De algún modo Zoe Kruller me estaba consolando. De puntillas inclinada sobre el mostrador de Honeystone's preguntando ¿Qué puedo hacerte, Krissie? Necesitaba saber, desesperadamente, si también Zoe había estado aquí. Si era un sitio al que también a ella la habían traído. Y si supo lo que le iban a hacer. Adónde iba y de dónde no volvería. Si supo que iba a morir cuando él empezó a golpearle con el martillo, cuando le abrió la cabeza como un melón, la arrojó sobre la cama, a no ser que Zoe ya hubiera sido arrojada en la cama, tenía que ser tan grande la rabia en él, tal la necesidad de hacer daño, tal el frenesí, tal la locura mientras le retorcía la toalla alrededor del cuello y la apretaba hasta que sus terribles sacudidas se debilitaron y acabaron -hasta que Zoe dejó de respirar-, y cesó el forcejeo. Y después de aquello ya no hubo Zoe. Y pasados más de cuatro años, nadie sabía por qué. Nadie sabía quién. Nada había cambiado. Nada se había resuelto. El rostro del asesino era un borrón, no se conocía su nombre. Ni un día, ni una hora en los que no me diera cuenta de que era la hija de mi padre. Hasta el mismo día de hoy, como adulta, y con la misma fuerza que entonces, como jovencita de quince años, pensando desafiante Pero le quiero, nunca dejaré de quererlo. Nunca dejaré de creerle.
Poco después del mediodía, hora de estudio en el quinto periodo de clases, miraba el libro de geometría y me mordía el labio inferior, con aquel vacío dentro de mí que era como un agujero que nunca pudiera llenarse, y allí estaba Mira Roche a quien apenas conocía, una chica mayor, de último curso, con rostro y figura de adulta, que me sonreía y se inclinaba sobre mí para susurrarme Oye, Krista: ¿quieres venir a una fiesta con nosotras? ¿Esta noche? Y Bernadette Hedwig, sentada detrás de mí se inclinó tanto que sentí la caricia de su aliento en la nuca mientras decía Hay un tipo, Krissie, un tipo bien de verdad que te quiere conocer. Y Mira dice ¡Sí, como lo oyes! Me lo ha dicho. Y en el aseo de las chicas después, a donde me siguieron, Mira Roche a un lado, Bernadette al otro, me estaba poniendo colorada, tan halagada, tan confundida, ¿por qué se interesaban por mí aquellas chicas mayores? Y Mira dijo que yo era endemoniadamente sexy, con aquel pelo rubio para morirse, y Bernadette me lo estaba acariciando, inclinándose mucho como para besarme y sentí una repentina felicidad, creí que aquellas chicas eran un camino para llegar.1 A.non Kruller, que era de Aaron Kruller de quien hablaban. ¡La emoción de ser elegida así! La emoción de gustar mientras pensaba Estas chicas quieren ser amigas mías. Mis amigas íntimas. Porque había dejado de tener amigas en el instituto. Ya no me era posible confiar en las chicas de mi clase en las que antes creía poder confiar. O quizá fuese que no lo deseaba ya. Había transcurrido muchísimo tiempo desde la última vez que me había quedado a pasar la noche con una amiga de Sparta, como antiguamente. Antes de que hubiera aparecido el problema en nuestras vidas, cambiándolas, de manera que Ben y yo éramos conscientes de que dábamos pena a la gente, de que la gente se compadecía de nosotros, por lo que habíamos llegado a aborrecerlos, era un error hacer confidencias a un amigo, tanto Ben como yo lo habíamos aprendido. Si le confesaba a una amiga que echaba de menos a mi padre, si le decía dónde vivía ahora papá (que era en Buffalo), y qué tipo de trabajo estaba haciendo («Como el que hacía aquí», lo que no era exactamente verdad), si decía cómo la realidad era que nunca lo habían detenido, que la policía de Sparta no lo había detenido nunca porque no tenían motivos para hacerlo, ninguna prueba, ni concluyente ni circunstancial, que nunca habían tenido ninguna y sin embargo había tantísima gente que pensaba que había matado a Zoe Kruller, y de manera cada vez más imprudente me sentía empujada a hacer confidencias a mi amiga, podía sucederme que me echara a llorar, y entonces mi amiga tal vez me consolara y me animase a contarle más cosas, que era lo que yo hacía, y le explicaba lo triste que estaban mi madre y mi hermano, lo enfadados que estábamos, lo injusto y lo inmerecido que era, tanto hablar sobre Edward Diehl en la televisión, en los periódicos, y nada era verdad, y no había manera de borrarlo ni de arreglarlo. Y aquella chica fingía simpatizar conmigo, fingía ser mi amiga, diciendo Vaya, Krista, tiene que ser muy duro, es como si alguien se hubiera muerto en la familia, mi madre lo siente tanto por ti y por tu madre y dice que no se imagina cómo tu madre ha sobrevivido todo este tiempo teniendo que preguntarse si tu padre se ensañó con aquella mujer, si quizá fue él quien la mató.
