Выбрать главу

Angel siguió alejándose, desesperada tanto por huir de allí como por que no se le notara.

Pero él se adelantó, la asió por los hombros y la obligó a detenerse.

– Es eso, ¿verdad? Te encuentras muy cómoda en una relación periodista-sujeto, ¿no es cierto? Pero no la soportas si se da entre iguales, de persona a persona. -Las manos la agarraron con más fuerza-. Ni entre un hombre y una mujer.

A Angel le costó un esfuerzo mantenerse impertérrita. Lo miraba sin ningún deseo, sin nada que aportarle. Sin dolor. Desde luego, sin dolor.

Pero no era cierto. Él le había hecho daño.

Cooper resoplaba y la cicatriz del pecho subía y bajaba, moviéndose sin cesar.

– ¿Qué demonios estoy haciendo? -murmuró, dejando caer los brazos.

En cuanto Cooper la liberó, Angel dio al instante un paso atrás.

La expresión de Cooper se contrajo.

– Lo siento, perdóname. No tengo derecho, no tengo ningún derecho.

Ella siguió retrocediendo, con la intención de ponerse a salvo.

– No te preocupes, Angel. Me voy -dijo él con voz dolida.

Y así lo hizo. Angel lo vio desaparecer en el túnel. Le escocían los ojos de lo secos que los tenía, y también la garganta, como si los anteriores momentos se hubieran llevado toda vida de ella, como si fuese un brote otoñal que el inclemente sol hubiera secado.

Se dejó caer en la arena y apoyó la cabeza sobre las rodillas. Era el momento para que se levantase el viento y se la llevara con él, que la lanzase sobre los riscos de las ciclópeas montañas Santa Lucía o que la dejase en medio de la corriente que se internaba en el Pacífico.

A quién le importaba si desaparecía. A nadie, pues ella no permitía que se le acercaran hasta ese punto. A pesar de que Cooper pensase que no tenía derecho, había ido directamente a donde dolía, a la verdad sobre ella. Ella no era capaz de entenderse de persona a persona, de mujer a hombre. Era una buena profesional, pero en el terreno de lo personal se cerraba y se aislaba.

Era un mecanismo que la mantenía a salvo… y que había mantenido su soledad.

– Angel.

Alzó la vista. Cooper estaba en la arena, a su lado, dispuesto a abrazarla. Con la mejilla, notó la calidez de la piel de su hombro, su olor, el mismo que el de su cama cuando ella la había dejado aquella mañana… a sábanas limpias y a cielo despejado, con un deje de atractivo sexual.

– Estás aquí -dijo, demasiado sorprendida para rechazarlo.

– No quería dejarte sola. -Él apoyó la cara en el cabello de Angel, que se enredó en so barba de tres días; esa era la única parte del cuerpo a la que ella le daba permiso para colgarse de él-. No podía dejarte.

Angel se tranquilizó, pero algo dentro de ella, en el pecho, se agitó, o se envolvió, o se desenvolvió.

– ¿Qué… qué has dicho?

Él le tomó la cara con ambas manos.

– Que Dios me ayude… -susurró, mirándola a los ojos-. No podía dejarte.

Angel lo observó sintiéndose mareada y paralizada, alejada de su ideal de precaución y rigor. Pasaron siglos mientras intentaba averiguar qué le estaba pasando.

– Cooper, vamos a volver -propuso al fin, convencida de que no había tiempo suficiente para separar e identificar las emociones que crecían en su fuero interno, y además había cosas más urgentes que hacer-. Volvamos a tu cabaña. Quiero… estar entre tus brazos.

Necesito estar entre tus brazos.

Las manos de él le tocaron la cara un instante y después la ayudaron a levantarse. Acto seguido, Cooper la atrajo hacia así y le dio un fuerte y cálido abrazo, al que ella se entregó para sentirle el corazón palpitando en su mejilla.

– ¿Qué estamos haciendo? -murmuró él-. Me gustaría saber qué estamos haciendo.

Estaba claro que no esperaba una respuesta, y eso era bueno, muy bueno. Porque Angel no tenía ni idea de lo que Cooper estaba haciendo… y, con respecto a sí misma, solo podía esperar que no estuviera enamorándose.

