Él metió la mano por debajo de la mesa y le acarició el muslo.
– Se me ocurren un par de sitios donde me gustaría ponerte mi nombre. Y a ella unos cuantos más.
– ¿Por qué te retiraste?
– Había llegado el momento. Había conseguido todo lo que me había propuesto. Incluso más. Además, mi cuerpo ya no podía con ello. Mi padre había muerto, dejándome a mí como único responsable del rancho que habíamos comprado juntos… -su voz se fue apagando y se encogió de hombros-. Como he dicho, era el momento.
– ¿Y no piensas volver?
– No, he colgado las espuelas definitivamente.
Un gran alivio que Lexie no quiso analizar se apoderó de ella. Aunque también Michael Jordán se había retirado unas cuantas veces. Menos mal que aquello era solo una aventura.
Lexie miró los platos donde estaban las alas.
– Creo que se nos ha quedado la comida fría.
– ¿Quieres que pida otra ración?
– ¿Por qué no le pedimos a Vickie que nos las envuelva y las calentamos después -lo miró-. En mi casa.
Él le apretó la mano.
– Es una invitación que sería tonto de rechazar.
– Y los dos sabemos que eres uno de esos ingenieros químicos tan listos.
– Ah. De modo que solo te interesa mi mente.
– No exactamente -lo miró de arriba abajo de modo sugerente-. La verdad es que estaba pensando que podíamos jugar a un juego.
– Mmm. Sabes que me gustan los juegos. ¿Qué tenías en mente?
– Estaba pensando enjugar al Helado.
– No puedo decir que esté familiarizado con el juego. ¿Cómo se juega?
– Yo chupo, tú te derrites.
El se quedó quieto y la miró con ardor.
– Vamos.
Capítulo Seis
Josh iba conduciendo el coche de alquiler por la calle serpenteante, con una mano en el volante y la otra agarrada a la de Lexie, que le iba indicando cómo llegar a su casa.
Para no pensar en el helado, al menos hasta llegar a su casa, se puso a pensar en otra cosa. Por muy halagadora que le hubiera resultado la atención de sus fans esa noche, no se le había siquiera pasado por la cabeza que tendría que pasar un buen rato firmando autógrafos y charlando. Al principio lo había preocupado que Lexie se molestara, pero enseguida había visto lo bien que se lo había tomado, cosa que le había agradecido. Había estado en situaciones similares antes, cuando sus acompañantes se habían molestado y puesto celosas. Resultaba refrescante que Lexie no hubiera reaccionado así, a pesar de las descaradas insinuaciones verbales de algunas de las mujeres. Lexie se había limitado a sonreírle, a guiñarle un ojo, e incluso lo había mirado como si estuviera orgullosa de él.
– Mi casa es la segunda de la derecha -dijo Lexie, interrumpiendo sus pensamientos-. La que tiene encendida la luz del porche.
Josh llegó delante de la casa y apagó el motor. Era casa de estuco color crema, con un patio pequeño y bien cuidado entre la casa de Lexie y la siguiente.
Del vestíbulo de azulejos verdes pasaron a una cocina inmaculada decorada en tonos alegres, entre los que dominaban el verde y el amarillo. Lexie abrió el frigorífico y se agachó a meter las bandejas que contenían su comida. Al estar inclinada hacia delante, el vestido se le subió un poco por detrás, y Josh tuvo que respirar hondo un par de veces para controlarse. Entonces se puso derecha, cerró la puerta del frigorífico y se apoyó sobre ella.
– ¿Te gustaría ver el resto de la casa?
– Cielo, estoy deseando ver todo lo que quieras enseñarme.
Ella sonrió y señaló con la mano.
– Cocina, donde también desayuno -por un hueco rematado por un arco pasaron a una sala-. Cuarto de estar -la acogedora habitación estaba decorada en azul y amarillo pálido; antes de que a Josh le diera tiempo a fijarse demasiado en la decoración, Lexie fue hasta una pared, subió una persiana y abrió unas puertas cristaleras-. El jardín.
