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¡Coño! al ver en el marco de la puerta y en la pared junto a la cama lo que parecían ser manchas de sangre provocadas por una mano al golpear.

Podía haber sido sangre que brotara de una nariz, a Aaron le parecía recordar una nariz de mujer que no había tenido intención de lastimar, o se trataba de su propia nariz, que la mujer había golpeado con un codo. Aaron no estaba seguro.

Del teléfono salía ahora con mayor claridad una voz femenina urgente y autoritaria:

– ¡Aaron! ¿Estás ahí? ¿Estás despierto? ¡Maldita sea, es Viola quien te habla! Te he dicho que Delray está malherido. Debe de haber perdido el conocimiento al golpearse la cabeza contra la acera. O alguien se encargó de hacerlo por él. Si no vienes a recogerlo, es tu padre, maldita sea, es lo menos que puedes hacer por él, si no vienes aquí, carajo, voy a llamar al 911 para que vengan a buscarlo. Llévalo a urgencias al hospital. Maldita sea, no me da la gana de que Delray se muera en esta casa.

Aaron tartamudeó tratando de decirle a su tía que no llamara al 911, que no llamara pidiendo ayuda, a su padre no le gustaría.

– Dime dónde está, Viola, iré a por él.

– ¿Que dónde está? ¿Es que no me acabas de oír? ¡Por el amor de Dios! ¿Estás borracho? ¿Estás colocado? ¡Aquí! ¡Está en mi casa! ¡No tiene ningún derecho a estar aquí! lodos vosotros, tú y él, y ella, tu condenada madre, ¡todo lo que habéis hecho ha sido crearnos problemas! ¡A la familia! La última vez que Delray apareció por aquí me pasé media noche tratando de localizarte, tardaste todo lo que te salió de las narices, y esta vez no voy a arrastrar a tu padre hasta casa, ni escaleras arriba, para que luego me vomite encima, que se vaya al carajo. Si quieres saber dónde está, Aaron, está delante de mi casa, en el camino de entrada para coches, en medio de la nieve donde alguien lo ha dejado caer. Uno de sus amigos moteros. O un amigo policía. Tú conoces a esa pandilla con la que va por ahí. Tiene que ser alguien que sabe que soy su hermana. Estaba en la cama cuando he oído un claxon, alguien que gritaba, he mirado por la ventana y había un hombre tumbado en el camino para coches, muerto o demasiado borracho para estar de pie. Delray debe de haber dejado su coche en algún sitio, en algún bar y no podía conducir en ese estado, así que lo han traído y me lo han largado a mí. Dios del cielo -Viola hizo una pausa y resopló. Cuando volvió a hablar lo hizo entre sollozos, furiosa-. ¿Qué pasa si tu padre tiene una lesión cerebral? Sabes que ahora mismo está medio loco. ¿Qué pasa si tiene el hígado envenenado? Si tratas de hablar con él, dice que sí, que seguro que va a beber menos, que se apuntará a un programa de desintoxicación, la mitad de la familia se ha ofrecido para llevarlo y para ir a verlo mientras está allí y luego sucede esto y me pega un susto de muerte. ¡Soy su hermana y no su madre! ¡Tampoco soy su mujer! ¡Ni su hijo! Tú eres su hijo, ¿sabes? De manera que ven aquí y llévatelo a casa porque de lo contrario voy a llamar al 911 y me da lo mismo que sea la policía o las urgencias del hospital, os podéis ir los dos a hacer puñetas.

Aaron dijo que iba enseguida. En cuanto se vistiera. Para entonces ya estaba en pie y razonablemente despierto. Superada la borrachera en diez segundos. Y diciéndole a su tía que no llamara ni a los malditos polis ni a una ambulancia, podrían acabar con Delray.

– Por ejemplo si lo «encierran» y no puede salir como aquella vez en el hospital de- ex combatientes de Watertown, que casi acabó con él.

