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– Yo no lo veo así -dijo, y lo dejó ahí.

– Ya lo sé, ya conozco ese aspecto tuyo -dijo Heller-. El doctor Gandhi. -Se balanceó, pero recuperó el equilibrio.

– ¿Por qué no te quedas a dormir aquí?

Heller negó con la cabeza.

– Tengo un taxi esperándome. Estoy bien. -Extendió la mano-. Buenas noches, amigo.

Clevenger se la estrechó y la soltó.

– Le contaré a Billy lo de la chica.

– Tienes suerte -dijo Heller-. De ser su padre. Es algo maravilloso. Nunca había pensado demasiado en tener un hijo. Billy hace que sienta que debería tener uno.

Clevenger sabía que Heller estaba borracho, pero ni el alcohol explicaba lo que sonaba como un apego irracional. Lo conocía desde hacía tan sólo unos días.

– Ten cuidado de camino a casa -le dijo Clevenger.

– Sí -dijo Heller. Se volvió, fue hacia la puerta y la abrió-. Dile a Billy que lo siento. Le resarciré.

– Me aseguraré de que sepa que no habrías podido hacer nada.

– Gracias -dijo Heller. Salió y cerró la puerta.

Clevenger fue al cuarto de Billy. Estaba a punto de llamar a la puerta cuando ésta se abrió.

Billy estaba al otro lado. Le temblaba el labio.

– Hola, colega -dijo Clevenger-. ¿Lo has oído?

– No me aburría -se las apañó para decir, reprimiendo las lágrimas.

– ¿Qué quieres decir?

– En el quirófano, no me aburría.

– De acuerdo… -dijo Clevenger-. ¿Qué te ha pasado entonces?

Una lágrima comenzó a resbalarle por la mejilla.

– Tenía… Tenía miedo. Tenía miedo por esa niña.

Clevenger notó que se le ponía la carne de gallina. Lo que no habían conseguido criarse con un padre sádico, vivir la muerte de una hermana, enfrentarse a un sinfín de chicos que le doblaban la edad en peleas callejeras y subirse al cuadrilátero una y otra vez, lo habían logrado un par de visitas al quirófano con Jet Heller. Billy tenía miedo, y no sólo por sí mismo, sino por otra persona. Sentía empatía por otro ser humano. Era una especie de milagro. Quizá Dios sí había estado en la sala de operaciones con Jet Heller aquel día. Quizá la niña no era la única a la que podía curar.

– Ven aquí -le dijo Clevenger, abriendo los brazos.

Billy avanzó hacia él y enterró la cara en el hombro de Clevenger.

Él lo abrazó con fuerza.

– ¿Cómo puede pasar algo así? -preguntó Billy entre sollozos-. Era tan pequeña.

Clevenger quería darle una respuesta, quería protegerlo del hecho de que la muerte es caprichosa, que la entropía es la fuerza más poderosa del mundo, que el amor del mejor padre no puede proteger al niño más inocente de un aneurisma, un cáncer, un accidente de tráfico o un asesinato. Quería protegerlo, pero lo quería demasiado para mentirle.

– No lo sé -dijo-. Ojalá lo supiera, Billy, pero no lo sé.

Capítulo 19

20:37 h

Clevenger salió del loft para encontrarse con Whitney McCormick en el hotel Four Seasons. Subió a la camioneta y vio un papel sujeto en el limpiaparabrisas. Se bajó y lo cogió.

Era una tarjeta de felicitación en un sobre sin cerrar que llevaba su nombre escrito en tinta púrpura. Lo cogió. El anverso era una acuarela de un arco iris. La abrió y vio una nota escrita en color púrpura, firmada por Lindsey Snow:

Dr. Clevenger:

No esperaba nada de usted. No le perseguiré. Sólo quiero que sepa lo unida que me siento a usted. No creo que sea un rollo padre-hija ni nada raro por el estilo. No creo que tenga nada que ver con haber perdido a mi padre.

En el fondo de mi corazón, estoy convencida de que estamos hechos para estar cerca el uno del otro.

A veces estas cosas se saben, ¿verdad?

Un abrazo,

Lindsey

Las protestas de Lindsey acerca de que sus sentimientos por Clevenger no tenían nada que ver con sus sentimientos por su padre era una negación clásica. La conexión era tan cercana que necesitaba negarla no una, sino dos veces, ya en el primer párrafo.

