tuve que limpiar el dormitorio de Zoe. Pensarías que la policía o alguien haría ese trabajo tan horrible, pero no, has de hacerlo tú misma, da igual lo agotada y desconsolada que estés. Y ahora ni siquiera soy capaz de subir al piso de arriba. Duermo abajo en un sofá cama. No consigo conciliar el sueño de todos modos, es como si quienquiera que vino aquí y se ensañó con Zoe como lo hizo, también me hubiera hecho daño a mí, el corazón me late a veces con tanta fuerza que parece que me va a estallar. No paro de pensar… ¿y si vuelve para matarme? ¿Y si me hace a mí las cosas terribles que le hizo a Zoe? La policía dijo que les tenía que contar todo lo que sé, los nombres de todos nuestros conocidos, me tuvieron mirando fotografías hasta que ya no pude más. Les supliqué «¡No quiero morir! No me pueden proteger ustedes todas las horas del día». Se lo dije, y también les conté que sabía de «testigos protegidos» a los que habían matado, y me miraron como si fuera basura, y dijeron: «Si no nos cuentas todo lo que sabes, te podemos detener, Jacky»… porque encontraron algunas drogas en la casa, aunque sólo calmantes y una bolsita de cocaína. Hay una ley, dijeron: sobre «sustancias controladas» si las tienes en tu casa, y me aseguraron que si no cooperaba me iban a acusar de posesión de estupefacientes con intención de distribuirlos. ¡Con una acusación como ésa te pueden caer hasta veinte años de cárcel! En aquel momento mismo casi me vine abajo. Apenas conseguí llegar a tiempo a un cuarto de baño. Les pareció todavía peor que a mí, como si yo hubiera hecho que se me descompusiera la tripa aposta. Lo que me indigna es que si había en la casa menos de cien dólares en drogas que, además, las había traído Zoe y no yo, ¿qué es eso comparado con todos los miles de dólares que esos tipos venden todos los días, de un extremo a otro del estado, y los polis lo saben perfectamente y cobran además un porcentaje? ¡Como si necesitaran perseguir a Jacky DeLucca para que les diga lo que ya saben! ¡Como si les fuese a dar los nombres de mis amigos! Y de los que no son amigos míos, ni que estuviera loca. ¡No te imaginas cómo temblaba! Los condenados polis no sienten ninguna simpatía por una persona como yo, una mujer que no es ni esposa ni madre, diciéndome «Necesitas ir a rehabilitación, Jacky. Eres una borracha y una yonqui», insultarme así, a la cara. «Vas a acabar como tu amiga Zoe si no cooperas con nosotros.» Les dije que no sabía absolutamente nada sobre la vida privada de Zoe, y es la verdad. No sabía quién era el tipo, el nuevo amigo que hacía a Zoe sentirse tan esperanzada, ni siquiera si era un amigo «nuevo» o alguien con quien ya había salido en el pasado. Porque Zoe era así, aunque rompiera, el novio no se marchaba exactamente. Mira Delray, que no llegó nunca a irse del todo, siempre estaba tratando de volver con ella. Y Zoe tenía otro amigo, no voy a decir su nombre, Krista, un hombre casado y loco por ella, decía Zoe, pero con él no tenía «futuro», ni siquiera estaba dispuesto a dejar a su familia. A su mujer podía dejarla, pero a sus hijos no, eso no era capaz de hacerlo. De manera que Zoe decía que era una situación imposible y no quería verlo, pero él la llamaba, y se presentaba aquí, eran como una mala costumbre el uno para el otro, y no había manera de quitársela. Tuve que decirle a la policía cómo se llamaba, lo hubieran descubierto de todos modos y me habrían causado problemas. Estaba muy asustada, me hubieran detenido por «obstrucción de la justicia»… por «obstaculizar una investigación de la policía». Nunca se creyeron que no supiera el nombre del otro, del