Él no fingió no entenderla.
– Te lo dije.
Su voz profunda vibró por su ser, añadiéndole otra capa de calor. Lexie abrió los ojos y vio un pedazo azul turquesa entre los árboles.
– ¿Este camino conduce al mar?
– Sí. Es la razón por la que elegí este sitio para tu lección. En el picadero tienen una playa de su propiedad. Pensé que te gustaría montar ahí.
– ¿Cómo te enteraste de este sitio? ¿Y de que tienen una playa?
– Gracias a dos estupendos inventos llamados «teléfono» y «Páginas Amarillas».
Lexie se sintió sorprendida y halagada de que se hubiera molestado tanto en preparar aquella salida, no solo en cualquier establo, sino en uno que estuviera junto a la playa.
A la vuelta de un recodo el agua cristalina del océano y la arena blanca y brillante se extendieron ante sus ojos.
– ¿Sabes? -le dijo-, prácticamente me crié sobre una montura y nunca había montado en la playa.
Lexie se enderezó, volvió la cabeza y le sonrió.
– Entonces para ti también es la primera vez.
Él no le devolvió la sonrisa, sino que se limitó a mirarla con una expresión remota. Lexie no pudo apartar los ojos de él, y lentamente se le fue borrando la sonrisa de los labios mientras el corazón le latía con fuerza bajo su seria mirada. Finalmente, le dijo en voz baja y sensuaclass="underline"
– Sí, es la primera vez -se inclinó hacia delante y le susurró al oído-: Espérate, cielo. Aquí vienen los siguientes mejores cinco minutos de tu vida.
Lexie no supo bien cómo había ocurrido, pero de momento estaban quietos y al momento siguiente estaban galopando por la arena. El viento le alborotó el cabello y la emoción la dejó sin aliento. El caballo galopó por la orilla levantando agua y arena a su paso, y ella se sintió tranquila y segura entre los brazos fuertes de Josh.
Saboreó cada segundo de la experiencia, con los sentidos a flor de piel, vibrando de emoción. El reflejo dorado del sol sobre el agua contrastaba con el blanco cegador de la arena; el olor a caballo, a cuero y a calor tropical y a Josh inundaron sus sentidos. La playa estaba desierta, un santuario inmaculado solo para ellos.
Al acercarse a una señal que indicaba el final de la playa de los establos, Josh aminoró el paso del caballo y finalmente lo paró.
– ¿Y bien? -le susurró al oído.
– Increíble, emocionante, maravilloso… -Lexie volvió la cabeza y le dio un beso en la barbilla; después estiró los brazos sonriendo-. ¿No te parece un paisaje maravilloso? Me encanta el agua. Algún día, voy a vivir en el agua.
– ¿En el agua? ¿No va a ser algo húmedo?
Ella se echó a reír.
– Quiero decir, en una casa al borde del mar -señaló la franja brillante de agua azul-. ¿Ves aquel grupo de casas? Es una urbanización nueva. Justo a la derecha hay una propiedad en la orilla del mar. Una serie de canales y calas escondidas. Es tranquilo y privado; un lugar perfecto.
Y algún día sería propietaria de un pedazo de esa tierra… la tierra que había deseado desde que la había visto por primera vez. Entre ella y su sueño solo se interponía el que el dueño quisiera venderla y un buen montón de dinero. Lo único que necesitaba era dar una entrada. Esperaba que, llegado el momento, tuviera el dinero suficiente.
Él la abrazó.
– Parece bonito. Suena muy bien, también.
Lexie volvió la cabeza para mirarlo a los ojos.
– Gracias, Josh, por esta maravillosa y delicada sorpresa. Y por traerme aquí. Es precioso.
– Sí -murmuró él mirándola a la cara antes de fijar la vista en sus labios-. Precioso.
Lexie alzó la cara con la intención de darle un beso en los labios, pero en cuanto empezaron a besarse el beso se volvió ardiente, exigente, húmedo. Con la lengua, Josh le exploró la boca con una avidez que la calentó inmediatamente. Lexie gimió y deseó estar en una postura menos incómoda para poder tocarlo mejor.
