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– Por supuesto. Todo bien -mintió, porque ahora que la volvía a tener cerca y a oler su pelo y su sofisticado perfume no se podía decir que todo estuviera bien ni por asomo.

Desafortunadamente, en aquel momento se sintió más joven, cuando todavía era lo suficientemente imbécil como para creerse invulnerable.

– Pues fantástico -repuso Angel.

– Fantástico -repitió él, mientras apoyaba la cabeza en el borde de la alberca y cerraba los ojos intentando relajarse.

Sin embargo, el silencio resultaba tan violento y tenso como lo había sido antes. Aquella chica tenía que ser obtusa para no darse cuenta de que el aire olía a sexo y de que estaba cada vez más viciado.

Cooper abrió los ojos y la miró. Había cambiado de postura y su rostro quedaba parcialmente a oscuras, pero tenía la boca iluminada y pudo ver cómo sacaba la lengua para humedecerse el labio inferior.

La segunda vez que lo hizo, la segunda vez que su lengua recorrió de un lado a otro el carnoso labio inferior, a Cooper se le secó la boca.

– Fantástico -murmuró Angel.

A Cooper le pareció gracioso el tono contrariado en que pronunció aquella palabra, pero no reaccionó. Estaba absorto en el brillo de sus labios, lamidos una vez más, y solo era capaz de sentir la suave corriente de calor que volvía a alojarse en su entrepierna.

No se oía más que la respiración de ambos y parecía como si la tensión en el ambiente los estuviera acorralando. Nada de noche abierta a la luz de las estrellas; la atmósfera allí y en aquel momento era de íntima oscuridad. Y en su interior Cooper y Angel, a solas. Cooper cerró los ojos y se concentró en la respiración de la mujer, en la densa nube que formaba su embriagador perfume.

Inhaló profundamente, sintió que su pulso se disparaba y se preguntó si era posible que Angel no notara la corriente sexual que fluía entre ambos.

– Quizá tuvieras razón -dijo entonces Angel-. Quizá uno de nosotros debería marcharse.

– Sí.

Pero… no. Ya casi se había olvidado de lo agradable que todo aquello resultaba, del suave incremento de la turgencia, de la urgencia.

– Pero… yo no creía, no sabía que…

– No quería que te fueras -murmuró Cooper, deseando haber sido capaz de decirlo antes.

Un año atrás habría disfrutado de los preliminares, del camino que mediaba entre la atracción, su aceptación y la consiguiente excitación. Si aquello hubiese estado ocurriendo el año pasado, en aquel momento él se le acercaría, lamería su boca y le acariciaría los pezones. La besaría, la tocaría, la llevaría a la cama y al día siguiente se levantaría con una sonrisa en los labios.

Sin embargo, aquella noche dormiría solo.

Cooper se sentía tan desgraciado que se acercó un poco. Solo una caricia, se dijo, solo una. El rumor del agua puso a Angel sobre aviso.

Cuando la mano de Cooper estaba ya muy cerca, Angel lo agarró por la muñeca y lo detuvo.

– Oye, oye, oye. Pero ¿qué está pasando aquí?

Cooper rió, aunque todavía dominado por la imperiosa necesidad de acariciarla.

– No eres tan inocente, ¿no?

Angel lo asió con fuerza.

– A los seis años ya era una cínica.

– Entonces ya te habrás imaginado que yo también creo que tienes un cuerpo impresionante. -Qué diablos, si había llegado hasta allí ¿por qué no decirlo todo?-. Tienes que haberte dado cuenta de que la atracción no es solo por tu parte, Angel.

Cooper notó que la mujer contenía la respiración.

– Entonces tenemos un problema.

– No veo por qué. -Decidió que ya no iba a darle más vueltas, que lo único que quería era algo de contacto: su piel sedosa contra la de él, aquellos labios, suaves y húmedos, contra los suyos. Solo un beso-. Tienes el suficiente autocontrol, ¿no es así?

– Por supuesto que tengo autocontrol -espetó-. Lo que no se puede decir de ti, por lo que veo.

– Vamos, cariño, tengo razones de sobra para no dejar que esto llegue demasiado lejos.