Clevenger se guardó la tarjeta en el bolsillo de la chaqueta y volvió a subirse al asiento del conductor. Pensó que tenía que pasarse otra vez por casa de los Snow por la mañana para comprobar si presionando a Lindsey, Kyle y Theresa, lograba aportar alguna novedad al caso.

Puso la llave en el contacto y la giró. Oyó un chasquido hueco. Volvió a intentarlo y oyó un sonido debajo del capó parecido a un latigazo. Su instinto le decía que saliera de ahí ya. Abrió la puerta deprisa y se echó al suelo.

La camioneta estalló en llamas.

Le ardía una manga de la chaqueta. Rodó por la acera y logró apagarla. Volvió a mirar la camioneta y vio una columna de seis metros de altura. El capó y el habitáculo estaban negros y en llamas. El parabrisas había saltado por los aires.

Billy salió corriendo por la puerta del edificio, se acercó a toda prisa y se arrodilló a su lado. Parecía aterrado.

– ¿Qué coño…? ¿Estás herido?

Clevenger movió las dos piernas, los dos brazos. Se pasó los dedos por la cara, buscando sangre. No tenía.

– No, estoy bien.

– ¿Qué ha pasado? -dijo Billy.

– Alguien intenta decirme que me estoy acercando -dijo Clevenger.

– ¿Crees que ha sido alguien de la empresa de John Snow? Hacen bombas o algo así, ¿no?

De nuevo, Clevenger no pudo evitar sentir que quería a Billy lo más lejos posible de la investigación.

– No tengo ni idea de quién lo ha hecho -dijo-. Sólo me alegro de que no se le dé mejor. -Pensó en la nota que se había guardado en el bolsillo, y en Lindsey. Recordó que una de las detenciones de Kyle Snow había sido por una amenaza de bomba a su colegio de secundaria. Pero entonces le vino a la mente otro recuerdo: la peculiar afirmación de J. T. Heller acerca de que quería un hijo como Billy. ¿Había alguna posibilidad de que Heller hubiera intentado tomar un atajo y quedarse a Billy directamente? ¿O aquel pensamiento era una proyección paranoica de los propios celos y la competitividad de Clevenger?

Pero el pensamiento no desapareció, sino que generó otros. ¿Por qué Clevenger no le había preguntado a Heller exactamente dónde estaba minutos antes de que entraran a John Snow a las urgencias del Mass General? Para empezar, ¿era sólo una coincidencia que estuviera tan cerca? ¿Era una coincidencia que las labores de reanimación que le realizó a Snow destruyeran las señales anatómicas que habrían permitido a Jeremiah Wolfe dictaminar formalmente si su muerte había sido un asesinato o un suicidio?

¿Podía la fraternidad de la medicina haber conducido a Clevenger a otorgar a Heller el beneficio de la duda cuando no se lo merecía?

– ¿Crees que esto tiene que ver con que fueras a Washington a ver a Collin Coroway? -le preguntó Billy.

– Podría ser -admitió Clevenger, deseando que dejara de sondearle.

Billy lo levantó y lo sacó de la carretera.

Se quedaron mirando cómo ardía la camioneta. En la distancia, comenzaron a sonar las sirenas.

– ¿De cuándo era, del 98? -preguntó Billy.

Clevenger notó que el brazo de Billy lo cogía por la cintura, para ayudarle a mantenerse en pie. Le pasó el brazo por los hombros.

– Ahora vienen con asientos de cuero y navegador, creo -dijo Clevenger-. ¿Qué haces este fin de semana?

– ¿Comprar una camioneta con mi padre?

– Parece que ya tienes plan.

* * *

La policía de Chelsea mandó cuatro coches patrulla suyos al edificio de Clevenger, junto con un grupo de desactivación de explosivos de la policía de Boston. Dos miembros del equipo se pusieron a trabajar con la camioneta, mientras otros tres agentes examinaban el ascensor, las escaleras y los pasillos que llevaban al vestíbulo del loft.

Mientras los observaba trabajar, Clevenger llamó a Whitney McCormick desde el móvil para cambiar el plan y quedar para tomar una copa a las once en el salón Bristol del Four Seasons. Le dijo que ya le contaría.