– Es algo transitorio -murmuró-. Nada más. Divertido, salvaje y temporal.
Sí, claro.
– Buenos días -le llegó la voz de Josh desde la entrada del patio-. ¿Ya estás echando la siesta?
Lexie abrió los ojos y el corazón le dio un vuelco al verlo. Estaba recién afeitado y vestido con una camiseta blanca y unos vaqueros descoloridos que le ceñían lo justo en los lugares adecuados.
– Buenos días -dijo sonriendo-. No estoy durmiendo. Solo disfrutando del sol de la mañana.
Se acercó a ella y se sentó en el borde de su hamaca. Entonces se inclinó y la besó con una dulzura que dejó a Lexie sin aliento. Cuando él levantó la cabeza, Lexie se sentía tan aturdida que tuvo que esforzarse para abrir los ojos.
– Vaya… -suspiró-. Qué bien besas.
El corazón se le aceleró al ver cómo la miraba él.
– Tú también -le rozó los labios con la punta de los dedos-. Tienes la boca más preciosa que he visto en mi vida. No puedo decirte la de horas de sueño que he perdido desde que te conozco, fantaseando con tu boca.
Parecía tan serio que Lexie sintió la necesidad de hacer algún comentario ligero, antes de que le soltara que él era el hombre más apuesto que había conocido en su vida y que se estaba colando por él.
– Bueno, desde luego te robó algunas horas de sueño ayer por la noche.
– Cariño, tu boca casi me provocó un ataque cardiaco ayer por la noche -le tomó la mano y se la besó-. En realidad, todo lo que pasó anoche estuvo a punto de provocarme un infarto.
Su aliento cálido le rozó la piel, y la expresión intensa y turbada de su mirada la dejó en el sitio. ¿Lo sentiría él también? ¿Sentiría aquella creciente inquietud de que su romance podría convertirse en otra cosa?
Josh le evitó la necesidad de responder cuando aparentemente dejó a un lado su seriedad y sonrió.
– Me pasé por el complejo para cambiarme y recoger unas cuantas cosas para nuestra clase de vela. Después fui al supermercado. No te ofendas, pero el contenido de tu nevera parecía un museo.
Lexie se puso colorada.
– Lo siento. Las comidas gratis son una de las ventajas de trabajar en el complejo, de modo que no suelo tener mucha en casa. Normalmente voy a la compra el día que libro, es decir, hoy.
– Pues ya no tienes que hacerlo, porque lo he hecho yo. He comprado beicon, huevos, bollos, leche y harina para hacer tortitas, sirope… todo lo necesario para un buen desayuno -dijo, y se dio cuenta de que ella parecía consternada-. ¿Pasa algo?
– No… Solo es que no se me da demasiado bien la cocina.
– ¿No cocinas?
– Pues… no demasiado.
Él se puso de pie, le dio la mano y tiró de ella. La levantó en brazos y le dio un beso en la nariz.
– Afortunadamente para ti, yo soy un cocinero estupendo.
Lexie cerró los ojos. No. Era imposible. No podía ser guapísimo, gracioso, encantador, agradable, sexy y encima saber cocinar.
– Estás de broma.
– Cariño, puedo bromear con muchas cosas, pero la preparación de la comida no es una de ellas. Los vaqueros nos tomamos el tema de la comida muy en serio -tiró de ella hacia la cocina-. Vamos. Te voy a preparar un desayuno que te va a dejar en el sitio.
Lexie lo siguió hasta la cocina, sacudiendo la cabeza. Estupendo, justo lo que necesitaba; otra razón para gustarle.
– Es sin duda el mejor desayuno que he comido en mucho tiempo -dijo Lexie con satisfacción mientras terminaba de limpiarse la boca con la servilleta-. Desde luego mejor que los cereales con leche que preparo yo.
– Me alegra que te haya gustado. Pero pensé que te daban la comida gratis en el complejo.
– Y me la dan. Pero normalmente tomo un desayuno ligero. Unas piezas de fruta, tal vez un bollo. No tengo mucho tiempo por la mañana antes de las actividades a primera hora. Además, las comidas copiosas me producen sueño.
– ¡Estupendo! ¿Quieres irte a la cama? -Josh meneó las cejas.