17

El paseo de vuelta a Tranquility House no contribuyó a calmar los nervios de Angel ni a aclararle la mente. Solo sabía que tenía el pulso acelerado y que no era capaz de librarse de aquella sensación de mareo y falta de aire. Cuando divisaron el edificio comunitario, se fijó en un grupo de hombres allí reunidos justo en el momento en que uno de ellos también los vio.

– ¡Eh, Coop! -gritó el hombre.

Angel dio un respingo. Aquel alarido rompió el silencio habitual del lugar y le provocó un subidón de adrenalina que no le fue demasiado bien a su ya acelerado organismo.

– ¡Coop, estoy aquí! -El hombre agitaba las manos para llamar su atención.

Cooper hizo una mueca de disgusto y miró a Angel.

– Son los encargados de instalar la carpa para la exposición. Supongo que querrán que les ayude.

Angel asintió, aliviada y decepcionada al mismo tiempo.

El hombre le soltó la mano y le acarició las mejillas.

– ¿Estarás bien?

Angel volvió a asentir.

– Has dicho que querías estar conmigo.

Angel negó con la cabeza.

– No, estaré bien. No te preocupes.

Pensándolo mejor, en aquel momento necesitaba algo distinto. Lo que le hacía falta era algo de tiempo para eliminar de su mente la extraña idea de que corría el peligro de enamorarse de él.

– Entonces, te veré más tarde. -Inclinó la cabeza y le dio un beso en los labios, dulce y delicado que, sumado a los nervios que sentía, la dejó tambaleándose. Cooper la agarró por los hombros-. ¿Todo va bien?

Pues no. Su corazón seguía desbocado y Angel sentía que se podía caer en cualquier momento, pero consiguió forzar una despreocupada sonrisa, como hacía normalmente en situaciones por el estilo.

– Por supuesto.

Cooper echó a andar pero enseguida se dio la vuelta y Angel deseó que él no se hubiera dado cuenta de que lo estaba mirando mientras se alejaba.

– ¿Eres tú la que silbas?

Angel abrió los ojos como platos y se metió las manos en los bolsillos.

– No sé de qué me estás hablando.

Ella solo silbaba cuando se sentía insegura o asustada, y no era el caso. Así que le dedicó la mejor de sus sonrisas y dio media vuelta. Intentó mantener la compostura y parecer serena mientras salía disparada hacia su cabaña con la esperanza de recuperar algo de cordura.

Ya estaba llegando cuando oyó la voz de una anciana que la llamaba.

– ¡Niña! ¡Niña, estoy aquí!

Angel se volvió en dirección al sonido. En la puerta de la cabaña que acababa de dejar atrás había una mujer que había visto antes por el recinto.

– ¿Puedo ayudarla en algo, señora? -preguntó, dirigiéndose hacia ella. La mujer le hizo un gesto con una mano para que se acercara mientras los dedos de la otra, deformados por la artritis, se aferraban con fuerza a un grueso bastón.

Angel obedeció y siguió a la mujer hasta el interior de su cabaña. Quizá la viejecilla necesitaba que la ayudara a mover o a encontrar algo.

La mujer cerró la puerta y se volvió para mirarla.

– Siéntate, niña, hazme el favor.

Angel no tenía ganas de charla, así que sin moverse de donde estaba, le preguntó:

– ¿Quiere que la ayude en algo, señora?

– Soy la señora Withers. -Le señaló que se sentara y ella hizo lo propio-. He oído que eres periodista.

Sintiendo que no tenía otra opción, Angel asintió y se acomodó en la silla.

– Me llamo Angel Buchanan. Trabajo para la revista West Coast.

– Pues si vas a escribir sobre Tranquility House, deberías hablar conmigo.

Angel abrió la boca para corregirla, pero la cerró antes de decir nada. Al fin y al cabo, no tenía ninguna prisa. La alternativa a pasar un rato con la señora Withers era dedicarse a la contemplación de las cuatro paredes de su habitación mientras intentaba dilucidar si estaba o no enamorándose de Cooper.