«Pobrecita -pensó Rebecka mirando a Magdalena-. Deberías hacer tu propia vida en vez de ser un accesorio de esta familia.»
Maja miró a Rebecka con severidad.
– ¿Qué quieres de mí?
– Te quiero preguntar sobre Viktor -dijo Rebecka-. Él…
– Acabas de avergonzarnos delante de los vecinos berreando y diciendo no sé qué de VictoryPrint. ¿Qué tienes que decir sobre eso?
Rebecka respiró hondo.
– Te voy a decir lo que yo creo y tú podrás decirme si tengo razón o no.
Maja resopló por la nariz.
– Según tus declaraciones de renta, que he visto, VictoryPrint ha recuperado dinero de los impuestos del Estado -dijo Rebecka-. Mucho dinero. Parece ser que se han hecho grandes inversiones en la sociedad limitada.
– ¿Qué hay de malo en eso? -espetó Maja.
Rebecka miró impasible a las dos hermanas.
– La congregación le ha notificado a Hacienda que es una asociación sin ánimo de lucro y que debe estar exenta del impuesto sobre la renta y del IVA. Eso le irá de perlas a la congregación, porque imagino que facturará una cantidad de pasta considerable. Sólo el beneficio de las ventas de material impreso y cintas de vídeo tiene que ser enorme. Sin costes de traducción, porque la gente lo hace por amor a Dios. Sin derechos de autor para nadie, al menos no para Viktor, así que todas las ganancias deben de ir a parar a la congregación.
Rebecka hizo una breve pausa. Maja la observaba. Tenía la cara rígida como una máscara. Magdalena miraba a través de la ventana. En el árbol que había justo enfrente había un pájaro, un carbonero común, picoteando con fervor un trozo de corteza. Rebecka siguió hablando:
– El único problema es que como la congregación está exenta de pagar impuestos tampoco puede desgravar los gastos que tiene. Y tampoco se les devuelve el IVA entrante. Entonces, ¿qué se puede hacer? Bueno, un buen sistema es crear una empresa y adjudicarle costes y gastos de los que sí se puedan recuperar los impuestos. De modo que cuando la congregación se da cuenta de lo rentable que les saldría editar ellos mismos los libros y los textos y copiar ellos las cintas de vídeo, crean una sociedad limitada. La sociedad compra todo el material que se necesita y eso cuesta mucho dinero. Un veinte por ciento de lo que se invierte es devuelto por el Estado. Eso es mucha pasta para las familias de los pastores. La sociedad vende servicios, impresión y más cosas a la congregación a buen precio y tiene pérdidas. Y le va bien, porque así no hay beneficios que declarar. Y hay otro aspecto positivo. Vosotros, los copropietarios, podéis desgravar hasta diez mil euros cada uno los primeros cinco años por las pérdidas de vuestros ingresos por servicios. He visto que tú, Maja, no pagaste nada de impuestos el año pasado. Las esposas de Vesa Larsson y Gunnar Isaksson tenían sueldos insignificantes por los que pagar impuestos. Creo que habéis aprovechado las pérdidas de la sociedad para hacer desaparecer vuestros sueldos y así no tener que pagar impuestos por ellos.
– Desde luego -dijo Maja, irritada-. Y eso es totalmente legal, no entiendo qué buscas, Rebecka. Tú deberías saber que la planificación de impuestos…
– Déjame que acabe -la cortó Rebecka-. Creo que la sociedad limitada le ha vendido servicios a la congregación a precios demasiado bajos, causando así pérdidas. También me pregunto de dónde ha salido el dinero para invertir en la sociedad. Por lo que yo sé, ninguno de los copropietarios contáis con un gran capital. A lo mejor pedisteis un crédito bastante grande, pero no lo creo. No he visto déficit en vuestros ingresos. Creo que el dinero para las compras del taller de impresión y demás proviene de la congregación, pero que no se han presentado las cuentas. Y entonces ya no estamos hablando de planificación de impuestos. Empezamos a hablar de delito fiscal. Si Hacienda y el fiscal para asuntos económicos empiezan a remover todo esto, lo que saldría a la luz sería lo siguiente: que si vosotros, los copropietarios, no podéis explicar de dónde ha salido el dinero para las inversiones, pagaréis impuestos por todo, como una actividad comercial normal y corriente. La congregación ha pagado un adelanto que debería haberse presentado como ingresos.
