– Sí. Para ti. Y me parece bien. Solo es que no quiero verme implicada de ninguna manera.
– Podemos arreglarlo, Lexie. Quiero estar contigo más que nada -la alcanzó en dos pasos y la agarró de los hombros.
Lexie lo miró. Él quería estar con ella igual que quería participar en el rodeo. Sacudió la cabeza y pestañeó para no echarse a llorar.
– No digas eso.
– ¿Por qué no? Es verdad -le buscó la mirada-. La cuestión es ¿quieres tú estar conmigo?
Lexie se quedó helada.
– No importa -respondió por fin-. Lo nuestro no tiene futuro.
– Podría si…
– Si pudiera aceptar tus decisiones, lo cual no voy a hacer.
– Tienes miedo, lo entiendo, pero…
– Tengo más que miedo. No volveré, no puedo hacerlo. Nunca más.
Él se puso pálido. Lentamente le soltó los hombros y su mirada se nubló de angustia. Antes de poder decir algo que pudiera poner en peligro su resolución, Lexie alzó la barbilla y lo miró.
– Quiero que te marches.
Se hizo el silencio más ensordecedor que jamás había oído. Su mirada parecía abrasarle el alma mientras ella intentaba memorizar las facciones que ya estaban permanentemente marcadas en su memoria.
Después de lo que le pareció una eternidad, se lo repitió.
– Quiero que te marches, Josh. Ahora. ¿Entiendes?
Él la miró con enojo.
– Me lo has dejado bien claro -se pasó las manos por la cara y sacudió la cabeza-. No sé cómo decirte adiós.
– Entonces no lo hagas. Solo márchate, por favor -dijo en tono quebrado.
El la miró unos segundos más antes de darse la vuelta rápidamente y salir de la cocina del mismo modo. Segundos después, Lexie oyó la puerta de entrada cerrándose.
Se había marchado. Totalmente. Para siempre.
Le temblaron las piernas y se dejó caer en una silla. Nada. No sentía nada. Tenía el corazón anestesiado. La verdad era que toda ella se sentía anestesiada.
Entonces notó algo húmedo que le caía en el brazo y, como en trance, bajó la vista. Una gota de agua. Mientras la miraba, cayó otra. Y luego otra. Estaba llorando.
Sin darse cuenta empezó a sollozar mientras experimentaba un dolor en el corazón que se acercaba más al dolor físico que a otra cosa. Entonces deseó su aturdimiento previo. Porque él se había marchado. Y nada le había dolido como aquello.
Capítulo Once
– Tienes que salir de esta -le decía Darla dos semanas después mientras entraba en la cocina de Lexie con sendas bolsas llenas de los ingredientes necesarios para preparar margaritas y nachos.
– No me pasa nada.
– Bueno, pues como no querías salir de fiesta conmigo, te he traído la fiesta a casa. Esta noche estamos los tres solos: tú, José Cuervo -dijo, dándole unas palmadas a la botella- y yo.
– Habría salido, pero he estado ocupada.
– Ocupada dándole vueltas a las cosas y llorando. Llevas así dos semanas -Darla abrazó a su amiga-. Sé que estás sufriendo, Lexie, y por eso he venido.
– De verdad que estoy bien, Darla. Solo ocupada. He estado echando muchas horas extras dando clases particulares de natación y de submarinismo.
– Me alegro. Pero yo que te conozco bien solo tengo que mirarte para saber que estás funcionando gracias al piloto automático. Y ya es hora de salir de eso. Y para ayudarte, te he traído una buena noticia. Pero no te la voy a dar hasta que no preparemos los nachos y las margaritas. Así que ve a ver la tele un rato, a leer o a lo que quieras.
– Podría ayudarte -se ofreció Lexie mientras miraba dudosamente los paquetes de comida.
– Lex, la última vez que me ayudaste, quemaste los nachos -la empujó con suavidad-. Lárgate.
Lexie suspiró, fue al salón, se dejó caer sobre el sofá y encendió la tele. Pasó de un canal a otro, intentando sin éxito quitarse a Josh de la cabeza un rato.
Josh.
¿Cuánto tiempo iba a seguir penando por él?
