Con quién había estado, no se acordaba.
Sólo unos tipos. En diferentes sitios.
Vuelve a dormirte, Lucille. Donde haya estado es un asunto que sólo me concierne a mí, cono.
– ¡Cómo se lo puedo perdonar! No tuvo el valor de contármelo. Me dejó que lo descubriera yo sola, los grandes titulares en el periódico, el retrato de Zoe por todas partes, «hombres que la visitaban»…
Mi padre tenía la idea de que a Zoe Kruller la habían matado hacia medianoche, pero de hecho, como determinaría el forense de Herkimer County, Zoe había muerto entre la una y las cuatro de la madrugada del domingo. Era difícil calcular de manera más exacta el momento de la muerte por cuanto se había dejado abierta una ventana en el dormitorio de la difunta y su cuerpo se había congelado en parte. Eddy Diehl aguantaría el domingo en un estado de embotamiento y desesperación. En el jeep, a lo largo del río, sin saber adónde iba, ni por qué se había puesto en movimiento, se fue metiendo bruscamente por carreteras que llevaban al campo, al norte, hacia las estribaciones de los Adirondack, y luego las seguía a ciegas y con un aire de desesperación hasta darse cuenta de que 110, de que no era aquello lo que quería, de que era la dirección equivocada, porque el firme se desintegraba para convertirse en grava y la grava acababa por transformarse en barro helado y con rodadas. Bebía mientras iba al volante -seis latas de cerveza Molson- y después sintió la apremiante necesidad de detenerse en uno u otro de los bares de carreteras secundarias donde en un interior en penumbra, no muy diferente de una cueva, los hombres se sentaban ante el mostrador, bebían, entablaban conversaciones o, si no querían hablar, veían retransmisiones deportivas en la televisión durante un largo y desolado día invernal.
– ¿Diehl? Hola.
En la County Line Tavern, conocía a Deke Jones, que llevaba en el bar desde los años de instituto y que se quedó mirando a Eddy Diehl, porque tenía que estar enterado -seguro que sí- de que Delray Kruller se había declarado culpable de asesinar a Zoe, su mujer. Los otros clientes hablaban entre sí en voz baja y con tonos apremiantes mientras Deke le servía una copa que Eddy se llevó a la boca con mano temblorosa y se bebió de un trago. Lo sabían -otros en la County Line que conocían a Eddy Diehl lo sabrían, y quizá estuvieran hablado de ello antes de que entrara él en el local-, desde su estado de agitación, con los nervios a flor de piel, Eddy Diehl lo dio por sentado, que otros lo estaban observando, sabían de Zoe y de él y de las probabilidades de que, si Delray había matado a Zoe, todo ello fuera consecuencia de una cadena de hechos que había comenzado con Eddy Diehl.
– ¡Santo cielo, Eddy! ¡Qué putada de noticia!
Deke sirvió a aquel hombre acongojado otra copa de Jim Beam.
Eddy bebió. En la County Line, en la Riverview Inn y en el Grotto de East Sparta. Bebió sin emborracharse ni tampoco, estaba seguro, quedar ligeramente obnubilado, enajenado; no lograba beber lo suficiente para dejar de pensar ¡Esto no puede haber sucedido! Condenada Zoe, es otra de sus puñeteras jugarretas. No te lo creas, no es más que una sandez.
Fue así como transcurrió el domingo. Una pesadilla turbulenta con una carga tal de vida real que Eddy Diehl podría haber creído que era él el muerto. Las mejillas, con barba de dos días, le dolían con la tensión de todas las cosas por las que quería protestar y no le era posible. Le zumbaban los oídos, tenía la ropa empapada en sudor y estaba tan agotado como un caballo al que se ha fustigado y se le ha hecho correr hasta casi matarlo. Le dolían los pulmones, respiraba agitadamente. Corría, avanzaba a trompicones por un aparcamiento nevado, en dirección al jeep. Su respiración se transformaba en vapor, un hilo de sudor semejante a sangre le bajaba por la cara desde la sien izquierda. Quizás estuviera Zoe en el jeep: acurrucada en el asiento del pasajero, los pies metidos debajo del cuerpo, piececitos cálidos y escurridizos que a él le gustaba tener entre las manos, y hacerle cosquillas en las plantas con sus hábiles pulgares Ahhh Eddy no hagas eso que me pongo a cien ah, ah, ha. ¡Ed-dy! estremeciéndose como si le hubiera provocado un orgasmo sólo con acariciarle los pies, a no ser que sólo estuviera de broma, uniendo su lengua cálida y húmeda con la punta de la suya, lanzando su aliento humeante en la boca de Eddy, excepto que la cabina del jeep estaba vacía, no había nadie en el asiento del pasajero, Zoe Kruller no había vuelto a estar en el jeep de Eddy Diehl desde diciembre, cuando rompieron.
