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– No me hace falta desnudarme para conseguir lo que quiero -respondió. Además, si se desnudaba demasiado pronto quizá se quedaría sin las respuestas que andaba buscando.

Angel envaró la espalda.

– Y ¿qué es? ¿Qué es lo que quieres?

– Te quiero a ti. -Apoyado sobre los hombros, le acarició la cara y siguió la línea de sus pestañas con el pulgar-. Dime, Angel. ¿Es que alguien te ha hecho daño practicando sexo?

– Pues claro que no. Nadie me ha hecho ningún daño -espetó.

Previsible, pensó Cooper y entornó los ojos.

– ¿En qué estaría yo pensando? Como si en este mundo hubiera alguien capaz de hacerte daño… -Pero la creyó. El problema no estaba en el sexo, él lo sabía bien-. Entonces, ¿qué pasó? -preguntó con dulzura mientras recorría el perfil de sus labios-. ¿Por qué decidiste no obtener placer en la cama?

– Haces que parezca una…

– ¿Una pesimista?

En lugar de responder, Angel lo atrajo hacia sí y lo besó, separando los labios. Al poco, Cooper se separó, dispuesto a averiguar qué le pasaba por la cabeza antes de que él perdiera la suya.

– ¿Por qué, Angel? ¿Por qué te resignaste a no disfrutar en la cama?

Angel frunció el entrecejo.

– Nunca he sido capaz de llevar el ritmo, ¿sabes? Y eso duele… -Se interrumpió y sacudió la cabeza-. No es que duela, es que es un poco frustrante querer algo y no conseguirlo.

– Y te propusiste dejar de quererlo.

– Quiero estar contigo -respondió, mientras se acercaba de nuevo a él. Volvieron a besarse y esta vez a Cooper le costó un gran esfuerzo separarse de ella.

Se echó hacia atrás, respirando aceleradamente. Era tan hermosa, con aquellos labios enrojecidos por los suyos.

– ¿Cómo podría hacer eso un hombre? Dejarte insatisfecha, quiero decir.

Angel soltó un suspiro, algo molesta por su insistencia.

– No creo que se dieran cuenta. Siempre he fingido.

– Angel… -comenzó, sin tener muy claro si sentir compasión por los pobres ilusos que no habían sido capaces de darse cuenta del engaño o por Angel, que había renunciado al placer para no herir el orgullo de aquellos tipos.

– Es un problema de ritmo. Contigo me pasó lo mismo.

Cooper se quedó de piedra.

– ¿Conmigo? Conmigo no fingiste.

Angel sonrió.

– No, pero tampoco estuvo del todo bien. No como se supone que debe ser, en cualquier caso. Me cuesta seguir el ritmo que lleva al éxtasis simultáneo de hombre encima y mujer debajo, ya sabes.

– Como se supone que debe ser -repitió. Entonces lo vio claro. Puede que ella tuviera veintisiete años, pero las relaciones que había mantenido debían de haber sido más bien pocas, espaciadas en el tiempo y con jovencitos. Por favor, cualquier hombre con un poco de experiencia en ese campo sabía si…

– Deja que te vuelva a besar, Cooper. -Angel le agarró la cabeza e intentó atraerlo hacia sí pero como no lo consiguió, fue ella la que se acercó-. Deja que te bese.

Cooper la empujó de nuevo contra la almohada.

– El sexo no debe ser de ninguna forma en concreto, Angel.

– Leo muchas revistas sobre el tema -se defendió-. Y ya sé que no todo se acaba en el misionero, pero…

– Entonces deja que te demuestre dónde fallan esas teorías sobre el misionero y el «éxtasis simultáneo».

Cooper tuvo la sensación de que Angel no lo estaba escuchando, pues seguía aferrada a su pelo, tirando de él.

– Bésame.

La miró fijamente y dudó. Aquellas facciones delicadas, la cabellera dorada extendida sobre la almohada… seguro que los jóvenes con los que había estado habían sido cuidadosos con aquel ángel. Precavidos, para no asustar a alguien que parecía tan inocente.

No se habrían atrevido a intentar forzar la situación para que se abriera a ellos.

Ni siquiera él, que tenía treinta y cinco años y algo de experiencia en el asunto, había conseguido desnudarla.

