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– ¡Aire! ¡Socorro! -dijo con voz rasposa

Se encontraba fuera de toda posibilidad de rescate, ella ni siquiera podía alcanzar la punta de sus dedos

– Necesito hacer una cosa, Laurent de Saux -dijo frotando el holl´n con la mano

La voz se le quebraba y se ahogaba, pero un rayo de esperanza se asomó a sus ojos cuando ella se acercó. Ella estaba a punto de dibujar una esvástica sobre su frente, de marcarlo tal y como él había marcado a Lili

Se detuvo. Si lo hacía, descendería a su mismo nivel

– Se ha cerrado el círculo, Laurent, tal y como le dijo Lili a su nuera -dijo-. ¡Gracias a Lili Stein no será usted primer ministro!

Lo contempló mientras se retorcía hasta morir acompañado por los gritos que llegaban desde abajo

Se encontraba mareada, la pierna se le resbalaba y cientos de agujas le perforaban el cuerpo. Había terminado lo que Lili empezó; después de cincuenta años, Cazaux no causaría más daño. Lili había dicho que no olvidasen nunca. Sus dedos cubiertos de sangre no podían ya asirse a la manilla de la claraboya. A sus pies, los critales centelleantes formaban una alfombra sobre el suelo y rezó a Dios para que fuera rápido

– ¡Apártese! -consiguió gritar antes de que se le resbalara la pierna y no pudiera sostenerse más

Desde una oscilante escalera de cuerda le agarró un brazo. Un par de manos secas agarraron con firmeza su mano pegajosa. De repente, el viento la azotó de nuevo y se encontró suspendida en el aire. Unas hojas revoloteaban por encima de su cabeza. Estaba volando. Los grises tejados de pizarra del Marais se encontraban a mucha distancia debajo de ella. Entonces todo se oscureció.

EPÍLOGO

La silueta del Louvre bloqueaba la visión, a no ser por un diminuto rectángulo del Sena acerado. El débil sol de noviembre luchaba por entrar a través de las sucias ventanas de la oficina de Leduc Detectives

– Cazaux casi lo consiguió -dijo Martine. Cruzó las largas piernas, se estiró la minifalda del traje rojo y se ahuecó el cabello rubio. Inhaló su cigarrillo con seriedad-. Una pena que estuviera fuera de servicio. Es una conversación que siempre lamentaré haber escuchado.

Aimée, con el ojo vendado, se encogió de hombros. Miles Davis se refugiaba dormido en su regazo. Sorbió el café solo con la mano medio buena.

– La Unión Europea se está reorganizando, y el tratado ha sido archivado. Especialmente después de la retirada de Hartmuth

Morbier se levantó, se estiró y ofreció un cigarro puro a Aimée

– Los puros no cuentas -dijo-. No hace falta tragar el humo

– Lo de vivir peligrosamente va conmigo.-aimée aceptó el puro y lo sostuvo con el otro puño mientras lo encendía-. El viaje en helicóptero me inspiró. Voy a empezar a hacer escalada. Parece que es mi fuerte, después de todas las alturas en las que he estado. -¿Te apetece venir conmigo, René?

René giró la cabeza tanto como se lo permitía el collarín

– Pregúntamelo el año que viene -dijo-. Puede que entonces me haya curado

– Es alucinante, después de cincuenta años… -comenzó a hablar Morbier, pero Aimée no le dejó continuar

– Cincuenta años no quieren decir que la injusticia desaparezca. Más tarde o más temprano reaparece. Pero cuando esta generación muera, ¿quién sabe? -Se encongió de hombros. Dio una calada al puro y al hacerlo envió círculos de humo al aire

– ¿Dónde está Hartmuth? -preguntó René

Aimée hizo una mueca.

– No ha terminado el recuento de cuerpos, ¿verdad?

Morbier dio una profunda calada

– Thierry se ha encadenado a la cama de Sarah. Ha salido de cuidadeos intensivos. Hartmuth le da de comer

– Creo que conoces a unos de nuestros reporteros camuflados -dijo Martine con cautela

– ¿Yves? -Aimée se estremeció

Después de todo, había sido un buen chico. Igual le llamaba cuando se le curase la cirugía plástica

– Lo descubrieron-dijo Martine-. Lo molieron a palos, pero sobrevivirá.

– ¿Cuándo vas al nuevo despacho?

– Cuando Giles meta sus cosas en cajas -dijo Martine-. Ahora necesitaré mi propio piso. Madurar.

– Es lo que hacen los directores.- Aimée sonrió y se volvió a René-. Socio, ¡tenemos que solicitar otra prórroga fiscal!

– Aimée -preguntó René despacio-, ¿se lo dirás tú a Abraham?

– Si lo pregunta. Si no, dejaré tranquilos a los fantasmas. A todos -dijo.

Cara Black

***