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– ¿Se lo ha contado mi hermana?

– Eso da igual.

Kyle parecía muy enfadado.

– Menuda zorra.

– En el arma no aparecieron las huellas de tu padre -dijo Clevenger-. Si se la devolviste y él mismo se disparó, habrían aparecido. Alguien limpió la pistola. No me imagino a tu padre haciéndolo. -Alzó un poco la voz-. ¿Para qué iba tu padre a limpiar su propia arma antes de dispararse?

A Kyle se le movían sin parar los músculos de la mandíbula.

– Sabemos que fuiste la última persona que tuvo la pistola de tu padre. Sabemos que estabas cerca del Mass General la madrugada que recibió el disparo. Sabemos que lo odiabas. Todo cuadra. Por eso cuando le pedí a tu madre que nos dejara entrevistarte, dijo que no.

– Yo no lo asesiné -dijo Kyle mientras se le humedecían los ojos.

– ¿No? -Clevenger lo presionó-. Me dijiste que querías que muriera. Querías ver cómo lo mataban. Y ahora tengo que creerme que cogiste el arma y no…

– Se la cogí para que no se suicidara. Pero no pude quedármela.

– ¿Por qué no?

– Porque quería utilizarla.

– Ayúdame a entenderlo: estás muy preocupado porque quizá se suicide, ¿pero no puedes quedarte el arma porque temes matarlo tú mismo?

Tras haberlo dicho, Clevenger se dio cuenta de que podía ser perfectamente cierto. Kyle estaba igual de necesitado de su padre que de enfadado con él. De todas formas, siguió insistiendo, porque sentía que la verdad estaba a punto de salir a la luz.

– No -le dijo-. Querías usarla y la usaste. Lo mataste. Mataste a tu padre.

– ¡No! -gritó Kyle, y las lágrimas empezaron a resbalarle por la cara-. Quería matarlo, por eso la di.

– La diste -repitió Clevenger fingiendo estar enfadado-. ¿Qué hiciste, fuiste a Harvard Square y se la entregaste a un estudiante universitario? ¿Quién coño iba a cogértela?

– Collin -soltó, y se tapó la cara con las manos-. Se la di a Collin.

– Se la diste a Collin. -Clevenger hizo una pausa-. ¿Por qué? -preguntó en voz baja-. ¿Por qué a Collin?

– No lo sé. -Kyle hablaba ya entre sollozos-. ¿Por qué no nos deja en paz de una vez? Déjenos en paz de una vez.

Clevenger asintió. Observó a Kyle llorar tapándose la cara con las manos mientras el eco de su ruego le resonaba en la cabeza. «¿Por qué no nos deja en paz de una vez? Nos.» Y lo vio todo claro. Así es como aparece a veces la verdad: como un submarino que emerge a la superficie o un misil que aparece en la pantalla de un radar. Las raíces de la destrucción, la coherencia de una locura concreta, salían de repente a la luz.

– Entiendo -dijo.

* * *

– ¿Le crees? -le preguntó Coady a Clevenger cuando éste entró en la sala de observación.

Clevenger miró a Kyle por el espejo unidireccional.

– No creo que sea el asesino que buscamos.

– A mí también me da esa impresión, lo cual nos lleva de nuevo a Coroway. Si Kyle está dispuesto a testificar y el jurado le cree, tenemos a Coroway en el Mass General con el arma de John Snow. Tenemos un móvil, el hecho de que Coroway de repente tuviera carta blanca para vender el Vortek y sacar a bolsa Snow-Coroway, algo a lo que Snow habría opuesto resistencia. Da la casualidad de que registra el Vortek en la oficina de patentes un día después de la muerte de Snow. Lo único que no tenemos es un testigo. No podemos situarlo en ese callejón. Comprobé los registros de llamadas telefónicas del móvil de Snow. La mañana del asesinato no cogió ninguna llamada de Coroway. Y hay otro problema: no tenemos ningún móvil para que Coroway matara a Grace Baxter.

– Lo traeremos igualmente -dijo Clevenger.

– ¿Crees que podemos obtener una confesión?

– Creo que podemos obtener lo que necesitamos.

Coady lo miró con recelo. Clevenger volvió a mirar por el espejo unidireccional.