– Bésame -dijo, haciendo un mohín.

– Lo haré, no te preocupes -le prometió.

Entonces se apartó y comenzó a desabotonarle la blusa. Se la quitó. Cuando le desabrochó el sujetador, Angel contuvo la respiración, así que Cooper se inclinó sobre ella y la besó al tiempo que dejaba en el suelo las dos prendas.

De la boca descendió hasta los pechos. Se los besó y siguió bajando hasta la cintura, donde se encontró con el cordón de la falda. Un tirón y la deslizó con facilidad por sus piernas. Entonces se levantó, le quitó las sandalias y se tomó un momento para admirar la blancura de su piel sobre las sábanas.

– Eres preciosa -le dijo.

Angel estaba casi desnuda y algo tensa. Cuando Cooper se acercó para quitarle las bragas, la mujer emitió un quejido pero él no le hizo ningún caso y se las bajó, dejando al descubierto los rizos dorados que asomaban entre sus piernas.

– Chisss. -Le cerró los labios con un beso y las tiró al suelo.

Fijó los ojos en su desnudez y le acarició el costado.

– Última oportunidad, cariño. Tus secretos.

– Ya te lo he dicho. -Angel se estremeció cuando sintió sus dedos en la cadera -. No tengo secretos.

Lentamente, Cooper deslizó los dedos hasta el rubio triángulo que se formaba entre sus muslos, muy pegados y tensos.

Angel temblaba.

– ¿Qué haces?

Aunque los ojos de Cooper ya se habían acostumbrado a la oscuridad, le costó distinguir el borde de sus rizos, tan claros que se confundían con el resto de la piel. Acercó el índice y lo apoyó en el punto que le separaba los labios.

Angel dio un salto en la cama. Intentó relajarse y separó las piernas.

– Cooper.

– ¿Sí? -Se detuvo para que ella se tranquilizara.

– Esto es un poco…

– ¿Doloroso? -preguntó con curiosidad.

– No.

– ¿Desagradable?

– No.

– Por favor, Angel, quiero hacerlo. -Entonces sintió que su cuerpo se iba acostumbrando a las caricias, que sus músculos se relajaban. Comenzó a frotar el pequeño bulto, caliente y duro, y sintió, más que oír, que Angel contenía el aliento.

– ¿Ves qué bien sale todo si vamos por partes? -preguntó, sin dejar de acariciar su carne humedecida-. Uno da y el otro recibe.

Angel contuvo un gemido y cerró los ojos.

– ¿No te gusta?

Le gustaba. Su cuerpo ardía, estaba húmeda y abierta a él. Angel inclinó las caderas, lo justo para que a Cooper le fuera más fácil abrirse camino entre los labios y meterle dos dedos.

Angel jadeó y lo agarró de la camisa para atraerlo hacia sí.

Con la mano que tenía libre, el hombre consiguió que lo soltara.

– Dime que te gusta -le pidió, al tiempo que giraba los dedos que tenía en su interior.

Angel levantó las caderas y entonces volvió a cerrar los ojos.

– Me gusta, me… -Se interrumpió cuando le metió un tercer dedo-. Sí, me gusta.

En aquel momento, Cooper sacó la mano con cuidado y se acomodó entre sus piernas mientras apoyaba un codo a cada lado de su cabeza.

– ¿Lo ves? El sexo no debe ser de ninguna manera en concreto.

– Bésame -le rogó.

– Lo haré -volvió a prometerle-. Te voy a besar por todas partes.

Con el cuerpo de Angel, caliente y desnudo, entre sus brazos, se dispuso a cumplir su promesa. Muy despacio, sin presiones, pero con la firme intención de llegar a todo. Le lamió la suave piel del cuello y siguió bajando con la lengua hasta llegar al pecho. Le chupó los pezones hasta que sintió que la mujer se estremecía.

– Cooper, Cooper, por favor. -Angel levantó las caderas hasta topar con las de él-. Quítate la ropa.

– Espera.

Volvió a los pezones y los lamió de nuevo para continuar besando la parte inferior de sus pechos. Cooper notaba que la sangre le bullía, que le costaba respirar, pero no estaba dispuesto a acabar con aquello hasta que ella se diera cuenta de las muchas formas en que se podía disfrutar del sexo.