– ¿Intenta seducirme, señor Maynard? -respondió ella con una sonrisa.
– Cada vez que puedo -se miró el reloj y sacudió la cabeza-. Solo que ahora no puede ser. Se hace tarde. Tengo tiempo suficiente para fregar los platos mientras tú te vistes. Ponte unos vaqueros cómodos.
Ella arqueó las cejas.
– ¿Vaqueros? ¿Para navegar?
– No, para tu sorpresa. Empezaremos con las clases de vela esta tarde.
– ¿Sorpresa? ¿Qué sorpresa?
– Si te lo dijera, no sería una sorpresa, ¿verdad? Ve a vestirte para que no lleguemos tarde.
– ¿Puedes darme una pista de lo que es?
– Solo que te va a encantar -se echó a reír al ver su expresión escéptica-. Te lo prometo.
– ¿Qué demonios es esto?
Lexie miró a la bestia que a su vez la miraba con sospecha y experimentó una sensación como un calambre por todo el cuerpo. Aquello le daba muy mala espina.
– «Esto» es un caballo -dijo Josh con una sonrisa mientras acariciaba el brillante pelaje del animal, junto al cual había un adolescente con las riendas en la mano-. Y voy a enseñarte cómo montarla.
– Ni hablar -contestó, sintiendo que empezaba a sudarle la frente-. ¿Oye, Josh, te acuerdas de que te dije que nunca había montado a caballo? Pues no es cierto del todo. Lo intenté cuando tenía ocho años. Me pasé treinta segundos a lomos del caballo, veinte volando por los aires y seis semanas con el brazo escayolado.
Josh la miró comprensivamente.
– Un caballo te tiró al suelo, y desde entonces les tienes miedo.
El caballo piafó con fuerza y Lexie retrocedió unos pasos.
– Pues sí.
– Lexie, entiendo que esto te ponga un poco nerviosa, pero si no estuviera totalmente seguro de que esto te iba a encantar, si no estuviera seguro de que estás completamente a salvo, no te pediría que lo intentaras. ¿Recuerdas lo que me dijiste en mi primera lección de natación, de cómo un buen instructor te da la confianza para sobreponerte a tus miedos? Inténtalo durante cinco minutos. Dame cinco minutos y deja que te enseñe lo emocionante que puede ser montar a caballo. Yo me sentaré detrás de ti, abrazándote. Te juro que no permitiré que te ocurra nada. Si después de cinco minutos no te gusta, lo dejaremos.
Lexie miró su rostro apuesto, su expresión sincera, y el corazón le dio un vuelco. ¿Cómo podía rechazarlo? Además, con Josh sentado detrás de ella y rodeándola con sus brazos fuertes, seguramente se olvidaría de que iba a estar encima de un caballo.
Tragó saliva y asintió con la cabeza.
– De acuerdo. Supongo que puedo soportar cualquier cosa durante cinco minutos.
Una enorme sonrisa iluminó su expresión.
– Cariño, estás a punto de disfrutar de los mejores cinco minutos de tu vida. Te lo vas a pasar tan bien que no querrás dejarlo.
Agarrada de su mano, Lexie dejó que Josh la llevara hasta el caballo. Solo esperaba que aquellos cinco minutos no fueran los últimos de su vida.
Una hora después, Lexie continuaba recostada sobre el pecho de Josh. Inclinó la cabeza hacia atrás, cerró los ojos y disfrutó de los suave rayos de sol que se filtraban entre las hojas de las palmeras. Solo se oía el trinar de los pájaros, el susurro de las hojas y el chirrido de la piel de la montura mientras avanzaban despacio por el camino en sombras.
Pero el sol no era el único responsable de la calidez casi adormecedora que la impregnaba. No, esa sensación la causaba Josh. Su cuerpo le tocaba el suyo casi por entero. Tenía la espalda descansando sobre su pecho, las caderas y los muslos pegados a los suyos, estaba acunada por sus brazos fuertes y bronceados, y las manos con las que sujetaba las riendas envueltas por las de Josh.
Él le rozó la sien con los labios.
– ¿Estás bien?
Su aliento le acarició la mejilla.
– Muy bien -volvió la cabeza y le depositó un beso en la mejilla-. De acuerdo, te doy permiso para que lo digas.