.

– Por supuesto. Tenemos toda la vida por delante, y después toda la eternidad juntos.

Jean sonríe. Se pregunta qué hará Touie durante toda la eternidad que Arthur y Jean pasarán juntos. Claro que se planteará el mismo problema tanto si resulta que su Iglesia es la que enseña la verdad como si es la que dicen esos médiums de humilde cuna que tanto impresionan a su futuro marido.

Arthur, por su parte, dista mucho de tener un dolor de cabeza. La vida se ha puesto de nuevo en movimiento: primero el caso Edalji y ahora este súbito interés de Jean por las cosas que hay bajo esta cuestión auténtica. Pronto recobrará el pleno entusiasmo. En el umbral abraza a la chica que le espera y, por primera vez desde la muerte de Touie, descubre que reacciona como un novio en ciernes.

Anson

Arthur dijo al taxista que le dejara en el viejo comercio contiguo al hotel White Lion. La posada estaba directamente enfrente de Green Hall. Llegar a pie era una táctica instintiva. Con su maletín de fin de semana en la mano, siguió la cuesta suave que arrancaba de Lichfield Road y procuró que las suelas de los zapatos hicieran un ruido discreto sobre la grava. Cuando vio la casa, iluminada de soslayo por el sol débil de finales de la tarde, se detuvo a la sombra de un árbol. ¿Por qué los métodos del doctor Joseph Bell no persuadían a la arquitectura de que revelara secretos, como hacía la fisiología? Veamos: de la década de 1820, conjeturó; de estuco blanco; fachada pseudogriega, un sólido pórtico con dos pares de columnas jónicas no estriadas; tres ventanas en cada lado. Tres plantas, pero para su ojo inquisitivo había algo sospechoso en la tercera. Sí, apostaría a Wood cuarenta puntos de ventaja a que no había ni un solo desván detrás de aquella hilera de siete ventanas: un mero truco arquitectónico para hacer la casa más alta e imponente. Sin embargo, no se podía culpar de aquel trampantojo al actual ocupante. Detrás de la casa, hacia la derecha, Doyle divisó una rosaleda hundida, una pista de tenis, una glorieta flanqueada por un par de jóvenes carpes injertados.