– Voy a dejarme llevar por la intuición. Necesito a todo el mundo en una sala. A los Snow, a Coroway, a Reese… y a Jet Heller.

– Escucha. Si convoco a Reese, Jack LeGrand vendrá con él. Hay que ser realistas: Reese no dirá nada con su abogado al lado. Y con el comisario ya estamos pisando terreno peligroso.

– La última vez habló mucho, y LeGrand también estaba delante.

– Te advierto que ésta será tu última oportunidad con él. ¿Estás seguro de que quieres gastarla ahora?

– Estoy seguro.

– ¿En qué estás pensando? ¿En una pequeña terapia de grupo?

– Exactamente. Y tú podrás verlo todo a través del espejo unidireccional.

Coady no respondió de inmediato.

– Más vale que funcione -dijo al fin.

* * *

Clevenger se sentó a su mesa de la consulta. Se puso a releer la copia del diario de Snow mientras esperaba que Billy volviera de su entrenamiento de boxeo. Había decidido invitarlo a observar el interrogatorio, para por fin ganarse toda su confianza.

Sonó el teléfono. Lo cogió.

– North quiere hablar contigo -dijo Kim Moffett.

– Pásamelo. -Esperó un segundo-. ¿Qué pasa?

– No sé qué sacar en limpio de esto -dijo Anderson-, pero hace dos semanas se realizó una transferencia importante y muy curiosa en la cuenta de mercado de dinero de George Reese. Y no se trata de un ingreso que cuadre con lo que pudiera obtener por recuperar su inversión en el Vortek. Es una transferencia hecha desde su cuenta.

– ¿Cuánto dinero?

– Cinco millones.

– ¿A quién?

– A Grace Baxter.

Clevenger tembló, literalmente. Cerró los ojos y se imaginó a Baxter tirando de sus pulseras de diamantes. Sus esposas. «Soy mala persona. Soy una persona horrible de verdad.»

– ¿Qué te parece? -preguntó Anderson-. ¿Una especie de pago antes de separarse?

Clevenger abrió los ojos. Sintió una tristeza enorme en el estómago: por Baxter, por Snow, por la infinidad de personas que intentan liberarse de lo que son y lo único que consiguen es hundirse en las arenas movedizas de la vida que tan desesperadamente quieren dejar atrás.

– Todas las piezas del rompecabezas encajan ya -le dijo a Anderson.

Capítulo 24

George Reese, el abogado Jack LeGrand, Theresa, Lindsey y Kyle Snow, Collin Coroway y Jet Heller estaban sentados alrededor de la larga mesa de la sala de interrogatorios.

Clevenger, North Anderson, Mike Coady y Billy Bishop los miraban desde la sala de observación.

Nadie de la sala de interrogatorios miró a nadie durante aproximadamente el primer minuto. Por fin Kyle miró furtivamente a Coroway, quien meneó la cabeza en su dirección con un paternalismo que a Clevenger le revolvió el estómago.

LeGrand miró el reloj.

Heller, con los ojos inyectados en sangre y el pelo largo y despeinado, miraba la mesa.

Theresa Snow le apartaba a Lindsey el pelo de la cara.

Reese y Coroway establecieron contacto visual y lo mantuvieron unos instantes.

Clevenger observó a Billy viendo la escena desde el espejo unidireccional, y en lugar de sentirse cohibido porque había invadido su espacio, en lugar de preocuparse por el hecho de que exponerlo a la delincuencia podía convertirlo en un delincuente, lo que sintió fue agradecimiento porque estuviera allí, porque quisiera estar allí.

– ¿Todo preparado? -le preguntó Coady a Clevenger.

Ya le había contado a Coady su plan.

– Todo preparado -respondió.

– Suerte -dijo Coady-. Si funciona, quedará en los anales.

Clevenger abandonó la sala de observación y entró en la de interrogatorios. Se sentó a la cabeza de la mesa, en el extremo opuesto a George Reese y Jack LeGrand. Collin Coroway estaba sentado a un lado, junto a Jet Heller. La familia Snow estaba sentada delante de ellos.

Clevenger miró alrededor de la mesa.

– ¿Alguien quiere empezar? -preguntó.