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– Así me gusta oírte hablar -dijo Darla-. El hecho de hablar de otro quiere decir que estás mejor. Ahora lo único que tenemos que hacer es dar con un tío sexy con el que tener una aventura y todo listo.

La palabra «aventura» le sentó como una patada en el estómago. Solo de pensar en otro hombre tocándola sintió náuseas; o tal vez fuera la margarita con el estómago vacío. Aun así, le parecía como si cada poro de su piel echara en falta a Josh.

Josh. Josh. Josh. ¿Cómo olvidarlo? Estar en casa era una tortura, puesto que sus recuerdos permanecían en cada habitación; sin embargo, aparte de para ir a trabajar, no podía ni siquiera soportar la idea de salir. Y en el trabajo tampoco se consolaba, porque cada vez que miraba la piscina o la playa se acordaba de Josh.

¡Maldita fuera! ¡Ya era hora de salir de aquel exilio que ella misma se había impuesto! Ya había sufrido bastante. En dos semanas no había sabido nada de Josh, claro que tampoco había esperado que la llamara ni nada de eso. Pero durante las noches que había pasado en vela, no había logrado dejar de albergar una mínima esperanza de que la llamara o le escribiera.

Ya tenía claro que él había hecho borrón y cuenta nueva. Y no solo eso. En la televisión lo había visto feliz. Ella debía hacer lo mismo. Pero no estaba lista para estar con otro hombre en ese momento de su vida.

– No estoy preparada para tener una aventura, pero sí que tengo ganas de dedicarme a mí misma -dijo, algo mareada de la potente bebida-. ¿Quién necesita a Josh? Así tendré que freír un huevo menos.

– No te ofendas, Lexie, pero tú no sabes freír huevos.

– Pues voy a aprender. Y voy a comprarme ese terreno, a quedarme aquí en Florida y a ser feliz, maldita sea.

De acuerdo, las ideas las tenía, gracias a la margarita, bastante claras. Solo le quedaba recomponer su corazón; y lo haría en cuanto encontrara todas las piezas.

Josh daba la vuelta al ruedo mientras el público aplaudía rabiosamente. Caminaba despacio, con la hebilla de oro en la mano. Wes Handly, que había sido segundo, se tocó el sombrero, y Josh le devolvió el gesto con el mismo respeto.

Había ganado a Wes, y podía abandonar los circuitos sin pesar. Había llegado el momento de iniciar una nueva vida. Y sabía exactamente dónde y junto a quién. Solo necesitaba atar algunos cabos sueltos, y después podría dedicarse a vivir el resto de su vida.

Lexie estaba sentada en la cocina de su casa, preparándose un té sin muchas ganas. Su día libre había amanecido soleado y maravilloso, pero ella estaba triste y apagada.

Fijó la vista en el calendario de la pared junto al frigorífico y suspiró. Hacía un mes exactamente que Josh se había marchado.

¿Un mes entero y seguía doliéndole tanto?

Porque lo amaba, por eso le dolía tanto. De acuerdo, lo amaba, pero tenía la esperanza de poder olvidarlo pronto. ¿O no?

¿Cómo era posible que su ruptura con Tony, un hombre al que había amado y con el que había pensado casarse, no le hubiera dolido tanto como la ruptura con Josh?

Estaba claro. Nunca había amado a Tony como amaba a Josh. Con Tony sabía que había hecho lo correcto rompiendo con él; con Josh no estaba tan segura.

En ese momento sonó el teléfono, y Lexie agradeció la interrupción.

– ¿Diga?

– Lexie, soy Darla.

Él corazón le dio un vuelco. ¿Podría ser que Darla la llamara para lo que tanto esperaba? Había hecho su oferta para el terreno el día anterior, aunque desde luego no había esperado saber de ella tan pronto.

– ¿Tienes alguna noticia?

– Sí -dijo Darla con pesadumbre.

A Lexie le dio mala espina.

– Por favor, no me tengas esperando.

– Me temo que el dueño ha aceptado otra oferta.

– ¿Otra oferta? -repitió con confusión-. ¡Pero yo le he ofrecido el precio que pedía!

– Y desgraciadamente el otro comprador le ofreció más.

