Выбрать главу

No. Claro que no. ¿Por qué iba a ser él su hombre ideal?

Y como todo aquello era exactamente lo que no quería plantearse, centró su atención en la anciana.

– ¿Conoce bien Tranquility House? -le preguntó.

– ¡Si lo conozco bien! Llevo viniendo cada mes de septiembre de los últimos cuarenta años.

¡Cuarenta años! Angel estaba ya más serena. Los recuerdos de aquella mujer la mantendrían distraída durante un buen rato.

– Cuénteme.

A pesar de lo que acababa de decir, la mente de Angel se opuso a seguir la conversación. Estaba atenta para meter los «aja» oportunos que hicieran creer a la mujer que la estaba escuchando, pero la mayor parte de sus neuronas seguían ocupadas en el tema Cooper.

No podía ser que estuviera enamorándose de él.

Ni de él ni de nadie. Llevaba mucho tiempo vacunada contra el hecho de entregarle su corazón a alguien, y cada vez que imaginaba su futuro lo veía muy parecido al de su jefa. Jane tenía amigos y una vida plena y feliz sin ataduras sentimentales. Y aquello a Angel le bastaba y le sobraba, pues sabía mejor que nadie que las consecuencias de enamorarse serían la decepción, que podía ser llevadero, o también algún peligro real.

Entre aquellos dos extremos estaban la infelicidad, el abandono y los disgustos. Contuvo un escalofrío y volvió su atención a la señora Withers.

– Hacían una pareja encantadora -estaba diciendo-. Se casaron en septiembre, ¿sabes?, en las montañas. Y yo asistí a la boda.

Angel no tenía ni idea de a quién se refería.

– Perdone, ¿de qué pareja encantadora me está hablando?

– De Edie y John.

Entonces recordó que en los informes de Cara aparecían aquellos nombres.

– Ah, los padres de Cooper. -Cuando se dio cuenta de lo que acababa de decir, Angel notó que se estaba ruborizando-. Es decir, los padres de Cooper, Beth y Lainey.

– Eso es. -La mujer asintió-. Ellos adoraban a sus hijos.

Afortunados, ellos.

– Pero aún más se adoraban el uno al otro. Cuando John murió, Edie se quedó destrozada. Entonces pensé que aquello sería el fin de Tranquility House.

– ¿En serio? -preguntó, y su pensamiento voló de nuevo a Cooper y a la playa, al momento en que le había contado en tono grave lo mal que lo había pasado tras la muerte de su padre. A que le había echado en cara no querer involucrarse demasiado con él.

Había dado en el clavo.

Pero ¡no!, él no entendía que ella estaba siendo realista. Que entre ellos había química, que el sexo era increíble y compartían gustos en cuanto a comida poco saludable. Pero ¡eso era todo! Además, su canción era la ridícula «Hakuna Matata», por el amor de Dios.

– … aunque el muchacho era incansable. Solo tenía diecinueve años y seguía yendo a la escuela, trabajaba en la ciudad y los fines de semana se hacía cargo de Tranquility House.

– Mmm. -Así que Cooper era muy trabajador. Interesante. Aunque ella se había dado cuenta desde un buen principio. No tenía por qué convertirse nada más que en un agradable recuerdo de sexo satisfactorio.

– Sin embargo, Edie…

Angel se aferró a aquel nombre para centrarse de nuevo en la conversación.

– Sí, Edie -repitió, mientras se inclinaba hacia delante-. Hábleme de Edie.

La señora Withers soltó un largo suspiro.

– Hay mujeres incapaces de salir adelante sin un hombre a su lado.

Angel asintió.

– Tiene razón, he conocido a unas cuantas.

Y recuerda, tú no eres una de ellas.

– Yo estuve casada treinta años y todavía echo de menos a Charlie, pero yo siempre fui muy independiente. -La mujer tenía un brillo de satisfacción en la mirada-. Tras su muerte, seguí intentando pasármelo bien. Y aún lo hago.

– Muy bien hecho -añadió Angel.

Pero entonces la mujer sonrió y volvió a suspirar.

– Aunque me he sentido sola. Muy sola, a veces.

