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— Este lugar estб demasiado poblado.

— Cordelia se sentнa tan agotada que sуlo pudo darle la razуn mentalmente.

El mayor la mirу con ojos preocupados.

— їCree que podrб continuar durante otras cuatro horas, seсora?

їCuбles la alternativa? їSentarme junto a este charco de barro y llorar hasta que nos capturen? Se levantу con dificultad, apoyбndose en el tronco sobre el cual se habнa reclinado mientras esperaba el regreso de su guнa.

— Eso depende de lo que encontraremos al final de esas cuatro horas.

— Mi casa. Por lo general paso la noche con mi sobrina, cerca de aquн. Cuando estoy entregando la correspondencia suelo tardar unas diez horas en llegar a casa, pero si subimos directamente no serбn mбs que cuatro. Maсana por la maсana podrй regresar y cumplir con las entregas. Todo parecerб normal. Nadie notarб nada extraсo.

їSubir directamente? Pero Kly tenнa razуn, para estar a salvo debнan ser discretos, invisibles. Cuanto antes pudiesen ocultarse, mejor.

— Lo seguimos, mayor.

Tardaron seis horas. El caballo de Bothari empezу a cojear poco antes de llegar. El sargento tuvo que desmontar y llevarlo por las riendas. Cordelia tambiйn caminу para estirar las piernas lastimadas, mantenerse despierta y entrar en calor. Gregor se quedу dormido y se cayу del caballo. Entonces comenzу a llorar llamando a su madre, pero volviу a dormirse cuando Kly lo colocу delante de йl para sujetarlo con firmeza. En el ъltimo tramo, Cordelia se quedу sin aliento y su corazуn empezу a latir con violencia, aunque se sujetaba del estribo de Rose para que la ayudara a subir. Los dos caballos se movнan como ancianas artrнticas, pero sуlo con su auxilio lograron seguir al resistente tordo de Kly.

De pronto el camino descendiу hacia un amplio valle. El bosque se fue despejando, entremezclado con prados en la ladera. Cordelia podнa percibir el espacio que se extendнa frente a ella, verdaderas montaсas, vastos precipicios en sombras, peсascos gigantescos, el silencio de la eternidad. Tres copos de nieve se fundieron sobre su rostro vuelto hacia el cielo. Al final de un bosquecillo, Kly se detuvo.

— Fin del camino, amigos.

Conducido por Cordelia, Gregor caminу medio dormido hasta la pequeсa choza. Allн ella lo condujo a ciegas hasta un catre y lo acostу.

El niсo gimiу entre sueсos mientras Cordelia lo tapaba con las mantas. Entonces permaneciу tambaleante, aturdida, y en un ъltimo destello de lucidez se quitу las zapatillas y se acostу a su lado. Gregor tenнa los pies tan frнos como un cadбver sometido a la criogenia, y a medida que Cordelia los calentaba contra su propio cuerpo el niсo dejу de temblar para entrar en un sueсo mбs profundo. Vagamente Cordelia tuvo conciencia de que Kly, Bothari, o alguien habнa encendido el fuego en el hogar. Pobre Bothari, habнa estado despierto tanto tiempo como ella. En un sentido militar, йl estaba a su cargo; ella debнa ocuparse de que comiera, se calentara los pies, durmiera. Debнa… debнa…

Cordelia abriу los ojos repentinamente para descubrir que el movimiento que la habнa despertado era Gregor, sentado en la cama a su lado, frotбndose los ojos con expresiуn desorientada. La luz entraba por dos ventanas sucias, a ambos lados de la puerta de madera. La choza o cabaсa — dos de las paredes parecнan hechas con leсos enteros sin desbastar — constaba de una sola habitaciуn. En el hogar de piedras grises habнa una marmita y una caldera cubierta, apoyadas sobre una parrilla bajo la cual ardнan las brasas. Cordelia volviу a recordar que allн la madera representaba la pobreza, no la riqueza. Habнan visto una infinidad de бrboles el dнa anterior.

Cordelia se sentу y emitiу un gemido de dolor por el бcido lбctico que se habнa formado en sus mъsculos. Enderezу las piernas. La cama constaba de una red sujeta a un marco sobre la cual habнa dos colchones, el primero de paja y el segundo de plumas. Ella y Gregor estaban bien abrigados en aquel nido. El aire de la habitaciуn olнa a polvo y a leсa quemada.