– Las mías son mejores. -Le soltó la muñeca y en el mismo movimiento se alejó de él-. Enrollarme con el protagonista de mi artículo va en contra de mi ética profesional.

– Tu protagonista es Stephen Whitney. -Cooper se puso de pie y se acercó a ella-. No yo.

Angel sacó una mano del agua y la apoyó contra su pecho para detener el avance.

– Stephen Whitney y tú. Son dos artículos. Ahora que sé quién eres también quiero escribir uno sobre C. J. Jones.

Cuando oyó su nombre y observó la determinación en el rostro de Angel, Cooper pareció entenderlo todo.

La excitación desapareció. El deseo se esfumó. Solo quedaba el arrepentimiento y la sensación de fatalidad a la que tanto le estaba costando acostumbrarse.

– No puedes escribir un artículo sobre C. J. Jones -dijo con pesar mientras salía por primera vez a la zona iluminada.

– Vamos -repuso Angel. Aquel tono persuasivo, junto con su belleza y aspecto inocente debían funcionar sin excepción con cualquiera-. C. J. Jones es noticia…

En aquel momento Angel dirigió la mirada a su pecho. Ahora se ha fijado, pensó Cooper. Los más de veinte centímetros de cicatriz que le dividía el tórax estaban amoratados y parecían recientes. Angel se quedó boquiabierta.

Su evidente sorpresa hizo que Cooper se apresuraran salir de la alberca, sin importarle que lo viera desnudo. En realidad, ya había visto lo peor. Sin decir palabra se ató la toalla a la cintura y se dirigió a la puerta. Antes de salir, dio media vuelta y observó que ella lo seguía mirando, con la expresión de asombro todavía reflejada en el rostro.

– Verás, Angel. No puedes escribir un artículo sobre él porque… -Dudó unos instantes y finalmente decidió que no tenía sentido intentar suavizarlo-. Porque C. J. Jones está muerto.

6

A la mañana siguiente, Cooper se encontraba ante el bufet del desayuno, en el edificio comunitario, cuando entró por la puerta un torbellino dorado y embravecido. Quienes estaban allí miraron y sus respiraciones sonaron en el acostumbrado silencio. El torbellino, en realidad dotado de un par de piernas, se dirigió hacia Cooper a paso lento y sus botas verde chillón retumbaron al pisar las baldosas de terracota. Por precaución, el hombre colocó a un lado sus copos de avena y se cruzó de brazos para observar cómo la mujer, decidida, se le acercaba.

Obviamente, Angel -el torbellino recién llegado- se había repuesto ya de la sorpresa de la noche anterior. Él lo había supuesto y también que la periodista vendría en busca de respuestas. Lo que ya no adivinaba era si la mujer aceptaría la operación de bypass coronario como excusa que justificase el modo en que él le había dado la información, así como su manera de reaccionar ante ella, primero con frialdad y a continuación con calor, sin seguir ninguna lógica.

Angel se detuvo, temblorosa, a escasos centímetros del pecho de Cooper con la aniñada mirada oculta tras un mechón de pelo rebelde, y él comprendió que venía con ganas de discutir.

Cuando hizo ademán de hablar, Cooper le señaló el rótulo que exigía silencio y, aunque ella entendiera, su voz seguía intentando abrirse paso. Además, Cooper estaba seguro de que aquella pequeña cafetera podía explotar y causar el estruendo consiguiente.

Con la intención de salvaguardar los tímpanos de los presentes, no dudó en poner una libreta y un bolígrafo de los que estaban repartidos por el comedor, en las manos de Angel, que por lo visto parecía dispuesta a estrangularlo.

Pese a que ella se dispusiera a escribir, él estimó oportuno continuar tapándole la boca pues, con el humor que traía, sus mordiscos seguramente serían peores que sus bufidos.

Una vez liberada de la mano que la había amordazado, Angel no emitió sonido alguno y se limitó a garrapatear algo en la libreta. Mientras tanto, Cooper esperaba preparándose para ser despellejado vivo. Tenía que admitir que no lo había hecho demasiado bien con ella. El sexo había estado tanto tiempo ausente en su vida que su inesperada aparición lo había sacado de sus casillas.