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– ¿Tú también lo odiabas?

Kyle sonrió.

– Solía fantasear con matarlo. ¿Responde eso a su pregunta?

– Matarlo, ¿cómo?

– Pegarle un tiro. -Sonrió, meneando la cabeza con incredulidad-. Es extraño lo bien que salen las cosas.

Clevenger se quedó callado. Kyle se secó la frente.

– No me encuentro bien.

Clevenger se levantó y caminó hasta la puerta. La abrió y le hizo una señal al guardia que había sentado fuera en el pasillo.

El guardia se levantó y se acercó.

– ¿Y la metadona? -le preguntó Clevenger.

– Ya debería estar aquí, doctor -dijo el guardia-. Llamaré otra vez a la enfermería.

Clevenger volvió a entrar en la sala y se sentó frente a Kyle.

– Te vieron cerca del Mass General hacia la hora que mataron a tu padre.

– Qué lástima no haberlo sabido. Podría haber mirado. Clevenger lo miró a los ojos y le creyó. Quizá Kyle Snow había visto cómo disparaban a su padre, o quizá no. Pero no había duda de que habría disfrutado.

– ¿Sabes algo del proyecto en el que trabajaba tu padre cuando murió? -le preguntó.

– No sé qué era. Sólo sé que le creó muchas dificultades hasta hace un mes más o menos.

– ¿Cómo lo sabes?

– Se ponía muy tenso cuando las cosas no iban bien. Se quedaba despierto toda la noche, caminaba inquieto arriba y abajo o paseaba por el barrio. Venía haciendo toda esa mierda. Entonces, pareció que todo cambiaba. Como si hubiera hecho un avance importante o algo así. Se notaba por su forma de andar, más ligera. Y por la frente. Podía pasarse meses con el ceño fruncido, como si intentara leer la letra pequeña de algo, pero fuera demasiado pequeña. Y cuando acababa un proyecto, también eso desaparecía. Y es lo que pasó.

– Podías interpretarle bastante bien -dijo Clevenger.

– Se pasó todos esos años sin hablarme, apenas me miraba. Yo lo observaba, intentaba comprender qué pensaba, qué le pasaba. Qué estupidez.

– ¿Por qué?

– Porque no importaba. Intentaba encontrar un modo de acceder a él. Pero no lo había. Al menos para mí.

– ¿Y Lindsey? -preguntó Clevenger.

– ¿Qué pasa con ella?

– ¿Sentía lo mismo que tú por tu padre?

– Venga ya. Ella lo adoraba. Y él, a ella. Hasta que pasó todo esto.

– La aventura.

– No era sólo eso. Él estaba distinto, más humano. Que estuviera liado con Grace Baxter sólo era una parte de la historia. Que se llevara bien conmigo, tan de repente, era otra. Y al ser más persona, tuvo algunos desencuentros con mi hermana. Porque se pasara toda la noche con chicos, por ejemplo. Intentó ser más autoritario. Antes, ni siquiera se enteraba si llegaba a las cuatro o las cinco de la mañana. Se lo aseguro, a ella no le gustaban nada estos cambios.

– ¿Por qué no quería que estuvieras más unido a tu padre?

– Mire, no soy estúpido. Sólo saqué esos resultados en las pruebas. Ella no soportaba que mi padre me prestara atención. Durante todos esos años en los que él no me daba ni la hora, lo tenía para ella sola. -Se cambió de posición, nervioso en la silla-. En cierto modo, me tendió una trampa, si quiere que le diga la verdad.

Ahí había una grieta que quizá Clevenger podía abrir.

– ¿Al pedirte que le entregaras la nota a George Reese?

Asintió.

– Era evidente que mi padre descubriría que había sido yo. Eso seguramente explicaría por qué dejó de hablarme las dos últimas semanas.

– ¿Te molestó? -preguntó Clevenger.

– Estoy acostumbrado -dijo. Pero su voz dejó claro que, en el fondo, tras los últimos restos de Oxycontin, sufría muchísimo.

Llamaron a la puerta. Un enfermero la abrió y entró. Llevaba un vasito de cartón con un líquido transparente: la metadona de Snow. Se acercó y se la dio.

Kyle se la bebió y le devolvió el vaso.

– Gracias.

Clevenger esperó a que el enfermero saliera.

– Supongo que te dolió que tu padre volviera a pasar de ti, después de que por fin hubieras conectado con él.

