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Y también se negaba a mirarse por debajo de la cintura, porque por mucho que lo intentara el bañador no dejaba de apretarle.

¿Por qué el agua de la piscina no le calmaba esos ardores? Josh se rió para sus adentros. Lo que en realidad necesitaba no era agua fresca, sino agua helada directamente. Sin duda estaba caliente e inquieto, y todo por culpa de ella.

Echó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos con fuerza. La misma pregunta que lo había perseguido todo el día se repitió de nuevo en sus pensamientos. ¿Qué demonios había pasado la noche anterior?

Solo sexo, ¿o no? En realidad, el mejor sexo que había practicado en mucho tiempo. Frunció el ceño. ¿En mucho tiempo, o en toda su vida?

¿Y solo había sido sexo? No. De eso nada.

Tenía suficiente experiencia para saber que había ocurrido mucho más que sexo entre Lexie y él. Años atrás, su padre le había dado un consejo que se había tomado muy en serio: «Hijo, el mentiroso más grande al que tendrás que enfrentarte es el que te mira cada mañana mientras te afeitas».

A lo mejor de vez en cuando uno podía engañarse a sí mismo; pero desde luego esa no era la ocasión. La verdad le llegó con la fuerza de una coz. ¿Qué diablos había pasado la noche anterior? Estaba claro. Se había enamorado.

Sí, después de pasar un día cavilando, no tenía la menor duda. Se había enamorado de pies a cabeza. Sin darse cuenta, el amor le había pegado un mordisco. Tenía demasiada experiencia como para no saber que lo que sentía con Lexie era especial. Y diferente, más fuerte que lo que había sentido por cualquier otra mujer. Aquello era una necesidad que iba más allá del sexo. Ella provocaba en él un sentimiento de protección y una necesidad acuciante de saberlo todo de ella.

Sí. Se había enamorado de ella nada más ponerle los ojos encima. Y lo de la noche anterior solo había conseguido sellar el trato para él. Tal y como le había pasado a su padre, se había enamorado a primera vista.

Pero qué mal momento para hacerlo. Había ido allí a aprender a nadar y a navegar, para poder cumplir el sueño de su padre y poder después sentirse en paz.

Y no solo era un mal momento, sino que estaba a miles de kilómetros de su casa; de su rancho y de las personas que dependían directamente de él para vivir. Y solo estaba allí para pasar un par de semanas más. El encontrar a una chica como Lexie en ese momento y en ese lugar era una complicación con la que no había contado. Y si no había ya bastante obstáculos en su camino, también estaba Lexie a tener en cuenta. Había percibido con claridad que ella no estaba buscando ninguna relación seria. Y aunque así fuera, no elegiría a un tipo que solo fuera a estar por allí unas semanas.

Además, estaba seguro de que para ella él solo había sido una aventura; un modo de poner fin a largos años de celibato.

A Josh se le escapó una risotada sin humor. Increíble. Se había enamorado por primera vez en la vida, y el objeto de su pasión solo lo quería para el sexo. ¡Qué ironía!

Se mantendría tranquilo. Él era un hombre paciente, dispuesto a darle un tiempo para que se enamorara de él.

El suave chapoteo del agua le llamó la atención. Se volvió y la vio bajando lentamente por la escalerilla. Sus miradas se encontraron y Josh sintió como si le dieran un golpe en el estómago. Molesto consigo mismo por las ganas que le entraron de levantarla al estilo troglodita, no soltó el bordillo por si acaso. Ella avanzó despacio hacia él, con una expresión mezcla de timidez y de conocimiento que lo volvió loco.

Lexie se detuvo delante de él y le sonrió.

– Hola. Espero no haberte hecho esperar mucho.

A Josh le parecía imposible tener que resistirse para no estrecharla entre sus brazos, pero Lexie le había pedido que la relación en la piscina fuera estrictamente profesional.

– Acabo de llegar.

– ¿Has pasado un buen día? -le preguntó.

– Sí.

– ¿Encontraste el barco que buscabas?

– No.

Lexie arqueó una ceja.

– ¿Ocurre algo?

Nada que no se le curara pasando un par de horas con ella.