Rebecka se inclinó hacia adelante, clavando la mirada en Maja Söderberg.
– ¿Entiendes, Maja? -le dijo-. Más o menos la mitad de lo que habéis sacado de la congregación la tenéis que pagar en impuestos. Después hay que añadir gastos sociales e impuestos añadidos. Caerás en bancarrota y tendrás a Hacienda vigilándote el resto de tu vida. Además, pasarás una buena temporada en prisión. La sociedad mira con muy malos ojos el delito fiscal. Y si los pastores están detrás de todo el tinglado, que a mí me parece que sí, Thomas será culpable de estafa y Dios sabe de qué más. Malversar dinero de la congregación para pasarlo a la sociedad limitada de su mujer. Si a él también lo condenan a prisión, ¿quién se ocupará de las niñas? Os tendrán que ir a visitar a un centro. Una triste sala de visitas un par de horas cada fin de semana. Y cuando salgáis, ¿dónde os pondréis a trabajar?
Maja no apartaba la vista de Rebecka.
– ¿Qué quieres de mí? Vienes aquí, a mi casa, con tus hipótesis y amenazando. Me amenazas a mí. A toda mi familia. A las niñas.
Se quedó callada y se llevó la mano a la boca.
– Si buscas venganza, Rebecka, véngate conmigo -dijo Magdalena.
– ¡Déjalo de una puta vez! -exclamó Rebecka.
Las dos hermanas se sobresaltaron con el taco.
Le entraron ganas de jurar otra vez.
– Es evidente que te guardo un rencor de cojones -continuó-, pero no estoy aquí por eso.
Rebecka está sola en casa cuando llaman a la puerta. Es Thomas Söderberg. Con él están Maja y Magdalena.
Ahora Rebecka entiende por qué Sanna se había ido con tanta prisa. Y por qué insistía en que Rebecka se quedara en casa estudiando. Sanna sabía que iban a venir.
Después Rebecka pensará que no los debería haber dejado entrar. Que les debería haber cerrado la puerta en sus bienintencionadas narices. Entiende perfectamente por qué están allí. Lo ve en sus caras. En la mirada preocupada y seria de Thomas. En los labios apretados de Maja. Y en Magdalena, que no se siente capaz de mirarla a los ojos.
Primero no querían tomar nada, pero después Thomas se arrepiente y pide un vaso de agua. Durante la conversación que sigue irá haciendo pausas para dar pequeños sorbos.
En cuanto se sientan en la sala de estar, Thomas asume el mando. Le pide a Rebecka que se siente en el sillón de mimbre e insta a su esposa y a su cuñada a sentarse cada una en una de las puntas del sofá rinconera. Él se sienta en medio. De esta manera tiene contacto visual con las tres al mismo tiempo. Rebecka tiene que volver la cabeza todo el rato para ver a Maja y a Magdalena.
Thomas Söderberg va directo al grano.
– Magdalena nos ha contado que te vio en el hospital -dice mirando a Rebecka a los ojos-. Hemos venido para persuadirte de que no sigas adelante.
Cuando ve que Rebecka no contesta, continúa:
– Entiendo que pueda resultarte difícil, pero tienes que pensar en el niño. Llevas una vida en el vientre, Rebecka. No tienes derecho a apagarla. Maja y yo hemos hablado de esto y me ha perdonado.
Hace una pausa y le echa a Maja una mirada llena de amor y agradecimiento.
– Queremos ocuparnos de la criatura -dice luego-. Adoptarla. ¿Entiendes, Rebecka? En nuestra familia sería igual que Rakel y Anna. Un hermanito.
Maja le clava la mirada.
– Si es que es un niño -añade Thomas. Al cabo de un momento, pregunta-: ¿Qué dices, Rebecka?
Rebecka levanta la mirada de la mesa y observa fijamente a Magdalena.
– ¿Que qué digo? -responde negando lentamente con la cabeza.
– Lo sé -dice Magdalena-. Miré tus informes y rompí el secreto. Naturalmente, me puedes denunciar a la autoridad competente.