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En vez de sollozar, gritar, o cargar contra su destino, la niña contestaría con las palabras que Angel había pronunciado tantas y tantas veces: «Estoy bien».

Cooper volvió a repetir el gesto de la mano en los cabellos.

– Es una mierda, Katie, una mierda.

Angel y Katie dieron un respingo al mismo tiempo. La niña suspiró sin mirar a su tío.

– No, no. Estoy bien -le aseguró de inmediato-; de verdad.

Aquello, expresado con tan poca emoción y en tono monocorde, hizo que Angel lamentara haber tenido razón.

– Yo también estuve así de bien -le dijo Cooper mientras le acariciaba la cabeza-, tan bien como estás tú, y sigue siendo una mierda.

Angel se resintió por la angustia que aquellas palabras denotaban, y aún más cuando Cooper rodeó a la muchacha por los hombros, pues la niña, pese a no protestar, tampoco se abandonó al cariño que se le ofrecía.

La imagen evocó en la memoria de Angel a Cooper, el día del funeral, abrazando a su sobrina y a su hermana, una actitud que entonces, entendiéndola como símbolo de la ayuda de un hombre que a ella le faltaba, le había sentado mal. Pero en aquel momento sentía pena por Katie, pues la muchacha no quería ni podía aceptar el consuelo de su tío.

Las niñas pequeñas necesitaban a alguien que las protegiese del peligroso y ancho mundo.

Angel no pudo oír el suspiro de Cooper aunque sí advertir que sus hombros se elevaban lentamente para después caer.

– Bueno, al menos, el atardecer está precioso, ¿verdad? -opinó el hombre, revolviéndole el pelo a la niña-. A veces es lo único que nos queda, así que más vale disfrutarlo.

Angel sintió que se le hacía un nudo en la garganta y el viento le golpeó en los ojos aun a pesar de los rizos que los ocultaban. Era el momento de salir de allí y ella lo sabía. Estaba estancada, lo estaba desde su llegada a Tranquility House.

Con todo el sigilo de que fue capaz, se puso en marcha y se encaminó a su cabaña y, una vez allí, elaboró una lista con las preguntas que le haría a la madre de Katie en la primera entrevista del reportaje. A pesar de haber creído dedicar los dos días de que había dispuesto a inspirarse con el ambiente, lo cierto era que se había limitado a posponer el encuentro con la viuda. Y esa inoperancia había dado como resultado la difícil relación que había iniciado con Cooper y la incómoda empatía que la niña le inspiraba.

Angel se enderezó. Si la madre de Katie pensaba que su hija estaba en condiciones de reincorporarse al colegio, entonces la madre de Katie debía de estar preparada para hablar de Stephen Whitney. Además, le había dado permiso, quería que Angel se ocupara del reportaje.

La verdad los liberaría a todos.

Así que, visto lo visto, era momento de dejar a un lado a escrúpulos, sexo y hermanitas, entre otras cosas porque hasta el momento solo le habían supuesto problemas. ¿Qué haría Woodward?

Woodward seguiría con el reportaje y, después, con su camino.

7

Para su encuentro con la viuda de Stephen Whitney, su primera entrevistada en relación con el artículo, Angel puso especial atención a su vestuario. El sol de septiembre volvía a ser abrasador, así que para la ocasión escogió un vaporoso vestido con estampado floral. Su madre lo llamaría vestido «de señorita», y Angel creyó que esa sería la imagen apropiada para aquella mañana.

La noche anterior había escrito una detallada lista de preguntas, a la que añadió unas cuantas por la mañana. Aunque pretendía que la entrevista fuera en profundidad, tenía la intención de que la mujer sintiera que llevaba la conversación. La gente siempre contaba más cosas si las preguntas no tenían el tono de un interrogatorio.

Su melena se había convertido en una indomable maraña, pero no le parecía adecuado pedirle a la viuda que le dejara utilizar su secador durante veinte minutos, así que tendría que encontrar otra solución. Resignada, optó por una diadema de metal con abalorios para mantener el pelo alejado de los ojos.

