– Emily -dije con acopio de paciencia-. ¿Te llamas así o llevas la chapa de otra?
– Me llamo Emily.
– Pues bien, Emily. No me interesa saber dónde está el gato. Lo que en realidad quiero saber es si volvió aquella señora.
– No, no volvió.
– ¿Y qué fue del gato? Sólo por curiosidad.
Me contempló durante un segundo con la barbilla alzada. Se echó el pelo por detrás del hombro con un ademán rápido.
– Me lo quedé. Es un gato fabuloso y fui incapaz de llevarlo al depósito municipal.
– Un gesto realmente admirable. Me han dicho que es un gato estupendo, me alegro de que te lo quedaras. Disfruta de su compañía. Me llevaré tu secreto a la tumba. Pero si reaparece la señora, ¿me lo dirás? -Puse mi tarjeta en la mesa. La leyó y asintió sin decir palabra. -Gracias.
Volví al despacho. Pensaba llamar a Julia Ochsner para decirle que había localizado al gato y ahorrarle así un innecesario rastreo por los veterinarios y guarderías de Boca. Dejé el coche en el parking trasero y subí por las escaleras de la parte posterior. Al llegar al despacho vi a un hombre en el pasillo que garabateaba no sé qué en un trozo de papel.
– ¿Puedo serle útil?
– Eso depende. ¿Es usted Kinsey Millhone? -Parecía sonreír con superioridad afectada, como si poseyera una información demasiado valiosa para compartirla.
– Sí.
– Soy Aubrey Danziger.
Tardé un segundo en identificar el nombre.
– ¿El marido de Beverly?
– Exacto -dijo, y emitió una carcajada muy breve que le resonó en la glotis. No me pareció que ninguno de los dos tuviera hasta el momento ningún motivo para ponerse exultante de alegría.
Era alto, un metro noventa quizá, y tenía la cara delgada y de cutis fino. Tenía el pelo muy negro y liso, como de tacto sedoso, ojos castaños y boca altanera. Vestía un traje gris claro, con chaleco y todo. Tenía aspecto de jugador de barco fluvial, de dandy, de «petimetre», en el caso de que estos estereotipos sigan existiendo.
– ¿Y qué puedo hacer por usted?
Introduje la llave en la cerradura, abrí la puerta y entré. Me siguió, inspeccionando la estancia con una mirada escrutadora por la que supe que estaba evaluando los muebles, juzgando mi infraestructura, calculando mis impuestos y preguntándose por qué su mujer no había preferido una agencia de prestigio.
Me senté ante el escritorio y le observé mientras tomaba asiento y cruzaba las piernas. Raya impecable en los pantalones, tobillos aristocráticos, zapatos italianos de piel, bajos y sin cordones, puntera estrecha y reluciente. Entreví los puños de su camisa, blancos como la nieve, y el monograma azul claro de sus iniciales -A.N.D.-, sin duda bordado a mano. Sonrió mientras nos contemplábamos como dos tontos. Sacó una pitillera plana del bolsillo interior de la chaqueta, cogió un cigarrillo delgado y de papel negro cuyo extremo golpeó sobre la superficie de aquélla, se lo puso entre los labios y lo encendió con un mechero que disparó tal llamarada que temí se le fuera a incendiar el cabello. Tenía manos finas y le habían arreglado a la perfección unas uñas que ostentaban un borde blanco y brillante. Confieso que estaba superimpresionada, sobre todo por el perfume que despedía y que sin duda era uno de esos aftershaves de lujo que se llaman Rogue o Magnum. Observó la brasa del cigarrillo y a continuación me fulminó con la mirada. Sus ojos me recordaron la arcilla seca: castaños, exánimes, sin calor ni energía.
No le invité a tomar café. Le acerqué el cenicero, igual que había hecho con su mujer. El humo de su cigarrillo olía a fogata ahogada y sabía que, aun después de que su dueño emprendiera el regreso a Los Ángeles, se quedaría pegado a los muebles durante mucho tiempo.
– Beverly recibió su carta -dijo-. Se alteró mucho. Y estimé oportuno venir personalmente para charlar un rato.
– ¿Y por qué no ha venido ella? -repuse-. También sabe hablar.
La observación le hizo gracia.
– A Beverly no le gustan las escenas. Me pidió que hablase yo en su nombre.
– Tampoco a mí me chiflan las escenas, pero no sé cuál es el problema. Ella me dijo que buscara a su hermana. Aún lo estoy haciendo. Quiso ponerme condiciones y opté por trabajar para otra persona.