No comió a lo largo de todo aquel domingo interminable. No era que no le apetecieran los alimentos ni que le repugnaran, sino que la idea de comer ni siquiera se le había pasado por la cabeza. Tampoco se daba cuenta de que Lucille podía estar esperándolo en casa, esperando a que volviera y cenase con su familia. Si pensaba en Zoe, no pensaba en nadie más. Se le ocurrió La próxima vez que oiga las noticias, Zoe estará perfectamente. Y habrán detenido a Delray por maltratarla. Eso es todo. Bastante menos malo. Algo que se puede aceptar.
A mí me despertaron sus pasos en la escalera. Dos noches seguidas: sábado, domingo. Sólo de manera retrospectiva sabría yo qué noches eran ésas. Lo que significaban. Es papá. Ha vuelto a casa. Ahora estoy a salvo, me puedo dormir.
La conciencia del tiempo que tiene un niño es etérea, insustancial. A un niño se le puede convencer de que cualquier cosa ha sucedido en un momento, y no en otro, aunque el niño, de hecho, ha vivido ese tiempo y es testigo de ese tiempo. Un niño, o una niña, creerá lo que se le diga, si se le ti ice de la manera adecuada y por la persona debida.
Sabes que hay cosas que suceden dentro de una casa y de una familia que son secretas y que no se deben revelar nunca a nadie de fuera de la familia, ¿sabes eso, Krista? Sí. Lo sabes.
Tal era la advertencia que mi madre me hacía. Poniéndome el índice sobre los labios para cerrarlos.
¡Fue un tiempo de confusión! Como hojas muertas arrastradas por un vendaval, arremolinadas y en apariencia locas, que te empujan a querer cerrar los ojos, dejar de oír y gritar ¡Marchaos!
Un tiempo de confusión, y no es posible confiar en la memoria de un niño porque ningún niño piensa en términos de días del calendario, de fechas. Ningún niño piensa en términos de años. Ningún niño piensa con lógica antes, después. De manera causal esto, seguido de esto. Esto es consecuencia de esto. Un niño piensa Esto está aquí, ahora. Esto es lo que está sucediendo, ahora.
Aquel domingo por la noche, cuando mi padre regresó tarde a casa: debió de ser después de las once, y la casa estaba a oscuras a excepción de una luz en la cocina encima del fogón y la del porche trasero que mi madre dejaba encendida hasta que regresaba mi padre: para Lucille habría sido impensable por aquel entonces no dejar encendida la luz del porche; estaba tumbada en la cama, intranquila, inquieta, sin angustiarse todavía porque no había visto las noticias locales en la televisión, las «noticias de última hora» sobre el asesinato de una residente de Sparta a primera hora de la mañana de aquel domingo, ni ninguno de los Bauer la había llamado, porque ¿cuál podía ser el pretexto para semejante llamada? ¿La suposición de que Lucille entendería al instante la relación que existía entre Zoe Kruller y ella? Nadie se hubiera atrevido. Incluso las mujeres de la familia de mi madre para quienes dar noticias terribles habría sido apetecible no se atrevieron, era un golpe demasiado cruel.
A oscuras, Eddy tropezó mientras se desnudaba. Maldijo en voz baja, jadeante y sin aliento como un gran animal herido: un bisonte, un oso. Herido y peligroso. Apartó las sábanas y cayó en la cama, en su lado de la cama, por supuesto había estado bebiendo, Eddy Diehl estaba más que borracho. Con voz seca Lucille se atrevió a preguntar dónde había estado. Y él dijo que en ningún sitio, vuelve a dormirte, y Lucille protestó porque ¡no estaba dormida antes de que él llegara! Había estado tumbada en la cama esperándolo y él le dijo que se fuera al carajo, nadie le había pedido que se quedara allí tumbada esperándolo, ¿o sí?