que iba a llevarla a Las Vegas, con el que Zoe estaba tan esperanzada. Una noche en Chet's la invitaron a cantar con el grupo de jazz de allí, no eran más que tres músicos… y a Zoe le pidieron que cantara… «Both Sides Now», una de sus mejores canciones… y hay un fulano en el bar escuchando, dice que está impresionado, que le ha impactado de verdad… que puede arreglar las cosas para una audición en Las Vegas en uno de los casinos, dice, donde tiene contactos. Según recuerdo era al día siguiente cuando se iban a poner en camino para Las Vegas. Creo que es eso lo que me dijo Zoe. Dijo, incluso: «¡Hasta puede que no vuelva nunca, Jacky!», emocionada, me besó en la mejilla y me abrazó, demasiado nerviosa para quedarse sentada. «Dile adiós a Aaron de parte de su mamá, y que le telefonearé con toda seguridad, quizá dentro de pocos meses sea una primera figura allí, en uno de los casinos, y le pueda enviar un billete de avión para que venga a reunirse conmigo.» De manera que le dije a Zoe que claro que sí, que haría eso por ella. Y va Zoe y dice: «Y tú también, Jacky… podrás venir a visitarme a Las Vegas», como si fuese una cosa segura, tal como habla a veces la gente cuando está «colocada». Cuando estás colocado eres optimista. Te quitan las drogas y se llevan la esperanza. Y aquella noche… ¡Dios santo! -Jacky hizo una pausa, limpiándose con una servilleta de papel el rímel que se le había corrido. En las mejillas tenía churretes de algo de color ceniza que eran como lágrimas mezcladas con barro-. No sé qué es peor… pensar que, si yo hubiera estado aquí, aunque ya sé que no estaba, no habrían asesinado a Zoe; o que, si hubiera estado aquí, y ese tipo venía a por Zoe, me habría matado también a mí. Traté de decírselo a la policía, pero siguieron haciéndome las mismas preguntas. Me esforcé por explicarles que no conocía el nombre del fulano de Las Vegas o que, si Zoe me lo había dicho, no se me quedó. Y el tipo con el que estuve aquella noche, fuimos al casino Oneida, allí se emborrachó y perdió una barbaridad jugando a blackjack, a mí me pasó incluso quinientos dólares, y me habría gustado guardar algo, en lugar de perderlo todo; como ya te he dicho, cuando te colocas tienes esperanzas y entonces la cagas. El caso es que el nombre que me dijo era falso, según resultó luego; me aseguró que se llamaba «Cornell George Hardy», dando a entender que pertenecía a una familia con mucha clase, pero la policía descubrió que no se llamaba así, naturalmente se comportaron como si fuese yo quien lo había inventado… «Cornell George Hardy.» Dijo que era algo así como «banquero de inversiones» de Syracuse, aparecía de cuando en cuando, los fines de semana… se hospedaba en una suite muy lujosa en el Marriott, daba fiestas… montones de cocaína, era muy generoso… ¿cómo iba a saber que «Cornell George Hardy» no era su nombre? En primer lugar, había creído que decía «coronel», como en el ejército. ¿O es en la marina? Pero no era «coronel», era «Cornell». En cualquier caso era un nombre falso. Pero nos lo pasábamos estupendamente juntos. Me trataba como es debido. No era un borracho malasangre, sino divertido; eso sí, un poco triste, y acababa durmiéndose. La policía habló con el recepcionista del motel donde nos alojamos para ver si yo les estaba diciendo la verdad y resultó que sí, entonces, ¿para qué necesitan saber su nombre, si «Cornell George Hardy» estuvo conmigo toda la noche y yo con él? Se llamara como se llamase no podía tratarse del que acabó con Zoe, ¿verdad que no? ¡Como tampoco podía ser yo! IX' manera que a la larga me dejaron en paz. «No te vamos a trincar, Jacky. Lo