– Bueno, le haré otra oferta más alta -dijo mientras intentaba calcular frenéticamente cuánto más podría permitirse.

– No podemos hacer nada. El dueño ya ha aceptado la oferta.

No era posible que le estuviera pasando aquello. Lexie se colocó la mano en la frente con la esperanza de calmar el repentino martilleo que sintió en la cabeza.

– ¿Y si se echa atrás?

– Eso siempre podría pasar -contestó Darla-. Pero no quiero darte esperanzas, Lexie. El otro comprador va a pagar en metálico, así que el trato se podría cerrar rápidamente. Tal vez en unas semanas.

– Entiendo -dijo-. ¿Quién es el comprador?

– No lo sé… ¿Pero acaso te importa? -le preguntó Darla en tono comprensivo.

Darla tenía razón.

– No.

– Escucha. Voy a mirar las listas y vamos a buscarte otro terreno. Un terreno mejor.

Cierto. Pero ella solo quería aquel terreno. Y ya nunca sería posible.

– Gracias, Darla, pero…

– Nada de «pero». Esta noche paso a recogerte a las seis en punto y saldremos a cenar para ver lo que te gusta.

Antes de que pudiera ponerle una excusa, Darla colgó. Lexie colgó el teléfono y se cubrió la cara con las manos. Tenía ganas de llorar, de gritar de frustración, tal vez incluso de romper algún plato. Pero se quedó allí sentada en silencio, intentando asimilar el hecho de que ya no podría hacer realidad sus sueños.

No supo cuánto tiempo estuvo con la mirada perdida antes de oír el insistente timbre de la puerta. Se puso de pie y fue a abrir con desgana. Seguramente era alguien que iba a darle una mala noticia, a juzgar por el modo de llamar.

Pero qué demonios. Tenía el corazón roto, se había quedado sin su terreno y se le estaba pelando la nariz porque el día anterior se había olvidado de ponerse protector solar. ¿Acaso podrían ponerse peor las cosas?

Abrió la puerta y al instante supo la respuesta.

Mucho peor.

Capítulo Doce

Lexie se quedó mirando a Josh, que estaba de pie en el porche. Josh con un par de muletas y la pierna derecha escayolada desde la rodilla hasta el pie. También tenía un golpe cerca del ojo.

¿Qué diablos le había pasado? Cuando lo había visto en la tele, no estaba así.

Alzó la vista y sus miradas se encontraron. Un sinfín de recuerdos que ella creía «archivados» la asaltaron con fuerza. Maldita fuera, ¿por qué tenía que aparecer a su puerta para hacerla sufrir?

Josh sonrió con timidez.

– ¿Me vas a invitar a pasar?

Quería decirle que no. Quería cerrarle la puerta en las narices. No sabía por qué había vuelto a la ciudad, pero fuera cual fuera la razón, sabía que se volvería a marchar.

– Supongo que será mejor que te invite a pasar. De otro modo, tal vez pierdas el equilibrio y caigas en el arriate.

– Gracias.

– ¿Te apetece un café? -le preguntó mientras cerraba la puerta, intentando por todos los medios ignorar los latidos erráticos de su corazón.

– Me encantaría.

Lo siguió a la cocina mientras se fijaba en lo bien que se manejaba con las muletas. Seguramente por haber sufrido tantas caídas en las competiciones de rodeo. Sí. Menos mal que ya no era problema suyo. Tal vez lo amara, pero con el tiempo eso desaparecería.

Mientras preparaba el café, Lexie no dejaba de pensar en las razones que podían haberlo llevado allí.

– Ya veo que te lesionaste en el rodeo -dijo en tono de suficiencia.

– No me lesioné en el rodeo.

Le miró la escayola significativamente.

– ¿Entonces te resbalaste en la cubierta mientras navegabas por el Mediterráneo?

– No. Me caí en el aeropuerto. Aquí. Anoche. Me tropecé con mi bolsa de viaje -se inclinó hacia delante y apoyó los brazos sobre la mesa-. Tienes que saber que fue todo por culpa tuya.

– ¿Por culpa mía? ¿Que te tropezaras?

El asintió con solemnidad.