Angel gimió pero Cooper hizo lo posible por no ceder a la petición que entrañaba aquel sonido y siguió con los besos delicados, acariciándola con la lengua y succionando levemente su labio inferior. Con cada succión, Angel se estremecía y apretaba las rodillas contra sus caderas. Se notaba que aquello le estaba gustando.
Sin embargo, Cooper sabía que ella quería más, que la fuerza con la que se aferraba a su pelo y le acariciaba la cabeza demostraba que no tenía suficiente. Cooper le soltó el labio y Angel le acercó de nuevo la boca con decisión. Deslizándola con suavidad, Cooper le metió la lengua y ambos empezaron a gemir.
Recordándose una y otra vez que debía ir despacio, que debía intentar deleitarse con lo poco que iba a probar de ella, Cooper le acarició el paladar con la lengua y apartó la cabeza.
– Más -rogó Angel, aferrándose con fuerza a su pelo.
Cooper sonrió.
– No te preocupes. Aún no hemos terminado.
No me preocupo. Al parecer, hasta las chicas duras podían suplicar.
Cooper enroscó los rizos en sus dedos y la atrajo de nuevo hacia sí.
– Tienes un cuello precioso -murmuró, mientras le mordisqueaba la mandíbula y le lamía la garganta-. Tuve ganas de probarlo en el mismo instante en que té vi.
– Mmm… -Angel cerró los ojos.
Cooper sonrió y se tomó unos segundos para recrearse en el olor del cuerpo femenino, en la suavidad de su piel, en el calor que emanaba y en el embriagador perfume de su fragancia. Entonces retomó los besos y siguió bajando hasta que la barbilla topó con la delicada tela de su blusa. Levantó de nuevo la cabeza, esforzándose por no mirar la hilera de botones que la mantenían abrochada.
Mejor ni tocarla.
Durante aquel año en Tranquility House había aprendido a conformarse con poco y, aunque todavía le costaba trabajo, seguía esforzándose por no hacerse demasiadas ilusiones. Aquello sería suficiente, se dijo. Unos cuantos besos y caricias, lo suficiente para engañar al hambre sin tener que repetir.
Le besó el hombro, la barbilla y volvió a la boca. Angel separó los labios y en aquella ocasión fue ella quien le metió la lengua.
Unos cuantos besos y caricias. Convencido de que tenía la situación bajo control, continuó.
Pero entonces Angel apartó los labios y comenzó a lamerle el lóbulo de la oreja.
Cooper soltó un quejido de placer. Oh sí, sí. Sigue, sigue…
Sin apartar la boca de su oreja, Angel le metió las manos debajo de la camiseta. Cuando, desde la espalda, comenzó a arañarle las costillas con suavidad, Cooper se estremeció y el corazón le dio un vuelco.
La sensación era tan placentera que trató de que Angel parara. En un intento de distraer su atención, empezó a acariciarle un pecho. La mujer envaró la espalda y sus miradas se encontraron. Ambos respiraban precipitadamente, y cada vez que ella tomaba aire, Cooper notaba la agitación en su mano.
Entonces fue ella la que movió la mano, desplazándola desde las costillas hasta el pecho. Cooper contuvo el aliento pues sabía bien hacia dónde la dirigía. Comenzó a desabrocharle la blusa y, por suerte, Angel paró.
En aquel momento Cooper supo cómo debía actuar. Si conseguía que ella no se moviera, si se dejara tocar sin reaccionar a sus caricias, él podría llevar a cabo su placentero plan. En un intento de calmarse pensó en su abuela y se dispuso a desabrochar la hilera de botones.
Angel no se movía, tan solo lo miraba, ruborizada y atenta.
– Eres preciosa -murmuró con la voz entrecortada-. Pareces un ángel.
Ella sonrió y le acarició la mejilla. Cooper posó la mano sobre la suya, le besó los dedos y la colocó junto a su cuerpo.
