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– Tal vez se cumpla tu deseo. Me comentó que a lo mejor bajaba a la piscina a la hora del almuerzo a hacerse unos largos.

– En ese caso, no me moveré de la silla. ¿Sabe él que estamos en el Patio Marino?

– No, le dije que había quedado contigo para comer pero no le dije dónde.

– Pues espero que no tarde en bajar. No puedo quedarme mucho más. Por cierto, esta mañana he oído rumores de que tal vez tu querido terreno salga pronto al mercado.

A Lexie le dio un vuelco el corazón.

– ¿Cuándo?

– Posiblemente a final de mes. Te lo diré en cuanto sepa cualquier… -su voz se fue apagando y Darla se quedó mirando fijamente algo a espaldas de Lexie-. No mires ahora -susurró Darla-. Pero detrás de ti, en el pasillo que lleva al vestíbulo está el hombre más divino que he visto en mi vida.

– ¿Alto, con el pelo negro, atractivo hasta decir basta y con un aire de seguridad en sí mismo aplastante?

Darla se bajó las gafas de sol y miró a Lexie con los ojos como platos.

– Santo Cielo. ¿Ese es tu vaquero?

Lexie volvió la cabeza rápidamente y vio a Josh con el bañador azul oscuro y una toalla, caminando hacia la piscina. Solo de verlo se le aceleró el pulso.

– Ese es él.

Darla le puso la mano en la frente.

– Debes de estar enferma. No puedo creer que hayas dudado siquiera de salir con ese hombre.

Santo Dios, Lexie, es…

– Increíble. Lo sé.

– ¿Estás segura de que no tiene hermanos? Caramba, me conformaría con un primo lejano…

– Hermanos no, pero creo recordar que me dijo algo de unos primos en Texas. Si quieres se lo pregunto.

– Pregúntaselo, pregúntaselo -Darla alzó la taza de té-. Brindo por que todo salga como tú quieras que salga.

– Gracias. El problema es que no estoy segura de cómo quiero que salga.

– Claro que sí. Quieres que ese hombre maravilloso se enamore de ti ciegamente y sea tu príncipe azul -de nuevo algo le llamó la atención en la piscina-. ¿Qué está haciendo?

Lexie se dio la vuelta y sonrió al ver el trío de niños que rodeaban a Josh. Uno de ellos le pasó una cuerda.

– Parece que le va a enseñar a unos fans jóvenes algunos trucos con la cuerda.

Observaron a Josh hacer un lazo. Lanzó la cuerda y atrapó a los niños con experiencia, y estos se echaron a reír y aplaudieron como locos. Después Josh se agachó y enseñó a los niños cómo hacer el lazo.

– Parece que le gustan los niños -dijo Darla con envidia inequívoca.

– Sí, le gustan.

– Bueno, si tu Josh es un ejemplo de los hombres que hay en Montana, sé dónde me voy a ir a pasar mis próximas vacaciones.

Lexie miró el caro conjunto color marfil de Darla.

– No creo que vistan de Calvin Klein en el rancho -se burló.

– Tal vez trajes no. Pero Calvin Klein hace unos vaqueros monísimos -de repente Darla estiró el cuello-.Parece como si los niños no fueran los único que quieren ver lo que ese cowboy hace con la cuerda.

Lexie se volvió hacia donde Darla le indicaba. Una rubia pechugona con un pareo por la cintura y la parte de arriba de un bikini que no podía ser más pequeño, avanzó hacia Josh con un brillo predador en su mirada. En una mano llevaba un pedazo de papel y un bolígrafo y en la otra una botella de cerveza. Mientras rodeaba el perímetro de la piscina, todos los hombres se volvieron a mirarla.

– Quiere un autógrafo -dijo Lexie.

– Yo te digo que está buscando mucho más que eso.

La rubia se acercó a Josh con sensualidad, pero pasados unos minutos se dio la vuelta y se marchó.

– Parece que a la rubita le ha salido rana la cosa -dijo Darla tremendamente satisfecha-. Solo hay una clase de hombre que le dice que no a una mujer que prácticamente se le está ofreciendo en bandeja.

– Sí, un hombre gay, o muerto.

– Y tu vaquero no es ni lo uno ni lo otro -Darla la miró a los ojos-. El único hombre que es capaz de resistirse a eso es uno que ya esté locamente enamorado de otra mujer. Ahora la pregunta es qué vas a hacer tú al respecto.

