Выбрать главу

Aquella noche fue la del 11 de febrero de 1983. Cuando la vida de Aaron se partió en dos. Había estado en North Post Road con unos conocidos de la reserva india. Había una población sin nombre en un cruce de carreteras, y una tienda 7-Eleven donde el hermano mayor de un amigo de Aaron compró paquetes de seis latas de cerveza y cigarrillos para el grupo. Uno de los chicos de más edad fue a Sparta, donde tenía otro conocido en la estación de tren que les proporcionaría unas bolsas de marihuana. Aaron, uno de los más jóvenes, era temerario y optimista. Cualquier cosa absurda que se les ocurriera, estaba dispuesto a intentarla. Habían considerado la posibilidad de robar en los coches aparcados detrás de Sears, pero sólo encontraron juguetes y estupideces de mujeres como toallas, ropa interior y calcetines en bolsas de la compra que tiraron, molestos. Cualquier cosa de más valor, la gente tenía el sentido común suficiente para guardarla bajo llave, de manera que romper las ventanillas de los coches implicaba unos riesgos que no estaban dispuestos a correr. Quizá fuera su entrada ruidosa en el centro comercial, a la altura del CineMax, siguiendo a algunas chicas de instituto que los estaban mirando, lo que provocó que el gerente del CineMax llamara a los de seguridad, así que apareció un vigilante para expulsarlos. Esto es propiedad privada, chicos. No es un sitio público. Uno de ellos volcó un contenedor de basura, rompieron algún cristal y el vigilante gordinflón no pudo perseguirlos más que una corta distancia por un campo donde Aaron y sus amigos corrían como los perros de una jauría emocionados y excitados, gritando mientras rompían con los pies la costra de hielo y el vigilante les gritaba indignado ¡Mamones! La próxima vez os vamos a detener. Volved a la maldita reserva india de donde no teníais que haber salido.

Rieron juntos, pero el regocijo se esfumó como el aire que sale silbando de un neumático rajado, y a Aaron sólo le quedaron ganas de volver a casa lo más deprisa posible.

Ya habían dado las once cuando regresó. Ahora que Zoe se había ido, parecía que a nadie le importaba un pimiento a qué hora volvía a casa o si hacía novillos o si, sencillamente, no iba a clase en absoluto. Si comía y cenaba como las personas o devoraba como un animal lo que encontraba en el refrigerador: sobras, comida china para llevar, o pizzas y bocadillos hechos con barras de pan. Delray sólo mantenía las reservas de distintos tipos de cerveza.

Aquella noche. Delray no estaba en casa cuando volvió Aaron ni tampoco apareció mientras, tumbado en el sofá, veía la televisión, bebía cerveza directamente de una lata, y se acababa un bocadillo del día anterior sacado del frigorífico, pero no se planteó ningún problema, por lo que Aaron creería a su padre cuando Delray afirmó que durante aquellas horas había estado con una mujer, cuyo nombre no podía revelar porque todavía estaba casada y le hubiera desesperado perder la custodia de sus hijos. Aaron nunca llegaría a saber el nombre de aquella mujer que, al parecer, vivía en Star Lake, no en Sparta, de manera que para volver a casa Delray se había pasado cuarenta minutos o más conduciendo, todo lo cual parecía plausible. Aaron creyó sin la menor duda, cuando su padre se lo juró, que no había estado en Sparta, que no había estado en ningún sitio cercano a West Ferry Street, que no había visto a Zoe aquella noche.

Vio en los ojos inyectados en sangre de su padre la sinceridad de sus palabras. No causé ningún daño corporal a mi esposa Zoe a quien sigo queriendo hasta el día de hoy, me crees, Aaron, ¿verdad que sí?

Por supuesto, Aaron le creyó.

Al preguntarle la policía dónde había estado Delray aquel sábado por la noche y en la madrugada del domingo, Aaron dijo: «Mi padre estaba en casa, conmigo. Los dos juntos».

Muchacho de cara hosca, de ojos huidizos. Presionado, la piel de Aaron adquiría un color rojo oscuro, la piel con aspecto de estar chamuscada del indio americano, aunque su madre fuese una mujer de raza blanca y rubia por añadidura.