– No. Solo recordaba lo que dijiste anoche de limitarnos a las clases de natación cuando estemos en la piscina. No quiero que acabes enfadándote conmigo -sonrió-. Se me ocurrió hacerme el difícil.

– El duro, ¿no? -estiró el brazo y le tocó la base del cuello, para seguidamente deslizarle la mano hasta los pectorales-. ¿Cómo de duro?

Josh gimió y tiró de ella para estrecharla entre sus brazos.

– Me rindo.

La besó con impaciencia, con el sentimiento y la frustración que había acumulado durante todo el día. Exploró con la lengua todos los dulces y secretos rincones de su boca, mientras sus manos le acariciaban la espalda y el trasero para pegarla más a su cuerpo. Ella gimió, le echó los brazos al cuello, se arrimó más a él, y en ese momento Josh se perdió. Se perdió en las curvas de su cuerpo, en la suavidad de sus pechos aplastándose contra el suyo.

De su piel se desprendía un aroma floral, como un vapor tropical que le embriagó los sentidos. Lexie se estremeció violentamente al mismo tiempo que él, y Josh echó mano de todo su control para no retirar las finas telas de sus bañadores y hacerla suya allí mismo. Desgraciadamente, aquel no era ni el lugar ni el momento adecuados.

Con gran esfuerzo, Josh suavizó el beso y terminó mordisqueándole los labios antes de separarse de ella.

– Dios bendito -susurró ella en tono ronco-. No puede haber otro vaquero que bese como tú.

– ¿Cómo beso?

– De ese modo que te deja sin oxígeno, te licua el cerebro y dobla las rodillas.

Él se echó a reír.

– ¿Por qué dices eso?

– Porque si todos los vaqueros besan así, en los ranchos no haríais más que besaros el día entero. La industria ganadera y cárnica se irían a pique.

Josh quiso responder de manera ingeniosa, decir algo que la hiciera reír, pero cuando habló solo le salió la verdad.

– Me he pasado todo el día pensando en ti.

Lexie lo miró a los ojos y el corazón le dio un vuelco. Ella podría decirle lo mismo. Por un instante pensó en mentir, pero le pareció que con algo tan obvio era mejor decir la verdad.

– Yo también he pensado en ti.

Él le retiró un mechón de pelo de la cara y sonrió.

– Hoy he visto un lugar texano mientras volvía hacia aquí. Sirven comida y bebida y hay una pequeña pista de baile y unas cuantas mesas de billar. ¿Te gustaría que fuéramos después de la clase?

– Debes de estar refiriéndote al Buffalo Pete.

– Sí, así se llamaba. ¿Has estado allí alguna vez?

– Muchas. Es uno de los locales más populares de la zona. Sirven unas alas muy picantes y una cerveza muy fría. Me encantaría ir -sonrió y se apartó de él, a pesar de lo poco que le apetecía-. ¿Listo para la clase?

– Estoy listo para cualquier cosa que quieras darme, señorita Lexie.

Ella lo miró con sorpresa. -¿Estás hablando de natación? Él sonrió. -De momento, sí.

Siendo sábado por la noche, cuando llegaron a Buffalo Pete poco después de las once, el ambiente estaba muy animado. Delante de la enorme barra de caoba había por lo menos tres filas de personas, y las camareras, vestidas con pantalones vaqueros cortos, botas texanas y camisetas con el logo del local, se abrían camino con habilidad entre las mesas y los reservados. Muchas parejas bailaban en la pista al ritmo de una canción de Garth Brooks, y el ruido de los golpes de las bolas de billar contra las mesas se elevaba levemente por encima de las conversaciones y de la música.

Josh le tomó la mano y Lexie se deleitó con el calor de la palma de su mano. La condujo hasta la entrada del salón, donde una señorita muy sonriente los recibió, les entregó unas bandejas con sendos menús preparados y los acompañó entre el laberinto de mesas hacia una mesa en un rincón acogedor y tenuemente iluminado. Josh le retiró la silla para que se sentara, un gesto de cortesía masculina que Lexie creía extinguido, y después se sentó él frente a ella.