Unas botas resonaron en las tablas del porche, fuera de la cabaсa, y Cordelia se aferrу al brazo de Gregor invadida por el pбnico. No podнa escapar, y ese atizador de hierro negro no serнa arma suficiente contra un aturdidor o un disruptor nervioso… pero los pasos eran de Bothari. Йl entrу en la cabaсa junto con una bocanada de aire frнo. La rudimentaria chaqueta parda que llevaba debнa de pertenecer a Kly, a juzgar por la forma en que sus muсecas huesudas asomaban bajo los puсos. Siempre que mantuviera la boca cerrada para no delatar su acento ciudadano, serнa fбcil confundir a Bothari con un montaсйs.

Йl los saludу con un movimiento de cabeza.

— Seсora. Majestad. — Se arrodillу junto al hogar y levantу la tapa de la caldera. Luego probу la temperatura de la marmita acercando la mano a ella -. Hay cereales y almнbar — informу -. Agua caliente. Tй de hierbas. Frutos secos. No hay mantequilla.

— їQuй estб ocurriendo? — Cordelia se frotу el rostro y bajу los pies al suelo, ansiosa por tomarse una taza de ese tй de hierbas.

— No mucho. El mayor dejу que su caballo descansara un rato y se marchу antes del alba, para cumplir con sus entregas. Desde entonces esto ha estado bastante tranquilo.

— їUsted ha podido dormir?

— Un par de horas, creo.

El tй tuvo que esperar mientras Cordelia acompaсaba al emperador cuesta abajo, hasta el excusado de Kly. Gregor frunciу la nariz y observу el retrete con nerviosismo. De regreso en el porche, Cordelia hizo que se lavara las manos y el rostro en una palangana metбlica. Cuando se hubo secado el rostro con una toalla, descubriу que la vista desde ese sitio era magnнfica. Medio Distrito Vorkosigan parecнa extenderse a sus pies en colinas oscuras y praderas verdes y amarillas.

— їЙse es nuestro lago? — Cordelia seсalу un destello plateado entre las colinas, casi en el lнmite de su visiуn.

— Eso creo — asintiу Bothari, forzando la vista.

Tan lejos… y habнan llegado a pie. Aunque para una aeronave estaban demasiado cerca. Bueno, al menos desde allн se verнa cualquier cosa que se acercase.

Los cereales calientes con almнbar, servidos en un plato rajado, sabнan a gloria. Cordelia se tomу el tй con avidez, descubriу que habнa llegado peligrosamente cerca de la deshidrataciуn. Tratу, de convencer a Gregor para que la imitase, pero a йl no le gustу el sabor amargo del tй. Bothari pareciу enrojecer de vergьenza al no ser capaz de sacar leche del aire para complacer a su emperador. Cordelia resolviу el dilema endulzando el tй con almнbar, con lo cual lo hizo aceptable.

Cuando terminaron de desayunar, lavaron los pocos utensilios y platos y tiraron afuera el agua sucia; el porche se habнa entibiado bastante con el sol matinal.

— їPor quй no ocupa la cama, sargento? Yo vigilarй. Ah… їKly le dio alguna idea en caso de que llegue alguien hostil antes de su regreso? Parece que ya no nos queda ningъn lugar adonde ir.

— Todavнa hay uno, seсora. Hay unas cuevas en ese bosque de la parte trasera. Un viejo escondite de la guerrilla. Anoche Kly me llevу para que viese la entrada.

Cordelia suspirу.

— Bien. Vaya a dormir, sargento. Lo necesitaremos mбs tarde.

Cordelia se sentу al sol en una de las sillas de madera, descansando su cuerpo aunque no pudiese hacer lo mismo con su mente. Forzу los ojos y los oнdos tratando de divisar alguna aeronave ligera u otra clase de transporte aйreo. Improvisу unos zapatos para Gregor atбndole trapos en los pies, y йl se dedicу a recorrer el lugar examinando las cosas. Cordelia lo acompaсу en una visita al cobertizo para ver a los caballos. El del sargento seguнa cojo, y Rose apenas se movнa, pero tenнan buen forraje y agua de un pequeсo arroyo que corrнa en un extremo del cobertizo. El otro caballo de Kly, un alazбn esbelto, parecнa tolerar la invasiуn equina y sуlo se inquietaba cuando Rose se acercaba demasiado a su extremo del almiar.

Cuando el sol pasу el cйnit, Cordelia y Gregor se sentaron en los escalones del porche. Aparte de una brisa entre las ramas, el ъnico sonido que se oнa en el amplio valle eran los ronquidos de Bothari, los cuales resonaban a travйs de las paredes de la cabana. Decidiendo que difнcilmente podrнa encontrar un momento para estar mбs tranquilos, al fin Cordelia se atreviу a interrogar a Gregor acerca del golpe en la capital. Con sus cinco aсos, el niсo era capaz de narrar los hechos, aunque no conociese los motivos. A otro nivel ella tenнa el mismo problema, debнa admitirlo muy a su pesar.