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– Ya soy rico.

– Nunca se puede ser demasiado rico. Además de conseguir mucho dinero con fines benéficos, te dará la oportunidad de competir otra vez con Handly; dejarle el segundo puesto que debería haber conseguido la última vez. Te dará la oportunidad de quedar en la cima, donde debes estar.

Maldición, por mucho que le costara admitirlo, Josh no podía negar que el pensar en enfrentarse a Handly una vez más; el tener otra oportunidad para vencerlo lo emocionaba. Debería haber ganado la última competición. Haber quedado en segundo lugar aún le dolía.

– ¿Cuándo necesitas saberlo?

– Los patrocinadores quiere organizar una reunión lo antes posible, en Miami. Josh, escucha, esta es una oportunidad que solo se presenta una vez en la vida. No la dejes pasar. Handly está hablando de retirarse al año que viene. Aprovéchala. Y, como incentivo añadido, este evento va a tener lugar en Mónaco.

– ¿Y qué?

– Mónaco está en el Mediterráneo.

Josh reflexionó diez segundos antes de pensar en voz alta.

– Entonces ataría a dos toros con una sola cuerda.

– Prácticamente -dijo Bob-. Y de paso te llevarás una pasta gansa.

Y terminada su misión, estaría libre. Libre para centrar todo su tiempo y sus energías en su futuro. Y en Lexie.

– ¿Bob?

– Sí, Josh.

– Apúntame.

El alivio de Bob quedó más que patente.

– Así se hace, chico. Se lo diré a los patrocinadores inmediatamente y te volveré a llamar con los detalles. Esto va a ser maravilloso, Josh. Has tomado la decisión adecuada.

Josh colgó y se quedó mirando el teléfono unos segundos. Sabía que había tomado la decisión acertada; desde que había colgado las espuelas había deseado poder volver a competir con Handly para ganarle.

Sin embargo, no podía ahogar la duda que lo asaltaba. A pesar de saber que había hecho lo correcto, sospechaba que a Lexie no le haría ninguna gracia. Ella ya pensaba que su cruzada por el Mediterráneo era peligrosa, así que su participación en el rodeo terminaría de convencerla de que era de verdad un amante del riesgo. El mismo tipo de hombre con quien había roto hacía un año.

¡No! ¡No permitiría que ocurriera eso! Encontraría el modo de hacerla entender. Pero para estar más seguro no le mencionaría nada del asunto hasta que Bob tuviera todo listo, los contratos firmados y estuviera todo ya en marcha. Entonces se lo contaría.

¡Córcholis, incluso la invitaría a acompañarlo! Ya se los estaba imaginando, paseando por las calles de Mónaco, navegando juntos, ella sentada en un palco de la arena, viendo cómo derrotaba a Handly de manera aplastante.

Sí, sin duda era el mejor plan. Ella lo entendería… ¿O no?

Capítulo Diez

Con el sol de la mañana calentándole la espalda y el agua cristalina del mar resplandeciendo bajo el sol, Lexie estaba en el muelle del complejo, esperando a que llegara el siguiente grupo de submarinismo. Después de comprobar que todo estaba listo, aspiró hondo y soltó un suspiro de satisfacción.

Los tres días que habían trascurrido desde que le había hecho las galletas quemadas habían pasado como un tornado de felicidad. Cada mañana, gracias al buen tiempo, daban su clase de vela antes de que ella empezara su turno. Era un alumno sobresaliente, algo que no la sorprendió en absoluto. Se lo imaginaba destacándose fácilmente en cualquier cosa que se propusiera.

Durante el día, mientras ella trabajaba, Josh pasaba el tiempo nadando o conduciendo en busca de un velero. A veces lo veía por la tarde en la piscina, haciendo carreras con otros huéspedes o entreteniendo a algún niño. Lexie sabía que en unas horas estaría otra vez con él.

Pasaban juntos cada velada. Dos veces salieron a cenar fuera y otras dos lo hicieron en casa de Lexie. Él le enseñó los secretos de la cocina de los cowboys y ella lo instruyó en algunos usos muy interesante del chocolate fundido.

