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– Oh, sí. -Sonaba cansado.

– ¿No desconfiará si sales a hablar al jardín?

– No, últimamente lo estoy haciendo mucho.

– ¿Sabes si está saliendo con alguien? ¿Hace comentarios sobre presentar ya la demanda de divorcio?

– Nada. Está claro que no viviría conmigo si estuviera pensando en engañar a mamá. Y por otro lado, se le revuelve el estómago y vomita cada vez que menciona que ya no viven juntos. Toda esta jod… -Se contuvo antes de que explotara la bomba J- situación es estúpida. Se quieren. No consigo entender qué carajo buscan con este enfrentamiento.

– Se están demostrando lo muy enfadados que están -expliqué. Yo lo entendía en cierto sentido, excepto que estaban llegando a situaciones extremas por dejar claras sus posturas distanciadas.

– Pues también demuestran al mundo que son idiotas. -Estaba claro que Luke no estaba contento con el panorama actual.

Evité contestar a ese comentario pues no quería entrar en el tema de la idiotez. Personalmente, yo estaba de parte de Sally. Luke por supuesto quería que sus padres resolvieran los problemas, pero era un tío; probablemente pensaría que su madre se tomaba la decoración de interiores muy a la tremenda. No estoy segura de que sea posible que alguien llegue a tomarse demasiado en serio la decoración, pero yo no soy un tío.

– ¿Ha comentado Jazz algo que pueda hacer suponer cómo le gustaría que acabara todo esto? ¿Quiere que Sally se disculpe o simplemente que le llame y le pida que vuelva?

– En cierto sentido, es lo único de lo que habla, pero no dice nada nuevo, ¿me entiendes? Es siempre lo mismo, una y otra vez: que intentaba hacer algo agradable por ella y que mi madre se lo echó en cara; que no hubo manera de que le escuchara y luego se volvió loca, etc., etc. ¿Hay algo aprovechable en eso?

Sólo que Jazz aún no valoraba lo duro que había trabajado Sally para buscar y restaurar sus antigüedades.

– Tal vez se me ocurra algo -contesté-. ¿Qué me puedes contar de tu madre? ¿Ha dicho alguna cosa? ¿Cuál es tu punto de vista, como tío, de todo este asunto?

Vaciló, y supe que se esforzaba por ser imparcial y no tomar partido. Luke era un tío majo, pese a sus líos de cama. Por lo que a mí me concernía, sus sábanas podían considerarse propiedad de la comunidad, y con eso me refiero a toda una comunidad. Cuando por fin sentara la cabeza, pensé que seguramente no estaría de más aconsejar a su elegida que quemara las sábanas, porque ese tipo de sorpresas desagradables no pueden evaporarse.

– Más bien entiendo a ambas partes -dijo finalmente, apartando mis pensamientos de los problemas de lavandería-. Me refiero a que sé que mamá trabajó duro en la restauración de los muebles y que le encantan las antigüedades. Por otro lado, papá intentaba tener un detalle con ella. Tiene claro que es un negado para la decoración, así que acudió a una experta y pagó una pequeña fortuna para que le redecoraran el dormitorio.

De acuerdo, eso era interesante; mi vaga idea iba tomando forma. Además, me guardaba una baza en caso de que mi idea no funcionara.

Oí un pitido del móvil que me dejaba saber que había una llamada entrante.

– Gracias, me has sido de ayuda.

– No es nada. Cualquier cosa con tal de que vuelva a casa. Tras decirnos adiós, me lancé a contestar la llamada entrante.

– Hola.

Hubo una pausa, seguida luego de un clic, después un momento de silencio absoluto y finalmente el tono de llamada. Perpleja, comprobé la identidad de la llamada, pero como ya estaba hablando por teléfono, no se había registrado. Me encogí de hombros mentalmente. Si de verdad querían hablar conmigo, ya volverían a llamar.

