Aunque cabría pensar que un hombre en su situación disfrutaría del lujo de poder gozar de la lentitud del tiempo, había momentos en los que Cooper sentía que se iba a morir de aburrimiento.
Intentando relajarse, cerró los ojos y trató de poner la mente en blanco. Cuando oyó que alguien se acercaba cantando creyó que era un sueño.
Sin embargo, cuando aquella versión desafinada del «I am a woman» de Helen Reddy se hizo del todo clara, Cooper supo que no podía ser producto de su inconsciente. Abrió los ojos y distinguió la silueta de Angel Buchanan que entraba bailoteando.
Maldita sea.
Angel creía que estaba sola, no cabía duda. Sin fijarse en el rincón que quedaba a oscuras, continuó haciendo gorgoritos y llevando el ritmo con el cuerpo. Cooper optó por sumergirse un poco más y permanecer oculto entre el vapor y las sombras hasta que aquella mujer se marchara.
Al igual que ella, había ido hasta allí con la esperanza de estar a solas.
Angel se quitó el albornoz y lo lanzó sobre uno de los bancos. Menos mal, pensó Cooper. A diferencia de él, Angel llevaba puesto el traje de baño.
La observó mientras se dirigía hasta la primera de las albercas; la tenue luz resaltaba el rubio de su melena y la blancura de sus pantorrillas desnudas. Seguía canturreando cuando, nada más entrar en contacto con la superficie del agua, soltó un chillido.
– ¡Dios! Demasiado caliente.
La siguiente alberca estaba más cerca de la ocupada por Cooper, pero Angel no lo vio y se dirigió a ella entre nuevos gorgoritos. Otro chillido.
Dio un respingo y empezó a frotarse la pierna, casi lívida. Si Cooper hubiera dejado más luces encendidas, Angel habría podido leer el cartel que anunciaba el nombre de aquella bañera: «Zambullida Polar».
– Demasiado fría -susurró.
Aunque la vio acercarse, Cooper no tuvo tiempo de pedirle que se marchara, ni siquiera de avisarla de su presencia. Poseída por el espíritu de Helen Reddy, repitió el estribillo de la canción y entró con decisión en el agua.
A unos dos metros de ella, Cooper recibió en la barbilla las olas formadas por su delicada inmersión. Sin tener muy claro qué hacer, se la quedó mirando mientras acomodaba su trasero en el banco de madera y cerraba los ojos.
– Perfecto -dijo. Y suspiró.
A los pocos segundos, Cooper también suspiró.
– Siento comunicarte, Ricitos de Oro, que Papá Oso ya está en casa.
Al parecer, Angel guardaba sus chillidos para enfrentarse a temperaturas extremas. A Cooper le pareció notar que el susto la había dejado sin aliento durante unos segundos tras los cuales volvió a suspirar y a abrir los ojos.
– Eres tú -dijo con aire de resignación.
– En carne y hueso -repuso, asegurándose de que la oscuridad impedía vislumbrar su desnudez.
Sin embargo, la oscuridad no fue suficiente para ocultar la cara de decepción de la mujer. Era evidente que le molestaba su presencia y que además le daba un poco de vergüenza. Entonces Angel se incorporó y Cooper percibió un orgulloso brillo en su mirada.
¿Y qué si le había dedicado un cumplido por la mañana?, interpretó que estaba pensando. ¿Y qué que él hubiera salido corriendo como si la muerte le estuviera pisando los talones? Angel hundió por un momento la cabeza en el agua, y al sacarla la melena se quedó flotando sobre sus hombros con un único mechón serpenteante enganchado al pecho.
Aunque estaba seguro de que aquello no haría más que agravar su insomnio, Cooper no podía apartar los ojos de las sinuosas curvas de aquel mechón de pelo. Se dijo que era normal, sobre todo teniendo en cuenta que hacía mucho, mucho tiempo que no estaba tan cerca de algo tan tentador.
Además, tampoco podía levantarse e irse, pues recordó que estaba desnudo. Así pues, decidió darse el gusto de quedarse observando las curvas que dibujaba aquel tirabuzón húmedo que se abría camino sobre el fondo pálido de su cuello hasta llegar a las modestas protuberancias que asomaban del escote de su bañador.