nuestro son los homicidios, no el vicio.» Ja, ja. ¿Cómo regresé aquí aquel día? Tuve que llamar a un tipo que conocía, despertarlo a mediodía y pedirle que me fuese a buscar. Los muy cabritos tampoco querían traerme aquí. Y es que no tenía ningún otro sitio donde ir. Porque si me presentaba en casa de mi madre, me iba a decir «Jacqueline, Jesús te puede ayudar si le haces sitio en tu corazón». Eso me da miedo, es muy posible que mi madre tenga razón, pero ahora mismo no puedo hacer entrar a Jesús en mi corazón, hay demasiadas cosas más. No soy digna. La mayor parte de los días me enferma pensar en Zoe. Dios del cielo, me refiero a perder a Zoe. Mi amiga más íntima y mi hermana Zoe. Y estaba la pared, embadurnada con la sangre de la pobre Zoe. Y la cama empapada. Todas las sábanas, que yo le había prestado. Había un bonito edredón rosa. Y además la habían estrangulado… con una toalla, dicen. Algunas personas dirían que con las manos, pero no es exacto, fue con una toalla. Y le golpeó la cabeza con tanta fuerza que le rompió el cráneo. Ésa fue la causa de que saliera tanta sangre. Una herida en la cabeza sangra como un demonio, dijo el detective. Dijo que quienquiera que lo hiciese utilizó la toalla como «garrote»… se puede apretar, y soltar y apretar de nuevo. La golpeó con algo así como un martillo de carpintero, dijeron. No encontraron el martillo en la casa. El asesino se lo llevó consigo, probablemente lo tiró al río y no aparecerá nunca. ¿Quién demonios va a encontrarlo? Me preguntaron si yo tenía un martillo en casa y les dije que no, que me parecía que no, pero la casa es alquilada, podía haber estado en el sótano o en un armario en algún sitio. Pero si lo trajo él, eso querría decir que tenía intención de matarla ya antes de venir y hace que me asuste de verdad… ¿quizá vuelva y me mate a mí?. El asesino abrió una ventana, dijeron, de manera que entró nieve en el dormitorio y el aire estaba muy frío y el cuerpo de Zoe llegó a helarse en parte, dijeron, y él la cubrió con algo de la ropa de la cama y también con alguna prenda suya y, eso hace que me estremezca, roció a Zoe, y también la cama, por todas partes, con polvos de talco míos, polvos de talco blancos, «White Shoulders». Los esparció por las paredes, donde la sangre estaba húmeda y pegajosa, y se congeló allí. Y por todo el suelo. También dejó sus huellas en el suelo sobre el talco. De manera que parecía una «helada» dijeron los polis. Lo primero que pensaron fue que tenía que ser cocaína, pero no, era sólo «White Shoulders», que huele como lirios del campo, polvos de talco que Zoe compartía conmigo. Y esos polvos, mezclados por todas partes con sangre, también tuve que limpiarlos. Sollozaba y temblaba de lo horrible que era. No podía limitarme a pasar la aspiradora, la sangre se hubiera metido dentro y la hubiese echado a perder. Tuve que usar toallas de papel y una fregona con esponja, hasta que vomité y ahora ya no subo nunca al piso de arriba… a ningún sitio que esté cerca de esa habitación, nunca más. «¿Por qué haría eso con los polvos de talco?», le pregunté al detective, el que siempre me miraba como si diese mal, pero al que por otra parte le gusta bromear y sonreírse con suficiencia y me llama «Jacky» como si fuésemos viejos amigos, se apellida Egloff, nunca había oído yo de ningún «Egloff» y me pregunto de qué nacionalidad será, no me gusta, no me fío de él, y va y me dice: «¿Por qué tendría que haber un motivo en lo que hace ninguno de ellos? No hay lógica en lo que hace un animal». Una expresión desdeñosa en la cara como si estuviera pensando ¿No son amigos tuyos todos esos?