– La verdad es que nunca llegué a creerme que hubiera cambiado -dijo, sin mucho convencimiento.

– ¿No?

– A ver, alguien desea que no hubieras nacido nunca, ¿y de repente quiere ser tu mejor amigo? Creo que no. Era la excitación del momento, y punto. Estaba flipado con Grace. Así que repartía un poco la alegría que sentía. Pero nunca fue por mí, sino por él… y por ella.

– ¿Sabías lo del retrato del salón?

– Lindsey me lo contó cuando lo descubrió. Se quedó muy afectada.

– ¿Y tú?

– Pensé que era guay, en realidad.

– ¿Guay?

– Aún no lo pilla. Mi padre ha sido siempre una máquina. Un ordenador. Datos que entran, datos que salen. El matrimonio de mis padres era una farsa. No sé cómo lo logró, pero Grace Baxter le devolvió la vida. Habría llevado su retrato pegado a la frente, si ella se lo hubiera pedido.

Clevenger se quedó mirando a Kyle varios segundos.

– En resumen -dijo al fin-, ¿te alegras de que esté muerto?

Kyle no respondió.

Clevenger esperó.

– Lo echo de menos, supongo -dijo-. Pero lo he echado de menos toda la vida. Que esté muerto es mejor, en realidad.

– ¿Por qué es mejor?

– Ya no me despreciará nunca más.

Kyle Snow acababa de plantear un móvil psicológico para cometer un asesinato. Matando a su padre, habría eliminado de su vida al hombre cuya presencia le recordaba constantemente que era defectuoso y que no lo quería. Quizá no pudo soportar el dolor que le produjo que su padre se acercara a él y luego volviera a distanciarse. Quizá aquello había bastado para arremeter contra él. Pero el modo en que Kyle parecía ser también muy consciente de sus sentimientos, y dolorosamente sincero respecto a ellos, no favorecía la teoría de que hubiera recurrido al asesinato. Y su acceso al Oxycontin significaba que contaba con un suministro estable de droga para eliminar su cólera.

– ¿Crees que tu padre se suicidó? -le preguntó Clevenger.

– Puede que disparara el arma. Pero eso es irrelevante.

– ¿Qué quieres decir?

– Aunque apretara él el gatillo, nosotros lo matamos. Lindsey, yo, su socio Collin. -Sonrió-. ¿Ha visto a Collin?

– Sí-dijo Clevenger.

– Menuda pieza. ¿Sabía que le contó a Lindsey que Grace y mi padre eran amantes?

– Sí -dijo Clevenger.

– Bien. Está haciendo los deberes. Así es como yo lo veo: con Grace, mi padre volvió a la vida durante una temporada, comenzó a respirar por primera vez. Como si volviera a nacer, algo así. Y nosotros le cortamos el aire, le asfixiamos.

– Le empujasteis al suicidio.

– Ahí está. Y por eso he dicho eso de que todo era tan raro. Quería matarlo y no tuve que hacerlo.

Clevenger asintió. Tenía lógica. Collin Coroway, Lindsey y Kyle creían que habían conspirado para convertir la vida de John Snow en un sinvivir. Quizá eso fue lo que al final le empujó a operarse. Quizá, por una vez, pensó realmente que podía renacer en el amor de Grace Baxter. Y cuando le echaron la soga al cuello, decidió que sólo podría ser libre con la ayuda del bisturí.

Pero una pregunta importante seguía pendiente: si Grace Baxter amaba a John Snow lo suficiente como para escribir una nota de suicidio cuando lo perdió, si ella era su mapa del amor y él era el de ella, ¿por qué ese amor tan grande no había bastado para superarlo todo? ¿Por qué destapar su aventura le pondría fin?

Faltaba una pieza del rompecabezas.

Clevenger miró fijamente a Kyle y se vio reflejado en él. Y si bien sabía que estaba allí para investigar dos muertes, que Kyle era un sospechoso y no un paciente suyo, no pudo evitar ver el mundo de dolor en el que vivía. En realidad, lo notaba en su interior. Así era su don, y la cruz que cargaba. Era permeable al sufrimiento de los demás. Era lo que le había empujado a la bebida, las drogas y el juego para olvidar. Y era lo que le impedía levantarse e irse en aquel momento. Porque ya tenía todo lo que quería de Kyle Snow. Pero ahora sentía la necesidad de darle algo a cambio.