El aroma a carne especiada inundó el salón, pero a Lexie no le interesó. Miraba fijamente las imágenes que pasaban en la pantalla mientras apretaba el control remoto sin entusiasmo.
Aquel dolor tenía que pasársele pronto. Lo único que tenía que hacer era dejar de pensar en él. Dejar de recordar su sonrisa, su risa; dejar de pensar en sus manos acariciándola de arriba abajo-
Dejar de verlo por la televisión.
Soltó el mando a distancia mientras su mirada se fijaba en las imágenes de Josh. Miró la esquina inferior de la pantalla y vio que era uno de esos canales donde solo se ofrecían deportes. Con el corazón saliéndosele por la garganta, subió el volumen.
– Y aquí tenemos otras noticias deportivas -se oyó la voz del comentarista-. Josh Maynard ganó el Rodeo Benéfico Internacional celebrado esta tarde en Mónaco. Maynard, ganador de casi todos los títulos de rodeo de la historia, abandonó su retiro para el evento de hoy. Superó a su rival, Wes Handly, que quedó en segundo lugar.
Mientras el comentarista continuaba, apareció una imagen de Josh encima de uno de esos enormes animales. Lexie se quedó sin aliento mientras contemplaba lo que el comentarista describía como una «actuación brillante». Después cambió la imagen y apareció un Josh muy sonriente sujetando una hebilla de oro sobre la cabeza, dando una vuelta al ruedo, saludando a un público entusiasmado.
– Aquí tienes tu margarita -dijo Darla mientras dejaba un vaso sobre la mesa; se sentó junto a Lexie en el sofá y al momento señaló la pantalla-. ¡Eh! ¿No es ese Josh?
Incapaz de articular palabra, Lexie miró a Josh. Estaba maravilloso, y parecía contento. Y, gracias a Dios, ileso. Un inmenso dolor se apoderó de ella. Si las cosas hubieran sido distintas…
Pero no lo eran. Entre ellos, todo había terminado.
Empezaron a dar noticias de béisbol y Lexie apagó la tele. Pasados unos segundos, Darla se volvió hacia ella.
– ¿Estás bien?
Lexie aspiró hondo.
– Si quieres que te sea sincera, he estado mejor.
– Si ha ganado el concurso… tal vez vuelva y…
– No -la interrumpió Lexie con más empeño del que habría deseado-. Solo quiere decir que alcanzó uno de sus objetivos. Me alegro por él y le deseo lo mejor. Pero sus objetivos y los míos están a años luz. Se terminó, Darla.
– Pero…
Lexie sacudió la cabeza con tan vehemencia que Darla no continuó.
– No hay «pero» que valgan. Dime, ¿qué es esa noticia que querías darme?
Darla suspiró con renuencia, pero finalmente decidió abandonar el tema de Josh.
– Hoy he comido con un agente inmobiliario amigo mío con quien el dueño de la propiedad que quieres comprar se ha puesto en contacto. Si todo va bien, el terreno saldrá a la venta dentro de muy poco. Tal vez en los próximos días.
Por primera vez en dos semanas, Lexie se animó un poco.
– ¿Cuánto?
Darla nombró un precio de salida y el interés de Lexie dio paso a la esperanza.
– ¡Te lo creas o no, podría arreglarlo! -exclamó Lexie.
– Tendrás que darte prisa -la avisó Darla-. Mi amigo me ha dicho que otros compradores han mostrado interés. Haremos una oferta por escrito; esperemos que el dueño la acepte. Si lo hace, tendrás tu pedazo de Cielo -le pasó la margarita a Lexie-. Y algo en qué ocupar la mente.
– Eso no me vendría nada mal.
Darla aprovechó la oportunidad.
– Siento que las cosas no funcionaran entre tú y Josh. Me siento responsable en parte. Después de todo, fui yo la que te animó a salir con él.
Lexie intentó sonreírle a su amiga para que no se sintiera mal.
– Mira, Darla, tengo veintiocho años. Creo que la única culpable aquí soy yo. Sabía que no me convenía, pero en lugar de hacerle caso a la cabeza, le hice caso al corazón -dio varios tragos de margarita-. He cometido el mismo error dos veces. Cuando cometa otro error, desde luego no será igual. Si el tipo en cuestión va en bici sin casco, se terminó para mí.