– Déjame -comenzó-, deja que te toque, no te muevas.
Desabotonó la blusa hasta llegar a media cintura y fue incapaz de continuar. No pudo contenerse, tuvo que separar los dos pedazos de tela y contemplar las curvas que se dibujaban bajo el sujetador rosa de satén.
Sentía cómo el deseo le golpeaba el pecho y tomó aire para controlar el pánico que empezaba a apoderarse de él. Tenía que mantener la calma y respiró profundamente. Entonces se dispuso a desabrocharle el sujetador, de cierre frontal.
Y no pudo.
Cooper no se lo podía creer. En el pasado, había sido capaz de desabrochar hasta veinticinco sujetadores distintos en la impresionante marca de quince segundos, y, aunque aún se creía capaz de batirla, en aquel momento estaba tan nervioso que el temblor se lo impedía. De acuerdo, había practicado con sujetadores atados a sillas y no a suaves cuerpos de mujer, pero lo cierto era que tampoco le faltaba experiencia en esas lides.
Angel comenzó a contonearse.
– Cooper…
Mierda, mierda. La voz de la mujer transmitía preocupación y Cooper intentó darse prisa.
– Cooper. -Angel se llevó la mano al cuello de la blusa, como si quisiera volver a abrocharla. Cooper advirtió que estaba ruborizada y temió que su torpeza terminara con sus ganas de continuar.
Intentando relajarse, inspiró profundamente y apartó la mano de la mujer. La volvió a besar en los labios y, olvidándose de los malditos corchetes, le acarició el pecho por debajo del sujetador.
Angel soltó un leve gemido. Entonces Cooper bajó la vista. ¡Y qué visión tan extraordinaria! Si el solo hecho de amasar aquel peso, suave y cálido, ya proporcionaba una sensación más que excitante, no lo era menos observar cómo su gruesa muñeca se perdía bajo el satén.
Cooper notó que su corazón había recuperado el ritmo habitual, señal inequívoca de que la sangre volvía a estar concentrada en su entrepierna. La tenía muy dura, y más aún se le puso cuando comenzó a juguetear con el pezón, también como una piedra.
Angel emitió otro quejido, pero él continuó con la mirada fija en sus pechos. No podía apartar los ojos, le parecía fantástico ver cómo la mujer se estremecía y sentir el agitado latido de su corazón en las yemas de los dedos. Entonces llevó la mano que tenía libre a su otro pecho, lo acarició, le frotó el pezón.
– Cooper -susurró Angel.
El hombre levantó la vista justo cuando ella se lamía los labios.
Sin dejar de mirarla, le pellizcó un pezón con delicadeza. Angel cerró los ojos.
Cooper apartó una mano y acercó los labios. Sin retirar el sujetador, se llevó el pecho a la boca y comenzó a humedecer la tela con la lengua hasta que el pezón volvió a estar duro. Siguió lamiendo hasta que la tela, empapada, dibujó a la perfección aquella protuberancia. Entonces se lo metió en la boca, succionando hasta que el pezón le acarició el paladar.
Angel lo rodeó con los brazos y, contoneándose, se acomodó sobre su erección. Aquel movimiento hizo que Cooper chupara con más ímpetu, provocando mayor excitación en la mujer.
Pero no, no podía permitir que se meneara de aquel modo.
Con la intención de que parara repitió la operación con el otro pecho. Se lo llevó a la boca y comenzó a lamerlo con fruición. De nuevo, Angel se quedó quieta. Dibujó círculos a su alrededor con la lengua y sintió cómo la mujer se tensaba, a la espera de la succión final que tanto la excitaba.
Cuando Cooper la sintió totalmente rígida, se lo metió en la boca y mordió.
Angel soltó un chillido de éxtasis.
El hombre alzó la cabeza con gesto de pretendida preocupación.
– ¿Te he hecho daño? -Sabía bien que le había encantado, que aquel grito había sido de puro placer.