Lexie miró a Josh, que en ese momento se reía y sonreía a los niños, y se le derritió el corazón. Pero ¿cómo podía ignorar sus diferencias? ¿Y sus miedos de volver a cometer el mismo error?

– No lo sé, Darla. De verdad que no lo sé.

Lexie y Darla dieron la vuelta a la piscina. Cuando se iban acercando a él, Josh alzó la cabeza. Y cuando sus miradas se encontraron, Josh esbozó una sonrisa llena de satisfacción y ardor.

– Santo Cielo -le susurró Darla detrás de ella-. Te está mirando de un modo que hasta a mí me está haciendo sudar. ¿Cómo puedes soportarlo?

Josh se puso de pie y después de devolverle la cuerda a los niños y de despedirse de ellos, fue hacia ella.

– Qué agradable sorpresa -dijo mientras se inclinaba y le daba un beso en los labios. Lexie los presentó rápidamente.

– Darla y yo acabamos de terminar de comer.

– Encantado de conocerte, Darla -dijo, estrechándole la mano con una sonrisa atenta.

– Lo mismo digo -dijo Darla; señaló el trío de niños-. Bonito nudo.

– A los niños les encanta. Claro que parece más auténtico cuando voy vestido de vaquero -se miró y se echó a reír-. ¿Quién ha visto alguna vez un vaquero en bañador?

Darla se miró el reloj.

– Me encantaría quedarme a aprender algunas técnicas de esas, pero debo volver al trabajo -dijo con evidente pesar-. Encantada de conocerte, Josh. Y, Lexie, no te olvides de preguntarle por su primo -agitó la mano y se volvió hacia el vestíbulo.

Josh le acarició el brazo para terminar agarrándole la mano.

– ¿Mi primo?

– Cuando le dije que no tenías hermanos, me preguntó si tendrías primos solteros.

– Pues lo cierto es que sí.

Lexie se llevó la mano al pecho.

– Dios bendito, que me da algo. ¿Quieres decir que hay más como tú?

Una sonrisa burlona iluminó su mirada.

– No, yo soy único -le miró las piernas, los shorts y la camiseta-. ¿Tienes que trabajar ahora?

– Sí. Tengo una clase de submarinismo y salimos del muelle a las dos -estiró la espalda pues tenía ciertas agujetas-. La verdad, montar a caballo, navegar y practicar el sexo todo en un mismo día no es buena idea.

Él le levantó la mano y se la besó.

– Oh, no sé. A mí me parece un día estupendo. Aun así, si tuviera que elegir una de esas actividades, sería…

– Montar a caballo.

– Respuesta equivocada -dijo en tono suave que la hizo estremecerse-. Y navegar tampoco es la correcta.

– ¿Ah, sí? ¿Qué clase de vaquero eres tú?

– Invítame esta noche y te lo demostraré -se inclinó y le pasó la punta de la lengua por el lóbulo de la oreja-. Incluso te prepararé la cena.

Lexie retrocedió de él y del potente embrujo que parecía ejercer sobre ella; aspiró hondo y sonrió.

– De acuerdo, vaquero, tienes tu invitación. ¿Qué te parece a las siete?

– Que aún falta mucho.

– Desde luego que sí.

A las siete en punto de la tarde, Josh estaba dejando media docena de bolsas de plástico sobre el mármol de la cocina de Lexie.

– ¿A qué huele? -preguntó, alzando la nariz-. Parece como si se hubiera quemado algo.

Lexie se puso colorada, pero consiguió disimular y Josh no se percató.

– No es nada. He puesto el horno al máximo para que se limpie. Huele un poco raro.

Se dio la vuelta e intentó ver lo que había en las bolsas, pero él la agarró por la cintura.

– De eso nada -dijo Josh.

– No me dejas echar solo una mirada.

Josh se fingió quedarse pensativo.

– Tal vez una mirada, pero te va a costar.

– Dime lo que quieres.

Él se frotó lentamente contra su cuerpo.

– Me lo pones duro, vaquero.

– ¿Quieres ver qué duro?

– Pues claro.

Josh gimió y empezó a besarla como llevaba fantaseando toda la tarde. Ella entreabrió los labios y él le metió la lengua, besándola apasionadamente. Sin dejar de deleitarse con el sabor a menta de su boca, Josh le metió las manos debajo del top rosa y descubrió con deleite que no llevaba sujetador.