Mientras la besaba insistentemente, Josh le desabrochó los tres botones de la blusa de algodón sin mangas y empezó a acariciarle la parte superior de los pechos con una mano, mientras le deslizaba la otra por el vientre.
Mientras pasaba a besarle el cuello, ella echó los brazos para atrás y le rodeó el cuello. Josh le metió la mano por debajo del encaje del sujetador para provocar aún más sus pezones ya duros, mientras con la otra mano le acariciaba la entrepierna. Su erección le presionaba las nalgas, y ella arqueó la espalda y empezó a frotarse contra él.
– Lexie -susurró su nombre con pasión sobre su piel caliente-. Vamos a casa. Ahora mismo.
Josh se pasó los treinta minutos de vuelta en coche a casa de Lexie intentando dominar la necesidad que le corría por las venas. Maldita fuera, jamás se había sentido tan agitado en su vida. O tan impaciente por acariciar a una mujer; por sentirla, por probarla, por perderse en ella.
Aquello de amar a esa mujer estaba resultando un verdadero engorro. ¿Por qué no podía haberse limitado a desearla? El deseo lo conocía y lo entendía. Pero no. Tenía que enamorarse de una mujer que lo que quería precisamente era una aventura. Sabía que estaba arriesgando mucho sentimentalmente hablando, pero también que no había modo de echarse atrás.
Cuando paró el coche delante de la puerta y apagó el motor había conseguido refrenar un poco aquel deseo que le arañaba las entrañas. En realidad, se felicitó a sí mismo por su control.
Pero en cuanto la vio echando el cerrojo todos sus propósitos se desvanecieron. Nada más darse la vuelta ella, la agarró y empezó a besarla con todo el apetito que tontamente pensaba que había conseguido dominar. Avanzó un paso, la aplastó contra la puerta con su cuerpo y le sacó la blusa de los pantalones con una mano mientras con la otra le desabrochaba los botones impacientemente. Segundos después le quitó la camisa y le puso las manos en el estómago desnudo.
Pero aquello, en lugar de aliviarlo, solo avivó su deseo. Se dijo que debía aminorar el paso, pero era imposible. Y menos cuando ella tenía las manos plantadas en su trasero para apretarse mejor contra él.
Le quitó la blusa y le desabrochó el sujetador, que cayeron al suelo. Dejó de besarla para meterse un pezón en la boca y succionárselo con ansia. Lexie empezó a gemir, y a punto estuvo de tomarla allí mismo contra la puerta, pero le quedaba un ápice de sensatez. Necesitaban un condón y, maldita fuera, estaban en la habitación. Y desde luego no pensaba dejarla allí de pie mientras él iba a buscarlo.
Dobló las rodillas y la levantó en brazos, e instantáneamente ella le rodeó el cuerpo con sus piernas. Mientras Lexie lo besaba por todas partes, él consiguió llegar a la habitación, haciendo una nota mental de no volver a acercarse a aquella mujer sin un condón en el bolsillo.
La depositó en el centro de la cama suavemente, e inmediatamente fue a la mesilla, de donde sacó un preservativo de la caja que él mismo había dejado allí antes de la clase de montar. A los diez segundos ya estaba de nuevo junto a ella, que en ese tiempo récord había conseguido quitarse los zapatos y los calcetines y estaba haciendo lo propio con los pantalones.
Sin mediar palabra se quitó los vaqueros y las braguitas mientras él se desabrochaba los vaqueros. Pero vio que no podía quitárselos sin sentarse a quitarse primero las botas; y eso era totalmente imposible. Necesitaba estar dentro de ella. Ya.
Se bajó los Levis y los calzoncillos hasta las rodillas, mientras ella estaba allí desnuda, tumbaba sobre su colcha aguamarina, con las piernas separadas, los pezones húmedos y erectos y la mirada cargada de deseo.
Incapaz de controlarse más, Josh la penetró con una fogosidad que no había sentido en su vida. No había sitio para la delicadeza; pero Lexie no se quedó atrás y lo urgió a que la penetrara más y más, con más fuerza.
Intentó refrenar su orgasmo, pero fue como intentar detener las olas del mar. Segundos después un intenso latigazo le palpitó por todo el cuerpo mientras alcanzaba el clímax con un profundo gemido de satisfacción.