Estaba sometiéndola a un análisis bastante aséptico, se dijo. No era más que la observación de la bonita elevación de unos bonitos pechos de mujer. No era ofensivo, en absoluto, sobre todo porque la oscuridad impedía que ella adivinara la dirección de su mirada.
Aunque podía ser que lo intuyera porque mientras él observaba, ella se alejó con rapidez. Cooper cerró los ojos durante unos instantes y se ordenó mirar en otra dirección. Pero no fue capaz.
Volvió a mirar a Angel y notó que estaba inquieta. La mujer se sentó y estiró la espalda, dejando así al descubierto los pechos de los que Cooper no podía apartar los ojos. Al entrar en contacto con el aire fresco, sus pezones reaccionaron de inmediato; pequeños y duros, parecían estar a punto de atravesar la tela del bañador.
Madre mía, pensó, mientras notaba que le empezaba a bullir la sangre. El corazón comenzó a latirle con fuerza y con dificultad, seguro, pues tenía la impresión de estar acumulando toda la sangre en la entrepierna. Incluso en aquel estado no pudo alejar la vista de Angel. La mujer arqueó la espalda un poco más y el agua que topó contra sus endurecidos pezones llegó después hasta él.
La onda expansiva le acarició la barbilla. Cooper se estremeció y solo entonces apartó su mirada de ella.
– Uno de los dos debería marcharse -espetó.
Y estaba claro que no iba a ser él, pues además de estar desnudo, tenía una erección más que notable. Sabía que era probable que Angel estuviera pensando que era un poco rudo, pero bueno, seguro que tampoco le había gustado demasiado que por la mañana se hubiera dado a la fuga.
Se hizo un silencio incómodo que Angel rompió con unas palabras tan gélidas que bien podrían haber enfriado el agua varios grados.
– Muy bien, pues adiós.
Cooper no cometió el error de volver a mirarla, pero supuso que Angel estaba sentada en el banco de la alberca.
Le rechinaron los dientes mientras pensaba en la manera de salir de allí sin que ella lo viera, ni a él ni a su erección. Volvieron a quedarse en silencio hasta que Cooper comenzó:
– Escucha, Angel…
– No, no, espera. Escúchame tú a mí -lo interrumpió haciendo un gesto con la mano indicando que no quería oír su perorata. El hielo de su voz se había derretido-. Llevo todo el día pensando en ello y… quiero pedirte disculpas.
– ¿Disculpas? ¿Por qué?
– Por lo de esta mañana. -Echó los hombros hacia atrás y carraspeó-. Por lo que te dije. Créeme, no pretendía hacerte sentirte incómodo.
– Pero…
– Deja que termine, por favor. -Movió de nuevo la mano y levantó unas cuantas gotas que salpicaron a Cooper-. No se me da bien andarme por las ramas, así que te lo voy a soltar tal y como es, ¿de acuerdo?
– De acuerdo.
– Creo que los dos sabemos que por alguna extraña razón yo me siento atraída por ti.
Cooper decidió pasar por alto lo de «extraña razón» y la instó a continuar.
– ¿Y bien?
– Y eso no justifica mi actitud de esta mañana. Debería haber pensado que te podía molestar. Así que me disculpo y te aseguro, te doy mi palabra de que, incluso en el caso de que la atracción sea mutua, yo no moveré un dedo.
Cooper se la quedó mirando fijamente. «¿Incluso en el caso de que sea mutua?» ¿Acaso no se había dado cuenta de que si él había salido corriendo por la mañana se debía a que también sentía atracción por ella? ¿De verdad pensaba que le había «molestado»?
Por el amor de Dios, Angel no se andaba por las ramas, cierto, pero tampoco era demasiado espabilada a la hora de interpretar las señales.
– Yo… -comenzó, pero se tragó las palabras que lo habrían aclarado todo-. Yo… -repitió mientras se frotaba la barbilla. Sí, mejor no decir nada. De esa forma podría mantenerla apartada de él-. Acepto tus disculpas y admito que me siento mucho mejor ahora que hemos aclarado la situación.
– ¿De veras? -Angel relajó los hombros y se acercó a él-. ¿Todo aclarado?