Выбрать главу

Se quedó allí abrazado a ella, jadeando, sudando, con el corazón latiéndole muy fuerte. Pasados unos momentos, alzó la cabeza y fijó su mirada en los ojos salpicados de motas doradas que lo miraban con sobrecogimiento.

– Dios bendito -dijo ella sonriendo-. ¿Cuántas veces podemos hacerlo antes de que nos desmayemos los dos?

– No lo sé. ¿Cuál es el récord?

Eso la hizo sonreír de nuevo.

– No entiendo cómo es posible sentirse medio muerta y fantástica al mismo tiempo, pero tú has conseguido que eso ocurra.

– Me alegra saber que no te he dejado a medias. No quería terminar tan pronto; pero no pude aguantarme.

– Por mí no lo sientas -se estiró con languidez-. Lo has hecho en el momento justo.

– Habría explotado si me hubiera sentado a desvestirme.

Un brillo inequívoco de interés femenino resplandeció en sus ojos.

– Mmm. Insisto que me digas qué he hecho para inspirar tal pasión, y poder así volver a hacerlo. En cuanto me sea posible.

Josh frunció el ceño. ¿Qué había hecho para hacerle perder el control de ese modo? ¿Para arrebatarle la calma de aquella manera sin precedentes? ¿Para que la deseara con una desesperación que jamás había sentido hacia ninguna otra mujer? La respuesta resonó en sus pensamientos con claridad.

Eso era lo que el amor le hacía a un hombre. Ella no había hecho nada excepto estar con él. Se había reído con él, había charlado con él, lo había mirado con aquellos ojos grandes y expresivos. Había montado con él en la playa y después le había agradecido su sorpresa. En definitiva, lo había seducido sin ni siquiera intentarlo.

¿Cómo podía esperar poder explicarle lo que estaba seguro de que ella no estaba lista para oír? Si le decía la verdad demasiado pronto, temía que ella saliera huyendo como un conejillo asustado. Quería decirle lo que sentía por ella, pero tenía miedo. Miedo de que ella lo enviara lejos; de que ella no lo correspondiera.

Por mucho que le costara, debía esperar un poco más antes de exponer de tal modo sus sentimientos.

Afortunadamente, Scout, la gatita de Lexie, saltó sobre la cama, evitándole la necesidad de responder.

– No pensé que diría esto después del desayuno que me has preparado, pero vuelvo a tener hambre.

– Es por el ejercicio y el aire fresco -le retiró un rizo de la cara-. Te lo aviso, seguramente te dolerá todo el cuerpo mañana de montar a caballo.

– No pasa nada. Estoy en forma.

– Desde luego que sí -respondió, besándole aquellos labios tentadores-. Voto por que almorcemos un poco y después empecemos con nuestra primera lección de vela.

– Estupendo -su sonrisa le calentó hasta los dedos de los pies-. Te va a encantar navegar.

– Supongo que podré soportar cualquier cosa durante cinco minutos -se burló, repitiendo lo que ella había dicho antes de subirse al caballo.

– Serán los mejores cinco minutos de tu vida. Te gustará tanto que no querrás dejarlo.

Josh la miró a los ojos y sintió que algo se detonaba en su interior. De pronto sus palabras adoptaron otro significado más profundo para él. No querría dejarlo, y eso la aterrorizaba.

Capítulo Ocho

A las cuatro de la tarde de ese día, Josh se había dado cuenta de varias cosas. La primera que se alegraba mucho de haber leído sobre náutica antes de ir a Florida, porque eso le permitió avanzar rápidamente con las explicaciones preliminares de Lexie. Sus conocimientos también le daban la ventaja de poder impresionar a su profesora, especialmente en lo tocante a su habilidad con los nudos.

– Soy bastante hábil con una cuerda -le dijo con una sonrisa-. Es lo que tenemos los vaqueros.

En segundo lugar le quedó muy claro, incluso más que durante las clases de natación, que Lexie era un profesora estupenda. Era paciente con él, le daba ánimos, conocía la materia y se la explicaba de manera clara y concisa, siempre poniendo énfasis en la seguridad. Se habían pasado tres horas sentados a la mesa de la cocina de su casa haciendo ejercicio preliminares antes de volver a Whispering Palms a navegar en uno de los barcos de alquiler que poseía el complejo.