Pasé el resto de la tarde aburrida hasta lo indecible. No tenía ningún libro que me muriera de ganas de leer y, como era domingo, por supuesto no había nada interesante en la tele. Jugué un rato en el ordenador. Miré zapatos en la website de Zappos y compré un par de botas azules llamativas de verdad. Si alguna vez me daba por hacer baile en línea, ya tenía qué ponerme. Miré algunos cruceros, por si acaso surgía la ocasión de ir de luna de miel en algún momento, aunque por ahora este año no parecía posible. Luego puse en el buscador «control de natalidad», para ver cuánto tardaría mi cuerpo en recuperar la normalidad después de dejar de tomar la pildora; quería calcular en lo posible el nacimiento de mis bebés para tenerlos en meses cuyas piedras simbólicas me gustaran. Las madres tienen que pensar en cosas así, ya sabéis.

Una vez agotado mi interés por mirar cosas online, intenté encontrar algo que ver en la tele. Con franqueza, no se me da bien lo de ser una dama ociosa. La inactividad prolongada me estaba consumiendo, y sentía que mis músculos estaban agarrotados o entorpecidos. Ni siquiera podía hacer yoga porque no molaba en absoluto doblarse en mis circunstancias, pues el aumento de la presión me provocaba un dolor de cabeza atroz. En vez de ello, hice un poco de tai chi, que me permitió estiramientos fluidos que aliviaron un poco la sensación de agarrotamiento, pero sin llegar al nivel que alcanzo cuando hago tandas de ejercicios duras de verdad.

Wyatt no vino a casa a cenar, pero en realidad no le esperaba. Me he visto en medio de investigaciones en el lugar de los hechos y ahí nadie parece tener prisa, algo que puede estar bien cuando intentas recoger pruebas y tomar declaración, supongo. Si volvía para la hora de dormir, no me quejaría. Calenté en un momento una cena congelada, y llamé a Lynn mientras comía para confirmarle que mañana volvía al trabajo. La noticia la alegró, porque el domingo y el lunes son sus días libres habituales. Después de haber hecho turno doble el viernes y el sábado, necesitaba su descanso.

Y puesto que los lunes son siempre días largos para mí -me encargo tanto de abrir como de cerrar Great Bods, es decir, estoy allí desde las seis de la mañana hasta las nueve de la noche- yo también necesitaba descansar bien esa noche. Pese a no haber hecho otra cosa que estar tumbada tres días, me sentía cansada, o tal vez el motivo era no haber hecho otra cosa que estar tirada. A las ocho subí al piso de arriba y me di una ducha; luego me sequé con cuidado el pelo.

Cuando Wyatt estaba fuera podía concentrarme, así que cogí la libreta y me senté a seguir confeccionando mi lista de sus transgresiones. Pensé en todas las cosas que había hecho para molestarme, pero me pareció que «Reírse de mi idea de practicar sexo tántrico» no tenía garra suficiente. Era preocupante que la hoja de papel continuara en blanco tanto rato. Dios Santo, ¿me estaba ablandando? ¿Estaba perdiendo destreza? Hacer listas de transgresiones era una de mis mejores ideas de todos los tiempos, y ahora que no se me ocurría una sola cosa que apuntar, me sentía como debió sentirse Davy Crockett en el Álamo al quedarse sin balas: así como «Bien, mierda. Y ahora ¿qué?»

No es que fuera lo mismo, en absoluto, porque Davy Crockett acabó muerto, pero ya sabéis a que me refiero. Por otro lado, ¿qué otra cosa puedes esperar si decides luchar a muerte? Pues te mueres. Eso es lo que significa la parte de «luchar a muerte».

Bah, no hay para tanto. Y sin desmerecer para nada al viejo Davy.

Bajé la vista al papel y suspiré. Al final escribí: «Amenazó con mearme encima». Vale, ya sé que eso era más gracioso que irritante. Solté una risita al leerlo, por lo tanto supe que no iba a servir en absoluto.

Iba a arrancar la hoja y empezar de nuevo, pero al final decidí dejarla. Tal vez sólo era cuestión de cogerle el punto; tenía que empezar por algún lado. A continuación escribí: «Se niega a negociar».

Oh, tío, era penoso. En realidad me había hecho un favor al negarse a negociar la cuestión del apellido, porque ahora él era mi dueño. Taché ese apunte.

¿Y qué tal, «Preparar nuestra boda pierde la gracia por lo mucho que me presiona»? No, eso era demasiado largo.

Mi inspiración se había agotado. Con letras grandes y clavando el boli en el papel, escribí: SE BURLA DE QUE TENGA LA REGLA.