Y las noches… Las noches era mágicas, apasionadas, entre los brazos de Josh. Le encantaba estar con Josh, le encantaba verlo sonreír y cuando sus ojos la miraban con ardor. Le encantaba ver cómo charlaba con los fans; en realidad, le gustaba todo de él.

Lo amaba.

Ese pensamiento la golpeó como si se hubiera tirado en plancha al agua. Aquello no era solo una atracción física o una obsesión. Estaba enamorada de él.

Sin duda la idea debería aterrorizarla, o al menos preocuparla o inquietarla. Pero solo le hizo sentir una dicha inmensa.

Sacudió la cabeza. Debía de estar volviéndose loca. No debería sentirse tan feliz. Se suponía que no podía enamorarse de una aventura, del hombre que había elegido para pasar el rato. Josh era algo temporal, un amante del riesgo, y encima vivía a miles de kilómetros.

Pero su corazón apartó de un plumazo todas esos razonamientos. Lexie se imaginó la apacible cala que ansiaba poseer, y a la puerta de su casa a Josh esperándola con los brazos abiertos, muy sonriente. Quería que estuviera con ella, compartiendo su vida.

Cerró los ojos y dejó que el sentimiento de amor la inundara. Lo amaba. Completamente. Pero ¿qué iba a hacer al respecto? El tiempo pasaba rápidamente, ¿cómo permitir que su relación terminara sin más en unos pocos días? No podía. Claro que no solo importaba lo que ella quería, sino también lo que quería Josh.

Solo había un modo de averiguarlo. Se lo preguntaría. Le preguntaría qué sentía él y si quería intentar encontrar el modo de hacer que aquello funcionara.

Tal vez fuera de eso de lo que quería hablar con ella. Había salido del complejo a las diez de la mañana para encontrarse en Miami con su manager y unos patrocinadores. Ella lo había acompañado al coche y antes de irse él le había sugerido que cenaran en casa de ella esa noche para poder hablar.

Pues bien, estaba lista para hablar. Lista para poner las cartas sobre la mesa y decirle lo que sentía. Lista para encontrar el modo de poder estar juntos.

Solo le quedaba rezar para que él quisiera lo mismo.

Lexie observó a Josh durante toda la cena y, a medida que comían, le quedó claro que algo lo preocupaba. Comía con desgana y, cosa rara en él, estaba bastante callado. Sabía que tenía planeado hablarle de algo, y esperaba que al menos fueran buenas noticias. Buenas noticias acerca de su futuro. Pero su silencio y el modo en que evitaba mirarla a los ojos le hicieron perder las esperanzas lentamente. Sintió que se le formaba un nudo en el estómago hasta el punto en que ya no fue capaz de continuar tragando. Dejó el tenedor sobre el plato y lo miró.

– ¿Josh, qué pasa?

Él la miró con expresión atribulada, cosa que solo consiguió aumentar su desasosiego.

– No pasa nada -dijo, dejando a un lado su servilleta-. Pero desde luego tenemos que hablar.

«Desde luego». Eso la puso aún más nerviosa, pero se hizo un nudo en el corazón para no desanimarse aún más.

– Te escucho -le dijo con la mayor naturalidad posible.

– Hemos más o menos evitado el tema, pero ambos sabemos que mi viaje va a terminar pronto. Y… tengo que marcharme.

El estómago volvió a encogérsele.

– De vuelta a Manhattan.

– No exactamente. Aunque tendré que ir allí -estiró el brazo y le tomó la mano.

Lexie intentó no apartar la mirada de la suya. Sabía que lo que él le iba a decir no le gustaría en absoluto. Sabía que no le iba a decir que iban a estar juntos.

– He aceptado una invitación para tomar parte en un rodeo el próximo mes.

Lexie tragó saliva para poder hablar.

– Vas a volver a la arena -dijo rotundamente.

– Sí, lo voy a hacer.

Y al segundo siguiente, y para haber estado callado durante toda la noche, Josh empezó a hablar atropelladamente y con emoción del evento internacional que iba a tener lugar en Mónaco, y de cómo era su mejor oportunidad para mejorar al hombre que lo había obligado a quedar en segundo lugar en su última competición.