Y en tercer lugar, a medida que avanzaba el día, Josh se dio cuenta de que era posible enamorarse más profundamente de una mujer de la que ya estaba totalmente enamorado.

Lexie le gustaba tanto a nivel físico e intelectual, como a nivel emocional. No solo la amaba; le gustaba verdaderamente. Y sabía que no podría dejar pasar mucho tiempo antes de decirle lo que sentía.

Maldición, no había querido o planeado aquella complicación, pero no había manera de ignorar lo que sentía. Quería, necesitaba saber si ella sentía también alguna de aquellas intensas emociones. Y en cuanto terminara la clase de vela pensaba averiguarlo.

Su clase terminó a las seis de la tarde tal y como había anticipado su profesora, y Josh había disfrutado de cada minuto.

Después de devolver el barco de alquiler al muelle, caminaron hacia el club náutico del complejo por un camino de cemento que rodeaba el perímetro de la propiedad.

Josh le tomó la mano y se la apretó. Ella hizo lo mismo mientras lo miraba con una sonrisa deslumbrante que le causó estremecimientos.

– Lo has hecho estupendamente -le dijo-. Le has pillado el tranquillo más rápido que cualquier otro alumno de los que he tenido. Tienes un don natural, Josh.

Josh le dio un beso en la mano y notó con placer un destello de pasión en su mirada.

– El progreso de un alumno es el reflejo directo del profesor, y yo elegí a una triunfadora -dijo con vehemencia-. Por cierto, ¿tienes hambre? Hace muchas horas que almorzamos. ¿Puedo invitarte a cenar?

– Me parece estupendo. ¿Quieres comer aquí?

El sacudió la cabeza.

– La verdad es que he hecho una reserva en otro sitio.

Ella arqueó las cejas.

– ¿De verdad? ¿Y si te hubiera dicho que no?

– Habría intentado hacerte cambiar de opinión por todos los medios.

– Mmm. Tal vez debería haberte dicho que no -le dijo en broma-. ¿Dónde has reservado?

– En el Blue Flamingo.

Ella abrió los ojos como platos.

– Es mi restaurante favorito.

– Lo sé.

– No recuerdo haberlo mencionado.

– No lo hiciste. Cuando volví a por mis cosas esta mañana hablé con Maurice, uno de los recepcionistas. Un tipo muy agradable. Le comenté que quería invitarte a cenar y le pedí que me recomendara algún sitio. Cuando me dijo que el Blue Flamingo era tu favorito, le pedí que nos hiciera una reserva. ¿Podrías estar lista a las ocho?

– Sí, pero vas a tener que llevarme a casa. Aquí solo tengo algo de ropa en el vestuario de empleados; desde luego no lo bastante bonita como para ir al Blue Flamingo.

Él se detuvo y la abrazó.

– ¿Me estás diciendo que no tienes nada que ponerte? Porque a mí eso me suena muy bien.

Ella lo miró con los ojos entrecerrados.

– Eh. No estarás intentando echarte atrás con la invitación…

– En absoluto -la estrechó contra su cuerpo suavemente-. En realidad, solo de imaginarte sin nada que ponerte me inspira para hacerte otra invitación -le susurró al oído.

Ella se echó hacia atrás y lo miró con incredulidad.

– Caramba. ¿Es posible anatómicamente? -No lo sé. ¿Quieres que vayamos un momento a mi habitación a averiguarlo?

Una sonrisa pausada le iluminó la cara. -No sabes cómo.

Lexie salió de la ducha y se enrolló una toalla. Josh la recogería en una hora para ir a cenar. Sonrió al recordar lo mucho que había insistido en llevarla a casa, volver al complejo y regresar de nuevo a recogerla, para que fuera «una verdadera cita». El complejo no estaba muy lejos, a solo diez minutos en coche de su casa, pero su caballerosidad la halagaba especialmente. Desde luego Tony jamás habría tenido un gesto como aquel.

Ir a cenar al Blue Flamingo la llenaba de emoción. Solo comía en restaurantes de cinco estrellas en ocasiones muy especiales, ya que los precios eran demasiado altos para su presupuesto. La comida, el servicio, el ambiente y la pequeña pista de baile contribuían a que la cena fuera una experiencia fabulosa.