– ¿Toda la noche? ¿Pasaste aquella noche y las primeras horas de la mañana del domingo con tu padre? ¿Es eso lo que nos estás contando, Aaron?

Sí. Eso era lo que Aaron les contaba.

El detective de más edad -apellidado Martineau- sugirió, con voz en la que se mezclaban burla y comprensión, que quizá Aaron estaba mintiendo para proteger a su padre. ¿Era eso lo que sucedía?

Durante un momento que se prolongó mucho, Aaron no habló. Sangre oscura le latía pesadamente en la cara. Pero no se tragó el anzuelo, sino que se limitó a decir que no estaba mintiendo. Su padre había estado en casa con él, los dos juntos toda la noche.

– ¿En la misma habitación? ¿En la misma cama? ¿Toda la noche?

El detective hablaba desdeñosamente. Aaron, sin embargo, no se inmutó y siguió mostrándose terco, impasible. No estaba mintiendo. No pensaba que lo que hacía fuera mentir. Si Delray le había jurado que no le había hecho nada a Zoe, que no había estado en el 349 de West Ferry Street aquella noche, Aaron lo creía.

Sabes que no te mentiría, hijo mío. Lo que te estoy contando no es más que la verdad.

Al profundizar en el interrogatorio, Aaron les dijo a los detectives con voz lenta, vacilante, casi inaudible, que era así, efectivamente, que aquella noche no había sido una típica noche de sábado para su padre. Ni para él. Algunas veces Delray faltaba toda la noche, dos o tres días a la semana Delray podía ir a algún sitio sin que Aaron supiera dónde, pero la noche del 11 de febrero había sido diferente. Delray se quedó en casa. Quizás estaba enfermo de gripe, el caso es que se fue pronto a la cama. Aaron se había quedado viendo la televisión. De manera que él había estado en casa y su padre arriba en la cama, Aaron no tenía ningún inconveniente en jurarlo. Si era necesario, lo repetiría ante un tribunal bajo juramento.

Y por la mañana su padre aún seguía en la cama cuando Aaron salió, estaba seguro. Había decidido pasarse por la casa donde su madre se alojaba con una amiga, porque le había pedido que, antes de que ella se marchara de viaje, fuese a recoger un regalo de Navidad que tenía para éclass="underline" Aaron pensó que era «un viaje en avión» para que «le hicieran una prueba» en algún club nocturno. No, Aaron ignoraba los detalles. Era muy del estilo de Zoe hablar de sus planes pero mostrarse reservada en cuanto a los detalles.

Había querido verlo tic todos modos, dijo Aaron, antes de emprender aquel viaje, que parecía ser una cosa importante para ella.

Le preguntaron con qué frecuencia veía a su madre desde que se había marchado de Quarry Road. Aaron se encogió de hombros y dijo que no con demasiada frecuencia.

– ¿«No con demasiada frecuencia»? ¿Cuándo habías visto a tu madre antes de aquella mañana, hijo?

Hijo. A Aaron se le llenó la boca de un sabor agrio que le hubiera gustado escupir sobre la mesa.

No con demasiada frecuencia, repitió. Pero Zoe le llamaba a casa.

– ¿Dijo que tenía un «regalo de Navidad» para ti? ¿Dónde está ese «regalo de Navidad»?

Aaron se encogió de hombros. No había vuelto a pensar en el regalo de Navidad hasta aquel momento.

– ¿Mencionó tu madre quién la acompañaba en aquel «viaje en avión»? ¿Y dónde?

Aaron negó con la cabeza, no. No había dicho nada.

– ¿Tuviste alguna «premonición» de que pudiera haberle sucedido algo? ¿Fuiste a verla por eso?

Aaron negó con la cabeza, no. No la había tenido.

La palabra premonición era nueva para Aaron. Pero sabía lo que quería decir.

Había conseguido que unos vecinos de Quarry Road que iban a la iglesia lo llevaran a Sparta. Eso fue hacia las nueve de la mañana. En aquella luminosa mañana de invierno se había despertado pronto.