Al salir lo envolvió inmediatamente el húmedo aire tropical. Una valla alta de madera cercaba el pequeño patio trasero. En una esquina había una barbacoa. En la otra…
– La bañera de hidromasaje -dijo, señalando la otra esquina.
Inmediatamente Josh se los imaginó a los dos en la bañera, sumergidos en agua cliente y burbujeante.
– Me encanta darme un buen baño relajante después de un duro día de trabajo -dijo-. Gracias a la valla tengo toda la intimidad que quiero.
Se miraron y Josh juraría que algo pasó entre ellos. Algo más emocionante que lo que le ofrecía la posibilidad de meterse en la bañera con ella. Algo cálido, íntimo y consabido.
Lexie le tomó la mano y lo condujo de nuevo al interior de la casa.
Continuó enseñándole la casa, que comprendía además un cuarto de baño, un lavadero y una habitación para invitados. Al final del pasillo se detuvo a la puerta de otra habitación.
– Mi dormitorio.
La siguió al interior y esperó mientras ella encendía varias velas. Como el resto de la casa, su dormitorio era acogedor, bonito y decorado con cosas de la playa. Josh vio unas fotos sobre un aparador de mimbre blanco y se acercó a mirarlas. Había una de sus padres y ella, y otra de ella en el agua con un delfín. Levantó la vista y vio a Lexie apagando una cerilla, frunciendo los labios de ese modo que lo volvía loco. Avanzó lentamente hacia él, bamboleando las caderas suavemente. Se detuvo a su lado y tocó el marco de una de las fotos.
– Mis padres.
– Parece que os lleváis bien.
– Sí, nos llevamos muy bien. Mis padres son estupendos. E incansables -se echó a reír-. Cada vez que estamos juntos, soy yo la que no deja de sugerirles que nos sentemos un momento a descansar.
– ¿Otro pariente? -dijo, fijándose en la foto del delfín.
Ella se echó a reír.
– Estaba nadando con los delfines. Es una experiencia alucinante. Tal vez quieras probarlo ahora que estás en Florida.
– Gracias, pero creo que no. La otra vez que me metí en el agua, fuera de una piscina, me mordió la serpiente en el trasero.
– Los delfines no muerden. Además, no puedes culpar a la serpiente por tener buen gusto. Tienes un trasero estupendo.
Josh dejó la foto sobre la cómoda.
– Lo mismo te digo, Lexie.
Ella sonrió, le puso las manos en el pecho y se las deslizó hasta los hombros. Josh aspiró su turbador aroma floral, mezclado con el aroma de las velas.
– ¿Cómo te sientes? -le preguntó en tono sensual-. ¿Relajado? -Ni hablar.
– Bueno, cowboy, a ver qué podemos hacer al respecto.
Él le rodeó la cintura y la abrazó con suavidad.
– Si quieres que te diga la verdad -le dijo mientras le besaba en el cuello-, creo que lo mejor es que nos quitemos la ropa.
Lexie le metió la mano por la abertura de la camisa e hizo lo que llevaba pensando toda la noche. Uno a uno abrió los automáticos, se la sacó de debajo de los pantalones y se la terminó de quitar, dejándolo desnudo de cintura para arriba. Entonces le plantó las manos en el pecho, deleitándose con los latidos de su corazón mientras él la miraba ardientemente. Pasó los dedos por la cinturilla del pantalón con gesto provocativo, para después continuar acariciándole la espalda y los hombros.
Josh aspiró con fuerza.
– Cariño, si crees que así me voy a relajar estás muy equivocada.
– Bueno, creo que no es precisamente lo que pretendo -contestó-. Probablemente excitarte está más cerca de la verdad.
– Pues lo has conseguido.
– ¿Cuánto?
Le tomó la mano y se la plantó en la entrepierna.
– Mucho.
Oh, Dios mío.
– ¿Cómo se quita esta hebilla?
Josh le soltó la mano y con un hábil giro de muñeca desprendió la hebilla y la dejó sobre la cómoda de Lexie. Ella le miró las botas.
– Ahora las botas.
Josh se sentó en el borde de la cama y se quitó las botas y los calcetines con rapidez.
Después de quitarse las sandalias, Lexie fue hacia la cama.