Pero Mira y Bernadette no eran así, pensé.
Ella y yo nos vamos a dar un paseo en coche. Sólo nosotros dos.
Duncan me llevaba fuera, dijo. Retorciéndome el pelo dentro del puño. Era la clase de individuo con el que una chica no tendría dificultad en ir, una chica se iría con él sin miedo y sin necesidad de que la forzaran pero no era eso lo que Duncan quería, eso era aburrido para Duncan, que alzaba mucho la voz, así que sonaba como un rebuzno cuando Duncan afirmaba ¡Aburrido! Y era también la razón de que Duncan necesitara con frecuencia un cambio de escenario y un cambio de personas. Estaba enfadado con Tetitas y Coñito o quizá sólo fingía -fingía estar enfadado y me reñía como un papá chapado a la antigua- tirándome del pelo de manera que iba cojeando tras él como un perro con una correa muy corta tratando de reír, sabía que Duncan Metz era un bromista, Duncan Metz estaba orgulloso de hacer reír a la gente, por lo que si me reía como todo el mundo, no sería crueldad, ¿verdad que no? Si me reía y no gemía de miedo ni le suplicaba que se detuviera, no me iba a hacer daño, ¿no es cierto? O, si me hacía daño, si mi cuero cabelludo gritaba de dolor, se trataba de un accidente y no era deliberado, Duncan sólo estaba bromeando.
En el exterior de la estación había estado lloviendo. Un olor húmedo y dulzón a tierra y a putrefacción, a fertilizante que se había derramado en el vagón de mercancías de Chautauqua & Buffalo hasta el que Duncan estaba tratando de alzarme -¡Vamos, nena, coopera! Un dos tres- aquello tenía su lógica, Duncan Metz me quería meter en el abandonado vagón de mercancías y trepar después de mí, tal vez, o Duncan Metz me iba a meter dentro del vagón de mercancías abandonado y a hacer fuerza con la puerta corrediza hasta cerrarla y dejarme atrapada dentro, tenía que haber una lógica en lo que Duncan estaba tratando de hacer y también para mis risas dominadas por el pánico, pero mi cerebro parecía haberse desconectado excepto para registrar que alguien había intervenido -un extraño-, otro tipo que sujetaba furioso y disgustado el brazo de Duncan Deja en paz a la chica, vete al infierno, joder. De repente los dos tipos forcejeaban, intercambiaban maldiciones, rápidos golpes violentos, Duncan vacilaba y se apartaba, soltándome, incluso me empujaba hacia el otro tipo murmurando un insulto ¡Anda y que te jodan, Kruller! Me di cuenta de que el otro era Aaron Kruller, que estaba furioso, como si nos hubiera vigilado desde lejos a Duncan y a mí sin querer intervenir pero de algún modo había terminado por hacerlo, maldita sea no le quedaba otro remedio.