Finalmente, para que le diera suerte, porque le traía buenos recuerdos y porque se estaba volviendo loca con tanto silencio, se colocó una pulsera de oro en la muñeca izquierda. De cada eslabón colgaba un recuerdo de las ciudades en las que había vivido. Aunque siempre andaban mal de dinero, su madre insistía en comprar amuletos, seguramente por el simple hecho de convertir su vida secreta en una aventura excitante.

Al fin y al cabo la intención es lo que cuenta, se dijo.

Paseó hasta el edificio comunitario en busca de señales que le indicaran el camino hasta la casa de Lainey Whitney. No había vuelto a ver a Cooper desde el día antes, cuando se besaron, así que se alegró de encontrar a Judd presidiendo el bufet del desayuno, y aún más cuando se ofreció, por escrito, no solo a indicarle el atajo por el bosque sino a acompañarla hasta allí él mismo.

No habían andado ni media hora cuando encontraron a Lainey Whitney en la parte de atrás de su casa, paseando por el enlosado que rodeaba la piscina. Ataviada con un vestido de tirantes, sombrero de ala ancha y guantes de jardinería, arrancaba las partes marchitas de un geranio rosa en flor. Judd la saludó con la mano y se marchó.

– Visita a mi hermana cada día a la misma hora -le explicó Lainey.

Angel intentó pensar en lo que había averiguado sobre él durante el trayecto.

– No dice nada -observó mientras miraba el trozo de papel que Judd había puesto en su mano-. Y no solo en Tranquility House. No habla en ningún lugar.

Con la muñeca, Lainey se apartó el ala del sombrero de la cara.

– Llegó al refugio hace cinco años con la intención de quedarse dos semanas. Lleva aquí desde entonces sin decir palabra.

Angel meneó la cabeza y metió la nota en la mochila.

– Qué extraño.

– Quizá te lo parezca porque no conoces sus razones.

«Sus razones.» Aquel comentario inocente recordó a Angel el motivo de su visita. Estaba allí precisamente para conocer las razones de otro hombre.

– Es verdad, señora Whitney. Y lamento haber aparecido aquí sin avisar, pero como no tengo acceso a un teléfono, tampoco podía llamarla para preguntarle si tenía tiempo para recibirme.

– ¿Que si tengo tiempo? -La mujer soltó una sonora carcajada, aunque Angel observó que se le humedecían los ojos-. No sé qué hacer con todo el tiempo que tengo.

Lágrimas, pensó Angel, y se le hizo un nudo en el estómago. Se agarró con fuerza a la mochila y se arrepintió de no haber llevado pañuelos de papel.

– Yo… lamento su pérdida.

– Lainey, no tienes por qué hablar hoy si no te apetece -gritó una voz a sus espaldas.

La voz de Cooper. Molesta por su intromisión, Angel se dio la vuelta.

No tardó en olvidarse de por qué estaba enfadada con él. También llevaba guantes, los suyos de piel y del mismo color marrón que su bronceado pecho desnudo. Volvió a fijarse en la cicatriz, pero pronto su atención se desvió hacia sus anchos hombros y las tiras de músculos que se perdían en el interior de los vaqueros de cintura baja que llevaba. Antes pensaba que su cuerpo merecía un sobresaliente, pero en aquel momento decidió que era sencillamente fabuloso. Tanto que sintió el impulso de recorrerlo con la lengua hasta…

Aturdida por el deseo, Angel trastabilló unos pasos hacia atrás.

– ¡Cuidado! -la previno Cooper.

Aquel grito solo consiguió que siguiera reculando hasta que su pie no encontró más que aire en el que apoyarse, el aire que cubría la superficie de la piscina. Cooper corrió, la asió por la muñeca y tiró de ella para alejarla del borde.

Angel se zafó de la sujeción y se frotó la zona por la que Cooper la había agarrado.

– Me has hecho daño.

– La mayoría de las mujeres me darían las gracias por salvarlas… de nuevo.

Decidida a mantenerse alejada de peligros, se dio la vuelta y se dirigió a la señora Whitney.