Su tía había colgado. A Aaron se le cayó el auricular, que hizo ruido al chocar contra el suelo. Empezaba a darse cuenta de dónde estaba. Un lugar familiar convertido en desconocido. Iluminado por un rayo de luz procedente del cuarto de baño vio algo que hizo que se le erizara el vello de la nuca… ¿una serpiente? ¿Una serpiente en la casa? ¿En invierno? Tenía que ser algo más que una simple culebra de jardín porque el cuerpo era grueso, oscuro, con el lustre de la grasa. O quizá los ojos de Aaron no enfocaban bien, como su cerebro. Si se trataba de un «viaje» con metanfetamina, no cabía duda de que había dado un giro malévolo. Si sólo se trataba de una borrachera, cabía la posibilidad de que tuviera delírium trémens. Otra cosa extraña era que no estaba en su dormitorio, sino en una habitación trasera del piso bajo de la casa de Quarry Road, sucios colchones viejos en el suelo y una asquerosa alfombra de fibra por donde estaban desperdigados zapatos, misteriosas prendas de ropa, toallas con manchas, colillas y cadáveres de insectos, pero… ¿una serpiente? Quizás en verano, si la puerta de atrás se dejaba abierta inadvertidamente, por los resquicios y desgarrones de la puerta interior de tela metálica, tal vez una serpiente podría meterse en la casa por ese camino o quizá trepar desde el sótano, por las escaleras, hasta el piso de abajo, pero aquella serpiente parecía estar muerta o profundamente dormida. Aaron se acercó, cauteloso, y se atrevió a empujarla con el pie descalzo: pero no era más que una trenza, falso pelo oscuro y reluciente, como de unos veinticinco centímetros de largo.

¡Pelo postizo! Aquella trenza tan vistosa de mujer morena tenía que haber estado entretejida con el verdadero pelo de su pareja nocturna, reluciente y sexy y la primera cosa en la que Aaron se había fijado, pero que era mentira.

Está claro que no te puedes fiar de las mujeres. Ni siquiera de las chicas muy jóvenes. Nunca sabes en qué demonios están pensando, nunca sabes qué es lo que sienten, nunca sabes cómo te van a sorprender excepto que la sorpresa será desagradable.

Fue en coche a casa de su tía en Dock Street. Viola no le había perdonado del todo que se presentara allí, años atrás, con la hija de Diehl. Y ahora llegaba el turno de Delray. Aterrado, iba conduciendo por las calles de Sparta, completamente desiertas a aquella hora de la noche, con la inmovilidad de quien retiene el aliento, pensando Dios, no dejes que se muera mi padre. Así no, se merece algo mejor y mientras la furgoneta derrapaba por las calles heladas pensando Si se ha muerto cuando llegue allí, ¿quién tendrá la culpa? Aaron quería a su padre pero, francamente, llevaba demasiado tiempo aguantando sus tonterías. Desde que asesinaron a Zoe y Delray se convirtió en «sospechoso». Desde que Zoe se marchó de casa y dijo que seguro que volvería, que le dieran cinco meses de plazo. Necesitaba unos cuantos meses para respirar; Zoe lo había prometido pero Delray no se lo creyó nunca.

Era la tercera vez, desde el día de Año Nuevo, que lo despertaban y tenía que salir para volver a casa con Delray en el coche. Resultaba horrible, vergonzoso, un espectáculo insoportable ver a Delray Kruller borracho como una cuba y tan desamparado como un recién nacido. Había gente de su edad con padres como Delray, padres que habían sido alcohólicos más tiempo que Delray, y a la larga te hartas de ellos, llegaba un momento en que ya no podías más, pero tampoco se marchaban, ni se morían. Aguantaban muchísimo tiempo. A Aaron le molestaba mucho. Quería conservar sus buenos recuerdos de Delray -como sus buenos recuerdos de Zoe-, de cuando era pequeño. No como ahora. Lo de ahora le parecía injusto.

Era una noche de una quietud anormal, muy fría. Ni siquiera soplaba el viento procedente de las montañas o del río. Aaron llevaba la ropa apestosa que se había puesto de cualquier modo en su casa, pies descalzos metidos en las botas. Y allí, en Dock Street, más allá de una manzana de tiendas con los escaparates a oscuras, y de unos grandes almacenes A & P también cerrados, estaba la casa de ladrillos rojos en donde Viola vivía, alquilada, en un apartamento del segundo piso. En el camino de entrada para coches estaba lo que podría haber sido un fardo de ropa vieja. Un cuerpo arrojado de manera descuidada sobre la nieve, inmóvil. Se veía el sitio desde donde lo habían arrastrado unos cuantos metros hacia la casa, como si a pesar de lo que había dicho por teléfono Viola hubiera intentado llevárselo antes de renunciar y de taparlo con una manta en un gesto de consternación y de asco ya que al ocultarle la mayor parte del rostro la primera idea al verlo era que se trataba de un cadáver.