A Angel se le hizo un nudo en el estómago. Se acordó del atronador silencio de su apartamento que ella rompía con el ruido de las noticias. Pensó en Tom Jones, el caprichoso gato de su vecina y la única criatura viva que tocaba durante el día.

– Bueno, claro…

La señora Withers sacudió la cabeza.

– Pero te estaba hablando de Edie. Cuando John murió no volvió a ser la misma. Yo creo que la consumía la añoranza. Unos años después se acatarró y aquello se convirtió en una neumonía. He oído decir que luchó por curarse pero…

Angel chasqueó la lengua.

– Los peligros del amor.

– Los niños quedaron destrozados, pero entonces Cooper intervino y se hizo cargo de todo.

– Sí, la verdad es que se le da bastante bien.

La señora Withers asintió.

– Y es más, les dio a sus hermanas el respaldo que precisaban. Cuando ellas necesitaban un hombro sobre el que llorar, en el que apoyarse, ahí estaba él. Lainey ya estaba casada y tenía a la pequeña Katie, pero aquel artista que escogió por marido se pasaba los días encerrado en la torre con sus pinturas y sus lienzos. Cooper es quien siempre ha ayudado a las mujeres de la familia.

«Aquel artista.» Angel se quedó con aquellas dos palabras y trató de olvidarse del resto. Debería hacerle preguntas a la señora Withers acerca de «aquel artista». Ese era el motivo por el que estaba allí, ¿no? Para averiguar más cosas sobre Stephen Whitney. Para descubrir la verdad.

La verdad.

«Cooper es quien siempre ha ayudado a las mujeres de la familia.»

Le vinieron a la cabeza una sucesión de imágenes.

Cooper buscando a Katie durante el funeral. El camino hasta la ceremonia posterior del brazo de su hermana. El consuelo que le ofreció a Beth aquel mismo día. Las citas al atardecer con su sobrina. Los trabajos de jardinería en casa de Lainey. Las volteretas en la piscina.

¿Cómo iba a correr peligro de enamorarse de un hombre así?

Ja. Ja. Ja.

Qué gracioso. Lo cierto es que no corría ningún peligro.

Porque ya estaba enamorada de él.

Estaba ya atardeciendo y a Cooper le dolían los brazos por el esfuerzo de haber ayudado a levantar aquellas dos carpas enormes. Aunque los trabajadores agradecieron su colaboración, él podría haberse marchado mucho antes.

Sin embargo, utilizó el trabajo como excusa para evitar a Angel y como un castigo que decidió autoinfligirse.

Cuando, aquella misma mañana, se había despertado y descubierto que ella había vuelto a desaparecer, lo primero que le había venido a la cabeza era la imagen de Angel hundiéndose en la piscina. El recuerdo le había perturbado y había sentido la necesidad de encontrarla para asegurarse de que estaba a salvo.

Judd le había dado a entender que la había visto camino de la cala y, mientras se dirigía hacia allí, la sensación de ansiedad y enfado que lo embargaba fue creciendo en intensidad.

Así que cuando la había encontrado, había arremetido contra ella por la facilidad con la que se apartaba de él, cuando lo que se suponía que él quería de ella era precisamente eso.

Aquello había sido una estupidez. Y él era un estúpido.

Miró el reloj y se dijo que tenía otra buena excusa antes de enfrentarse de nuevo a ella. Era casi la hora de su habitual cita con Katie y quizá la puesta de sol le proporcionara la solución sobre cómo enfriar su relación con Angel.

Sin embargo, cuando llegó al lugar especial que compartía con Katie, se encontró con una cabeza rubia junto a la de su sobrina. Estaban sentadas la una junto a la otra, y la suave brisa levantaba y entretejía el pelo de ambas, formando una bonita mezcla de rizos claros y mechones castaños.

Iba a perderlas a ambas.

Aquella idea lo golpeó con fuerza mientras se dejaba caer en una de las rocas. Estiró las piernas y algunas piedrecitas rodaron hacia Angel y Katie. Ambas volvieron la cabeza.

Cooper se encogió de hombros.

– Lo siento, no quería molestaros.