– Oh, no, no. Usted la entendió mal. Ella no quería rescindir el contrato. Sólo que no quería que acudiese usted a Personas Desaparecidas.
– Y en ese punto disentimos. No me pareció honrado cobrar por hacer caso omiso de los consejos de mi cliente. -Traté de sonreírle con indiferencia mientras hacía girar un poco la silla-. ¿Acaso había algo más? -pregunté. Estaba convencida de que se traía algo entre manos. Saltaba a la vista que no había recorrido ciento cincuenta kilómetros sólo por aquello.
Se removió en el sillón y probó un tono más cordial.
– Me temo que hemos empezado con mal pie -dijo-. Me gustaría saber qué ha averiguado sobre mi cuñada. Si la he ofendido, quisiera presentarle mis excusas. Ah. Puede que le interese esto.
Sacó un papel doblado del bolsillo de la chaqueta y me lo alargó. Por un momento pensé que se trataría de una dirección, un teléfono, alguna información que realmente sirviese de algo. Era un cheque por los 246 dólares con 19 centavos que me debía Beverly. Por su actitud parecía una especie de soborno y no me gustó. Acepté el dinero de todos modos. Se diera cuenta o no, a mí me daba igual.
– Hace dos días mandé el informe a Beverly. Si usted quiere saber el resultado de mis averiguaciones, pregúntele a ella.
– He leído el informe. Lo que quisiera saber es lo que ha averiguado desde entonces, si es que está dispuesta a cooperar.
– La verdad es que no. No quisiera parecer grosera, pero lo que haya averiguado incumbe sólo a mi cliente actual y es confidencial. Sí voy a decirle algo. Acudí a la policía y se distribuyó una descripción de Elaine, pero como sólo han transcurrido dos días aún no se sabe nada. ¿Le importaría responder ahora a una pregunta?
– Sí me importaría -dijo, aunque se echó a reír. Empezaba a comprender que la causa de su comportamiento era probablemente la torpeza, así que continué.
– Beverly me dijo que hacía tres años que no veía a su hermana, pero un vecino de Elaine no sólo afirma que estuvo en su casa por navidades sino que encima tuvieron una pelea sonada. ¿Es cierto?
– Bueno, sí, creo que sí. -Se le había dulcificado la voz y ahora parecía menos distante. Dio una última chupada al cigarrillo y decapitó la brasa estrangulando la colilla con los dedos-. Si he de serle franco, me preocupaba que Beverly se complicara demasiado en esto.
– ¿Cómo es eso?
Había dejado de mirarme. Giró la colilla entre los dedos hasta que no quedó de ella más que un montoncito de hebras de tabaco y un trozo de papel negro.
– Tiene problemas con el alcohol. Los tiene por temporadas, aunque seguramente usted ni se daría cuenta. Es una de esas personas capaces de no probar ni gota durante seis meses, y de pronto, zas, se tira por ahí tres días bebiendo. Los períodos de incontinencia a veces duran más. Yo creo que lo que ocurrió en diciembre fue eso. -Volvió a posar los ojos en mí y entonces vi que había desaparecido buena parte de su solemnidad. Era un hombre que sufría.
– ¿Sabe usted por qué se pelearon?
– Más o menos.
– ¿Fue por usted?
Sus ojos me enfocaron con un primer destello de vida auténtica.
– ¿Por qué dice eso?
– El vecino dijo que al parecer se peleaban por un hombre. Y, que yo sepa, usted es el único que había por medio. ¿Me invita a comer?
Fuimos a un local llamado Jay's y que está al doblar la esquina. Es muy oscuro, con macizos reservados de estilo Art-Déco: cuero gris ceniza y mesas de mármol negro que parecen pequeñas piscinas irregulares. Les brilla tanto la superficie que pueden hacer de espejos, como en los anuncios de líquidos limpia-muebles. Las paredes están recubiertas de napa gris y la alfombra que se pisa es tan mullida que parece que se ande por la playa. El local entero, silencioso y casi a oscuras, parece una cámara de insensibilización para astronautas, pero las bebidas que se sirven son generosas y el barman prepara unos increíbles bocadillos calientes de ternera ahumada y pan integral. Es demasiado caro para mí, pero me pareció que Aubrey Danziger encajaba allí perfectamente. Por lo menos parecía estar en situación de poder pagar la cuenta.